Reflexión del evangelio – Adviento, seno virginal

Reflexión del evangelio del 17 de Diciembre – Adviento, seno virginal
Semana III° de Adviento
Feria – Morado
Génesis 49, 1-2. 8-10 / Mateo 1, 1-17
Salmo responsorial Sal 71, 1-4ab. 7-8. 17
R/. “¡Que en sus días florezca la justicia!”

Santoral:
Santa Olimpia y San Lázaro

Adviento, seno virginal

Adviento, tiempo de esperanza,
en el seno de María crece
el fermento de un mundo nuevo,
el hijo del Dios vivo que llega
a compartir con nosotros.

Nace Emanuel, Dios-con-nosotros,
hecho niño pobre, pequeño y necesitado.
María nos enseña el camino para hacer
nacer a Jesús en nuestro tiempo: confianza,
entrega, fidelidad, coraje, y mucha fe
en el Dios de la Vida.

Tiempo de espera, de atención
y cuidados, de respeto y contemplación.
Señor, hay mucho dolor en nuestro tiempo,
hay sufrimiento e injusticia, ayúdanos
a sembrar semillas de esperanza.

Descúbrenos la alegría
de la paciente espera, activa
y fecunda, comprometida
por la vida de los que nos rodean.

Enséñanos a hacer crecer
la esperanza de algo nuevo,
anímanos a entregar nuestras vidas
para la construcción del Reino.

Es tiempo de espera, Señor,
pero también es tiempo de donación
y compromiso efectivo.

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Miércoles, 17 de diciembre de 2014

El cetro no se apartará de Judá

Lectura del libro del Génesis
49, 1-2. 8-10

Jacob llamó a sus hijos y les habló en estos términos:
Reúnanse, para que yo les anuncie lo que les va a suceder en el futuro:
Reúnanse y escuchen, hijos de Jacob,
oigan a Israel, su padre.
A ti, Judá, te alabarán tus hermanos,
tomarás a tus enemigos por la nuca
y los hijos de tu padre se postrarán ante ti.
Judá es un cachorro de león.
-¡Has vuelto de la matanza, hijo mío!- .
Se recuesta, se tiende como un león, como una leona:
¿quién lo hará levantar? ¡El cetro no se apartará de Judá
ni el bastón de mando de entre sus piernas,
hasta que llegue Aquél a quien le pertenece
y a quien los pueblos deben obediencia.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 71, 1-4ab. 7-8. 17

R. ¡Que en sus días florezca la justicia!

Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de, reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud. R.

Que las montañas traigan al pueblo la paz,
y las colinas, la justicia;
que Él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos de los pobres. R.

Que en sus días florezca la justicia
y abunde la paz, mientras dure la luna;
que domine de un mar hasta el otro,
y desde el Río hasta los confines de la tierra. R.

Que perdure su nombre para siempre
y su linaje permanezca como el sol;
que Él sea la bendición de todos los pueblos
y todas las naciones lo proclamen feliz. R.

EVANGELIO

Genealogía de Jesucristo, hijo de David

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
1, 1-17

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:
Abraham fue padre de Isaac;
Isaac, padre de Jacob;
Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.
Judá fue padre de Fares y de Zará,
y la madre de éstos fue Tamar.
Fares fue padre de Esrón;
Esrón padre de Arám;
Arám, padre de Aminadab;
Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón.
Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab.
Booz fue padre de Obed, y la madre de éste fue Rut.
Obed fue padre de Jesé;
Jesé, padre del rey David.
David fue padre de Salomón, y la madre de éste fue la que
había sido mujer de Urías.
Salomón fue padre de Roboám;
Roboám, padre de Abías;
Abías, padre de Asá;
Asá, padre de J osafat;
Josafat, padre de Jorám;
Jorám, padre de Olías.
Olías fue padre de Joatám;
Joatám, padre de Acaz;
Acaz, padre de Ezequías;
Ezequías, padre de Manasés.
Manasés fue padre de Amón;
Amón, padre de Josías;
Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos,
durante el destierro en Babilonia.

Después del destierro en Babilonia:
Jeconías fue padre de Salatiel;
Salatiel, padre de Zorobabel;
Zorobabel, padre de Abiud;
Abiud, padre de Eliacím;
Eliacím, padre de Azor.
Azor fue padre de Sadoc;
Sadoc, padre de Aquím;
Aquím, padre de Eliud;
Eliud, padre de Eleazar;
Eleazar, padre de Matán;
Matán, padre de Jacob.
Jacob fue padre de José, el esposo de María,
de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.

El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.

Palabra del Señor.

Reflexión

Gen. 49, 1-2. 8-10. La salvación ha llegado a nosotros mediante un descendiente de la tribu de Judá: Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. Ya Jacob (Israel) había bendecido a su hijo Judá diciéndole: Has vuelto de matar la presa, hijo mío, y te has echado a reposar como un león. ¿Quién se atreverá a provocarte?
Por medio de su Hijo, Dios se ha levantado victorioso sobre el autor del pecado y de la muerte, la serpiente antigua o Satanás. Jesús, después de cumplir su misión, ha vuelto victorioso a la Gloria del Padre, para sentarse como Rey con todo el Poder que se le ha dado en el cielo y en la tierra.
Los que le pertenecemos no podemos nuevamente encadenar nuestra vida a la maldad, sino que hemos de hacer nuestra su victoria y permanecer firmemente afianzados en el bien, no por nuestras débiles fuerzas, sino por la Fuerza que nos viene de la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.
No dejemos que el poder salvador de Dios pierda su fuerza en nosotros; no permitamos que se aparte de nosotros el Señor a causa de querer seguir encadenados al pecado, sino que Él permanezca en nosotros por vivir con fidelidad en su amor, obedeciendo en todo sus mandatos, pues en esto Dios se complace y hace que nos contemple como a sus hijos muy amados.

