Siembra constante y esperanzada

Siembra constante y esperanzada

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Los cristianos deberíamos tener asimilado que tal como nos dice el evangelio, somos de origen muy humilde. Jesús inició su obra, el pueblo de la Nueva alianza, con un puñado de pescadores.

La primera comunidad de Jerusalén estaba compuesta por los más humildes de la sociedad judía; lo mismo sucedía con las comunidades del apóstol Pablo. Pero aquellos diminutos granos de mostaza se convirtieron pronto en grandes árboles.

Con frecuencia se oye a personas que se quejan del resultado de sus esfuerzos. Debemos mantener el optimismo al ver el fruto de semillas humildes por la fuerza y vitalidad del Evangelio, que está hecho a la medida del hombre, y por la acción del Espíritu que actúa en el corazón humano.

Puede ser que, en momentos cruciales de la vida, Dios nos pida decisiones un tanto heroicas. Pero lo normal es que nos pida la siembra constante de pequeños gestos: colaboración en una organización humanitaria, formar parte de un grupo de pastoral, integrar una pequeña comunidad que forme entramado eclesial con otras, un gesto de cordialidad hacia quien vive deprimido, una sonrisa acogedora a quien está sólo, una señal de simpatía hacia quien se siente abandonado, un tiempo de compañía con quien se siente solo, una afectuosa llamada de teléfono, una postal cariñosa, un pequeño regalo, una alabanza oportuna, una palabra de estímulo… semillas del Reino que dan mucho fruto.

 

¿Quién no puede sembrar muchas de estas pequeñas semillas? Dejémonos de sueños grandes e imposibles: “Si tuviera más tiempo, mayores recursos económicos, más autoridad, más preparación…” Sembremos las semillas que Dios ha puesto en nuestro zurrón; no soñemos con las de otros. Probablemente no estamos llamados a pronunciar grandes discursos ante todo un público, pero sí a sembrar la semilla del Evangelio en conversaciones con amigos, con familiares, con personas con las que nos encontramos en vivir diario. Una palabra cordial, de aliento, de corrección, de consejo puede orientar o reorientar toda una vida.