¿VIVIMOS DE LAS RENTAS?

Desde hace bastante tiempo, cualquier sociólogo dedicado al estudio del fenómeno religioso, concluye en lo siguiente: el cristianismo ha pasado de ser algo de puro convencimiento a un ente de pura casualidad. Es decir; por el hecho de haber nacido en un lugar determinado.

1.- Los relatos de la vida de Jesús nos han llegado a nuestros días como el mejor testimonio y el gran legado de nuestros antepasados. La Iglesia, durante siglos hasta el día de hoy, lo ha guardado como el gran depósito de la fe por el cual, y no lo olvidemos, han dado la vida hombres y mujeres, apóstoles y hermanos nuestros con la certeza y convencimiento de que Jesús era y es la fuerza en el caminar y la recompensa en la eternidad. No hay más asomarse un poco, con motivo del Año de la Misericordia, a un ejército de hombres y de mujeres que –siendo sacerdotes, religiosas o laicos– le dieron vida no por las palabras sino, sobre todo, por sus obras. Creían lo que hacían y hacían lo que creían: Cristo era su ley suprema.

2.- ¿Dónde está nuestra fe? ¿En dónde tenemos puesto el pensamiento? ¿Qué ocurre en la sociedad donde vivimos que pone en solfa hasta el testimonio más vivo de los que nos han precedido? ¿Dónde los cristianos que, se conforman con decir “lo importante es ser bueno” pero no se dejan seducir por la Palabra de Dios? Como San Lucas, nosotros también, hemos de fiarnos de la evidencia que nos ha llegado sobre un personaje que ha calado en el alma y en la conciencia de millones de personas: Jesucristo.

3.- .Jesús, y teniendo como telón de fondo la impresionante lectura de Isaías, tuvo una gran habilidad: estuvo en línea directa con el cielo y no relegó el drama de aquellos que le rodeaban: La dimensión horizontal (el hombre) y la dimensión vertical (Dios) eran todo uno en El.
Su relación con Dios, personal y privilegiada, no le impedía su diálogo, interés o cercanía con los hombres de su tiempo. ¡Supo vivir con Dios y se mojó de lleno con los sufrimientos de las personas!
Su referencia, continua y permanente, al cielo, era el motor que le ponía en constante movimiento por el compromiso con los pobres, atribulados y sufrientes. La religiosidad de Jesús era un acorde perfecto: Dios y el hombre; el hombre y Dios. ¿Se puede pedir más a una fe tan pura y tan nítida como la de Jesús?

4.- Ello, por lo tanto, nos debe de sacudir nuestro interior e interpelar: ¿Cómo llevamos nuestra religión? ¿Nos sentimos ungidos y lanzados a anunciar la Buena Nueva o, por el contrario, instalados en cómodas prácticas religiosas? ¿Nos tomamos en serio aquello de “la hora de los laicos” o seguimos soñando y pensando en una iglesia de funcionarios y excesivamente clerical? ¿Escuchamos con atención la Palabra de Dios o, por deformación, la vemos como una parte más dentro de la eucaristía? ¿Nos sirve de algo, en el comportamiento personal y social, durante el resto de la semana?
San Pablo, una vez más, nos recuerda que dentro de nuestras comunidades se mueven carismas y surgen dones nuevos. ¿Dónde están? ¿Los tenemos despiertos o dormidos? ¿Pensamos que han de ser los demás quienes hagan todo o nos involucramos nosotros en algo?

5.- Estamos dentro del octavario por la unión de los cristianos. Además de pedir por la unidad de todas las iglesias cristianas, hemos de orientar nuestra oración y nuestra atención a la realidad de nuestra iglesia universal, diocesana y local. ¿Cómo estamos entre nosotros? ¿Cómo vivimos la petición del Señor “te ruego para que ellos sean uno”? ¿No estaremos poniendo el listón muy alto (pretendiendo una unión de lo imposible) y soslayando lo que nos queda más cerca?
Una de las obras de misericordia espirituales es “enseñar al que no sabe”. Sólo podremos ser testimonio y lección ante los demás cuando, en primer lugar, sepamos y sintamos en propias carnes lo qué significa y conlleva el ser cristiano. ¿Cómo vamos a enseñar si, tal vez, preferimos estar siempre en el pupitre y delegar en otros ese cometido?

Javier Leoz