Sal. 72 (71). Dios nos ha hecho partícipes de su misma Vida y de su mismo Espíritu. Tomando Él posesión de nuestro propio ser, Él quiere continuar haciendo su obra de salvación para todos los pueblos, por medio de su Iglesia.
Por eso debemos meditar a profundidad su Palabra para que, conociendo cómo nos amó el Señor, vivamos conforme a sus enseñanzas.
A nosotros corresponde, por tanto, continuar la proclamación de su Evangelio en el mundo entero. Por eso no podemos sentarnos dentro de los recintos sagrados esperando que otros vengan a escuchar al Señor y a comprometerse con Él. Debemos salir, incluso a los cruces de los caminos, debemos ir por los camino más escarpados en busca de las ovejas que se han descarriado. Debemos escuchar la voz de los pobres acercándonos a ellos, caminando con ellos.
Cuando sepamos amar como Cristo nos ha amado entonces nos preocuparemos del bien de todos, entonces defenderemos a los pobres, haremos justicia a los oprimidos injustamente, haremos que florezca la justicia y que siempre reine la paz, pues nuestra vida, la vida de la Iglesia, por la presencia del Señor en ella, se convertirá en una bendición para el mundo entero.

Mt. 1, 1-17. Jesucristo, el Ungido de Dios, el Hijo de Dios que al mismo tiempo es Hijo del Hombre, descendiente de David, es el motivo por el cual se escribe este Evangelio.
No se cierran los ojos ante los antepasados del Mesías con toda su miseria, pues, por ejemplo, se nos recuerda el asesinato cometido por David en contra de Urías.
Pero Jesús no es sólo descendiente de Abraham, patriarca antepasado de Israel, sino que es también descendiente de toda la humanidad representada en Rut, la Moabita. ¿Por qué se pone Asaf (autor de algunos salmos) en lugar del verdadero nombre de ese Rey: Asa? ¿Por qué, siendo fieles al original, se escribe Amós (uno de los profetas) en lugar de Amón? Sabemos que Mateo constantemente recurrirá a la Escritura para demostrarnos que Jesús es el Ungido de Dios, pues en Él se cumplieron los salmos y los profetas y, probablemente desde el principio, artificiosamente nos los está dejando en claro.
Tal vez nuestros orígenes humanos sean demasiado sencillos y humildes. Pero no podemos dejar de mencionar nuestro nombre diciendo: Hijo de Dios y Hermano de Jesucristo. ¿Habrá linaje más digno que aquel al que pertenecemos?
Tal vez nuestro propio pasado tenga muchos puntos oscuros; sin embargo al Señor sólo le interesa el que, siendo ungidos de Dios por participar del mismo Espíritu Santo que ungió a Cristo, seamos sus hijos fieles dándole cumplimiento en nosotros a sus promesas de salvación, y llevando así en nosotros a su plenitud su Obra salvadora.
En esta Eucaristía celebramos al Mesías tan esperado y que, finalmente se ha hecho presente entre nosotros con todo su poder salvador, venciendo a quien nos retenía bajo la muerte a causa de nuestros pecados.
Pero no sólo celebramos su victoria sobre el pecado mediante su muerte, sino que celebramos también su gloriosa resurrección como su victoria sobre la muerte misma.
Reunidos en torno a Él hacemos nuestra esa Victoria que nos salva y que nos hace vivir con la mirada puesta en Aquel que ahora vive y reina por siempre, para encaminarnos hacia la posesión de la Gloria que Él ya ha recibido de su Padre Dios.
No importan nuestros orígenes; no importa incluso nuestro pasado, tal vez un poco oscuro o manchado por el pecado. Dios nos ha amado en serio de tal forma que no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho partícipes de su propia vida para que, junto con Cristo, seamos hechos herederos de los bienes eternos.
En esta Eucaristía pregustamos esos bienes.
Quienes participamos de la misma vida de Dios por nuestra unión a Cristo permitimos que Dios haga que sus promesas de salvación lleguen a su plenitud en nosotros.
Ojalá y no hayamos recibido la salvación de Dios para esconderla después en nuestras cobardías, sino que dejemos que el Señor se manifieste con todo su amor a través de su Iglesia; ojalá y que estemos abiertos a la escucha del Espíritu del Señor que nos ha de guiar en nuestro amor y en nuestro servicio fraterno.
Dios ha querido hacernos partícipes de su Vida y de su Espíritu. Si Él se ha manifestado como Padre lleno de misericordia para con nosotros porque no le han importado los pecados de nuestra vida pasada, y más bien nos ha buscado hasta encontrarnos para ofrecernos su perdón y la participación de su misma vida, nosotros hemos de vivir en adelante como la descendencia de Dios que, sin dejar de participar de la naturaleza humana, ha sido elevada a la dignidad del Hijo de Dios.
Esto nos ha de llevar a ser, en adelante, no motivo de maldad ni de condenación para nuestro prójimo, sino signo de salvación, de justicia, de paz y de bendición para todos los pueblos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de esforzarnos continuamente en hacer realidad su Reino entre nosotros, trabajando para que todos, aún los más grandes pecadores, lleguen, finalmente, a vivir plenamente unidos al Señor, que los ama, que los perdona y que los salva. Amén.

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