¡AY DE LOS MALOS PASTORES!

¡AY DE LOS MALOS PASTORES!
1.- ¡AY DE LOS MALOS PASTORES! -Queramos o no, el hombre tiene mucho de borrego. Porque de borrego es dejarse llevar por donde quieren los demás, formar rebaño, cuando no piara; caminar sin pensar a dónde, yendo detrás de los que van delante. Dice un refrán popular cargado de filosofía: «¿Dónde va Vicente? Donde va la gente». Y así vemos muchedumbres que aplauden o silban sin pararse a pensar, sin discernir, sin plantearse, de modo general, si vale la pena el hacer una cosa u otra.
Por eso los que hacen cabeza tienen una grave responsabilidad. Sus decisiones tienen una repercusión insospechada, unas consecuencias inauditas. Pueden conducir a los pueblos a la paz o a la guerra, a la prosperidad o a la pobreza, a la vida de gracia o al pecado, a la tranquilidad o a la desesperación.
De ahí que Dios clama con voz fuerte y con acento amenazador contra los malos pastores, los que dividen, los que alejan a las ovejas del buen camino, los que son ocasión de pecado para otros, los que se comen la carne o roban la lana del rebaño. ¡Ay de vosotros, malos pastores!, ¡día llegará en que rindáis cuenta de vuestro egoísmo, de vuestra ambición, de vuestra sensualidad, de vuestra soberbia, de vuestras mentiras!
Tu voz, Señor, nos llena el alma de esperanza en medio de este ir y venir, de este desconcierto que nos aturde. Tus palabras serenan las aguas turbulentas de nuestra vida. Queremos oírte, escucharte, seguirte. Ser tus ovejas, las que conocen el timbre de tu voz. Por esto queremos ser de la verdad, odiar la mentira, ser sinceros, humildes para reconocer nuestra miseria y refugiarnos en tu infinita bondad.
De todos los países reunirás tu rebaño. Ese rebaño que anda por todos los caminos de la tierra sin un rumbo fijo, cansino y doliente. Haznos ovejas de tu grey, condúcenos a tu redil, ese que sólo tiene un pastor. El Buen pastor que busca el bien de las ovejas, el que da la vida por los suyos y la muerte. El que nos da la resurrección, la gloria sin fin.
Tu voz sigue resonando en el fondo de nuestro corazón asustado: «Las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen: ya no temerán ni se espantarán y ninguna se perderá. Mirad que llegan días –oráculo de Yahvé– en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro…». Sigue, Señor, sigue hablándonos al corazón, llenando de luz nuestra vida en sombras.

2.- LAS VACACIONES DE CRISTO.- Nos habla hoy el Evangelio del descanso de Jesús y sus discípulos. Enmarque propicio para el tiempo de vacaciones que muchos viven durante los días del verano. «Venid vosotros solos –dice a sus apóstoles– a un sitio tranquilo para descansar un poco». Eran tantos los que iban y venían que ni tiempo les quedaba para comer. Este hecho justifica por sí mismo unas buenas vacaciones, necesarias para recuperar fuerzas, para enriquecerse con otras actividades que distraigan y entretengan.
Porque eso sí, las vacaciones no pueden ser una ocasión para la pereza y la ociosidad. Hay que pensar que el tiempo que nos da Dios siempre es poco y hay que aprovecharlo lo mejor que podamos. Por eso no se trata de no hacer nada, sino de hacer otra cosa. Ante todo, al tener más tiempo libre, un cristiano ha de pensar un poco más que de ordinario en cultivar su espíritu, en fomentar la vida interior, en acercarse más a Dios.
Ha de considerarse también que las vacaciones son una buena ocasión para dedicar más tiempo a los demás, en especial a la familia, a los amigos. Y luego desarrollar esas otras actividades que contribuyen a relajar nuestro cuerpo y nuestro espíritu: la práctica de nuestro deporte favorito, la lectura de un buen libro, la audición tranquila de la música que nos gusta, etc.
Cuántas cosas se pueden, y se deben hacer en vacaciones. Lo que de ninguna forma puede ocurrirnos, es que nos aburramos. Eso denotaría una pobreza lamentable de imaginación. Por último recordemos que somos hijos de Dios y portarnos como tales no admite interrupción. Es decir, para ser honrados y honestos, no hay vacaciones. Nuestra condición de cristianos ha de ser algo inherente y constante en nosotros mismos.

Antonio García-Moreno
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