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Te miro con fe, oh Señor – Viernes Santo

Viernes Santo

Viernes Santo

Te miro con fe, oh Señor – Viernes Santo

VIERNES SANTO
Isaías 52, 13-53, 12 / Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
/ Juan 18, 1—19,42
Salmo responsorial Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
R/. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”

Santoral:

San Eustacio

Te miro con fe, oh Señor

Quisiera subir contigo a la cruz, Señor,
y dejar clavarme con el mismo amor que Tú lo haces.
Más me falta un poco de altura, para ascender hasta ella
y, siento que mi amor, queda a merced
de otros maderos más ligeros y menos cruentos.
Quisiera decir contigo las mismas palabras de misericordia,
repetir desde ese púlpito de sangre
las mismas frases de vértigo
por las veces en que me sacude el temor o miedo,
los mismos pensamientos de paz que,
con tu cuerpo maniatado, ofreces
a pesar de nuestro rechazo y actitudes violentas.
Sólo sé, Señor, que en este Año de la Fe,
miro con los ojos más abiertos que nunca a tu cruz.
Que, este Viernes Santo, me recuerda tu inmenso amor.
Que, tu cruz, siempre permanece firme,
sosteniendo la Palabra que se hizo carne
mientras, nuestro mundo, sigue dando mil y una vueltas.

Te miro con fe, oh Señor, en la cruz,
porque frecuentemente olvido cómo y a quién amar,
porque, sin saber cómo ni por qué,
no siempre el perdón lo llevo hasta las últimas consecuencias,
porque, cuando las heridas asoman en mi cuerpo,
el sufrimiento se me hace duro e insoportable.
¡Necesito tanto mirar con fe a tu cruz, oh Señor!
Ayúdame, Señor, a abrazar tu cruz con amor
para que, lejos de arrastrarla,
avance con ella con pasión, delicadeza y fervor.

¡Te miro con fe, oh Señor!
Ayúdame a ser amante de tu cruz
porque, amándola como Tú la amaste,
siento al gran Amado que siempre me acompaña
en el duro combate de esta vida que me aguarda y espero.
Ayúdame a adorar tu cruz,
para que, arrodillándome ante ella,
vea el único amor que merece la pena,
contemple la Palabra que se hizo Verdad hasta el final,
llore por no saber estar a la altura
cuando, lejos de una gran cruz,
asoman pequeñas astillas en mi cuidado y refinado cuerpo.

¡Te miro con fe, oh Señor!
Ayúdame a mirar, vivir, llevar y alzar tu cruz
con tu misma dignidad, obediencia y valentía.
Con tus mismos sentimientos y pasión,
con tu misma humildad, silencio y entrega.
Amén.

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Viernes, 29 de Marzo de 2013

VIERNES SANTO
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Él fue traspasado por nuestras rebeldías

Lectura del libro de Isaías
52, 13-53, 12

Sí, mi Servidor triunfará:
será exaltado y elevado a una altura muy grande.
Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él,
porque estaba tan desfigurado
que su aspecto no era el de un hombre
y su apariencia no era más la de un ser humano,
así también él asombrará a muchas naciones,
y ante él los reyes cerrarán la boca,
porque verán lo que nunca se les había contado
y comprenderán algo que nunca habían oído.

¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído
y a quién se le reveló el brazo del Señor?
Él creció como un retoño en su presencia,
como una raíz que brota de una tierra árida,
sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas,
sin un aspecto que pudiera agradamos.
Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada.

Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias,
y nosotros lo considerábamos golpeado,
herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías
y triturado por nuestras iniquidades.
El castigo que nos da la paz recayó sobre él
y por sus heridas fuimos sanados.
Todos andábamos errantes como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino,
y el Señor hizo recaer sobre él
las iniquidades de todos nosotros.
Al ser maltratado, se humillaba
y ni siquiera abría su boca:
como un cordero llevado al matadero,
como una oveja muda ante el que la esquila,
él no abría su boca.
Fue detenido y juzgado injustamente,
y ¿quién se preocupó de su suerte?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes
y golpeado por las rebeldías de mi pueblo.
Se le dio un sepulcro con los malhechores
y una tumba con los impíos,
aunque no había cometido violencia
ni había engaño en su boca.
El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento.
Si ofrece su vida en sacrificio de reparación,
verá su descendencia, prolongará sus días,
y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él.
A causa de tantas fatigas, él verá la luz
y, al saberlo, quedará saciado.
Mi Servidor justo justificará a muchos
y cargará sobre sí las faltas de ellos.
Por eso le daré una parte entre los grandes
y él repartirá el botín junto con los poderosos.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los culpables,
siendo así que llevaba el pecado de muchos
e intercedía en favor de los culpables.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25

R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado!
Yo pongo mi vida en tus manos:
Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.

Soy la burla de todos mis enemigos
y la irrisión de mis propios vecinos;
para mis amigos soy motivo de espanto,
los que me ven por la calle huyen de mí.
Como un muerto, he caído en el olvido,
me he convertido en una cosa inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor,
y te digo: «Tú eres mi Dios,
mi destino está en tus manos».
Líbrame del poder de mis enemigos
y de aquéllos que me persiguen. R.

Que brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia.
Sean fuertes y valerosos,
todos los que esperan en el Señor. R.

Aprendió qué significa obedecer
y llegó a ser causa de salvación eterna
para todos los que le obedecen

Lectura de la carta a los Hebreos
4, 14-16; 5, 7-9

Hermanos:
Ya que tenemos en Jesús, el Rijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario Él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado.
Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.
Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Pasión de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
18, 1—19, 42

¿A quién buscan?

C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
a «¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Él les dijo:
a «Soy Yo».
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
a «¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús repitió:
a «Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan».
C. Así debía cumplirse la palabra que Él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
a «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»

Se apoderaron de Jesús y lo ataron

C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo».

¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?

C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»
C. Él le respondió:
S. «No lo soy».
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
a «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho».
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
a «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?»
C. Él lo negó y dijo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. «¿Acaso no te vi con Él en la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.

Mi realeza no es de este mundo.

C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. «¿ Qué acusación traen contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado».
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen».
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie».
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
a «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C. Jesús respondió:
a «Mi realeza no es de este mundo.
Si mi realeza fuera de este mundo,
los que están a mi servicio habrían combatido
para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi realeza no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «¿Entonces Tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
a «Tú lo dices:
Yo soy rey.
Para esto he nacido
y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
El que es de la verdad, escucha mi voz».
C. Pilato le preguntó:
S. «¿ Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. «¡A Él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.

¡Salud, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían:
S. «¡Salud, rey de los judíos!»
C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en El ningún motivo de condena».
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo:
S. «¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo».
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque Él pretende ser Hijo de Dios».
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. «¿De dónde eres Tú?»
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
a «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave».

¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!

C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César».
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata».
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey».
C. Ellos vociferaban:
S. «¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿Voy a crucificar a su rey?»
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el César».
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.

Lo crucificaron, y con Él a otros dos

C. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la colocó sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: «El rey de los judíos», sino: «Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos»».
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está».

Se repartieron mis vestiduras

C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura que dice:
«Se repartieron mis vestiduras
y sortearon mi túnica».
Esto fue loque hicieron los soldados.

¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre!

C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo:
a «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
C. Luego dijo al discípulo:
a «Aquí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.

Todo se ha cumplido

C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
a «Tengo sed».
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
a «Todo se ha cumplido».

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