El milagro de los panes y los peces por el Papa Francisco

El milagro de los panes y los peces por el Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús se encuentra en la orilla del lago de Galilea, y está rodeado por “una gran multitud”, atraída por los “signos que hacía curando a los enfermos” (v. 2).

En Él actúa el poder misericordioso de Dios, que cura todo mal del cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es un sanador, es también maestro: en efecto sube al monte y se si sienta, en la típica actitud del maestro cuando enseña: sube sobre aquella “cátedra” natural creada por su Padre celestial. Llegado a este punto Jesús, que sabe bien lo que está por hacer, pone a la prueba a sus discípulos.

¿Qué hacer para dar de comer a toda aquella gente? Felipe, uno de los Doce, hace un rápido cálculo: organizando una colecta, se podrán recoger, al máximo, doscientos denarios para comprar el pan que, sin embargo, no alcanzaría para dar de comer a cinco mil personas.

Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica del comprar, sustituye aquella otra lógica, la lógica del dar. Las dos lógicas, ¿no? La del comprar y la del dar. Y he aquí que Andrés, otro de los Apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un muchacho que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos pescados; pero ciertamente – dice Andrés – son nada para aquella gente (Cfr. v. 9).
Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentar a la gente, después tomó aquellos panes y aquellos pescados, dio gracias al Padre y los distribuyó (Cfr. v. 11). Estos gestos anticipan aquellos de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más verdadero.

El pan de Dios es Jesús mismo. Tomando la Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y llegamos a ser hijos del Padre celestial y hermanos entre nosotros. Tomando la Comunión nos encontramos con Jesús, realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, de la participación. Y por más pobres que seamos, todos podemos dar algo. “Tomar la Comunión” también significa tomar de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los demás lo que somos y lo que tenemos.

La multitud está sorprendida por el prodigio de la multiplicación de los panes; pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el hambre material, sino aquella más profunda, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios.

Frente al sufrimiento, a la soledad, a la pobreza y a las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer lo poco que tenemos. Como aquel muchacho. Ciertamente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna competencia… ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos pescados”? Todos tenemos.

Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de alegría. ¡Cuán necesaria es la alegría en el mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos. Gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.

Que nuestra oración sostenga el empeño común para que jamás falte a nadie el Pan del cielo que da la vida eterna y lo necesario para una vida diga, y para que se afirme la lógica del compartir y del amor. Que la Virgen María nos acompañe con su intercesión maternal.
(Traducción de María Fernanda Bernasconi – RV).

Evangelio del 16 de abril con el Padre Guillermo Serra

Evangelio según San Juan 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: «¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?» Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer.

Felipe le respondió: «Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan». Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados.

Pero, ¿qué es eso para tanta gente?» Jesús le respondió: «Díganle a la gente que se siente». En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil.

Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer.

Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien». Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos.

Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: «Este es, en verdad, el profeta que habría de venir al mundo».

Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.

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