Anestesia del Corazón de Felipe Arizmendi Esquivel

Anestesia del Corazón de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

SITUACIONES

¡Cuántos dramas suceden diariamente a nuestro alrededor! ¡Cuántas personas sufren! Puede ser por enfermedades, pérdida de un ser querido, carencias económicas, no tener trabajo, por el alcohol y las drogas, por las injusticias contra los débiles, indefensos e inocentes, etc. El dolor más agudo es la soledad, la incomprensión de la misma familia, el abandono en que nos dejan, la indiferencia a nuestro sufrimiento, no contar con alguien que nos saque del abismo, la ingratitud, calumnias, infidelidades conyugales, violencia en el hogar, etc.

Los medios informativos a toda hora nos relatan acontecimientos tristes y preocupantes, de cerca y lejos: asaltos, asesinatos, secuestros, accidentes, fraudes, corrupción, deportaciones, pederastia, guerras, inseguridad y violencia. Ante todo esto, ¿qué actitud asumimos? A veces, tranquilizamos la conciencia culpando al sistema, a las instituciones, a los otros. O nos disculpamos pensando que nada podemos hacer, que las situaciones nos rebasan y no dependen de nosotros. Unos cierran los ojos y prefieren distraerse en telenovelas, ocupar su tiempo en mandar mensajes por todas partes con el celular, o de plano no ven los noticieros, para no perder su tranquilidad. La indiferencia ante el dolor ajeno es una cerrazón de la mente y del alma.

ILUMINACIÓN

El Papa Francisco, al visitar en días pasados una pequeña isla italiana a donde tratan de llegar cientos de migrantes, la mayoría africanos, con la ilusión de una vida digna en Europa, pero muchos perecen en el mar, nos sacudió la conciencia, haciéndonos ver que no podemos permanecer indiferentes ante su dolor: “Tantos entre nosotros, y me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos más atentos al mundo en el que vivimos, no cuidamos lo que Dios creó para todos y no somos ni siquiera capaces de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación asume las dimensiones del mundo, se llega a tragedias. Nuestros hermanos y hermanas trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de paz y serenidad, buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan esto no encuentran comprensión, acogida y solidaridad! ¡Y sus voces suben hacia Dios!

¿Dónde está tu hermano? ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no, no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, no seguramente yo. Pero Dios nos pregunta a cada uno: ‘¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita hasta mí’? Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano. Miramos al hermano medio muerto en el costado del camino, quizás pensamos: pobrecito, y seguimos por nuestro camino, no es nuestra tarea; y con esto nos sentimos bien.

La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en burbujas de jabón, que son lindas, pero no son nada, son ilusión de lo superficial, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los otros. Más aún, lleva a la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tenemos nada que ver, no nos interesa, no es mi problema! ¡Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, del ‘sufrir con’: ¡es la globalización de la indiferencia! Pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas. Pedimos perdón por quien se ha acomodado, por quien se ha cerrado en su propio bienestar que lleva a la anestesia del corazón. Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a este drama” (8-VII-2013).

COMPROMISOS

Preguntémonos qué podemos hacer por quienes sufren, al menos por quienes tenemos más cerca; pueden ser de nuestra propia familia, vecinos, indigentes, presos, migrantes, adolescentes y jóvenes en soledad, matrimonios en conflicto…

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas