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EL CARDENAL ROUCO APOYA LA PRÁCTICA DEL SANTO ROSARIO

Cardenal Rouco Varela
(Desde El Cañamelar, José Ángel Crespo Flor).- El cardenal arzobispo de Madrid, monseñor D. Antonio Maria Rouco Varela ha aprovechado perfectamente esta carta pastoral de octubre para unir el rezo del Santo Rosario con la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 de ahí su importancia y el porqué hemos querido hacernos eco de una carta que no tiene desperdicio porque aúna la importancia de la plegaria del Rosario con la no menos importancia que tiene una jornada que ya lo podemos decir: marcará un hito y será histórica: la JMJ 2011. Como feligreses de la Parroquia Nuestra señora del Rosario del Cañamelar (Valencia) no podemos dejar de señalar la importancia que, para todos nosotros, tiene este documento porque viene a darnos la razón al señalar que el rezo y meditación del Santo Rosario es actualidad permanente. Bien harán los curas que no lo hacen en insistir en la importancia que tiene esta plegaria. Una plegaria que, en modo alguno está pasada de moda y una oración que hoy más que nunca se hace imprescindible para combatir ese laicismo que nos invade sin mirar ni colores, ni razas ni nada.

Por fortuna tenemos obispos, el de Madrid es todo un ejemplo, que ha ponderado, a través de un escrito magistral, la importancia y actualidad que tiene esta Plegaria. Una oración que se puede rezar solo, en compañía, en casa con la familia o ante el sagrario. Todo vale. Lo importante es que se rece el Rosario, que esta Plegaria conozca una nueva primavera y que nos sirva para conocer más y mejor todos los misterios de Jesucristo y María, la Virgen, su Madre.

Además el rezo pausado y meditado del Santo Rosario antes de la Eucaristía se convierte en el modo mejor que existe para que participemos luego mejor de ese gran regalo que tenemos: La Misa o lo que es lo mismo, la actualización de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

El Santo Rosario en el camino de la JMJ 2011 (Por Antonio María Rouco Varela, Arzobispo – Cardenal de Madrid)

El mes de octubre comienza en la calendario litúrgico español, enmarcado por dos grandes celebraciones marianas: la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, a la que acostumbramos a llamar “Madre de España”. Una y otra nos remiten a la conmemoración de dos hechos históricos de la máxima trascendencia en el origen y en el devenir de la vida de la Iglesia en nuestra patria y también para la formación de la personalidad espiritual y cultural de los españoles y de la misma sociedad y comunidad humana que todos conocen dentro y fuera de nuestras fronteras como España. “El Pilar” se remonta a los primeros momentos de la predicación apostólica del Evangelio entre los pueblos de la “Hispania” romana. La Virgen, según una venerable tradición religiosa, se aparece a Santiago en carne mortal a las orillas del Ebro para consolarle, robustecerle y animarle: ¡qué no abandone la siembra emprendida! ¡el rechazo de los españoles a su anuncio de Jesucristo, Salvador del hombre, desaparecerá! “Nuestra Señora del Rosario” nos recuerda la fecha de la victoria cristiana en la batalla naval de Lepanto en 1571. Su significado para la Europa cristiana, agitada por fuertes crisis internas, que se adentraba en el período histórico de la Modernidad, fue decisivo: se había producido por primera vez, desde hacía mucho tiempo, la liberación de un terrible peligro para su propia pervivencia política, cultural, humana y religiosa: el peligro de lo que los contemporáneos llamaban “el peligro turco”.

En una y otra celebración la Virgen, Nuestra Señora y Madre, se nos muestra como la valedora y la guía, cercana y amorosa, que nos ampara y anima ardorosamente para que permanezcamos fieles a su Hijo, a Jesucristo: Él, que es el Evangelio de Dios para el hombre y su eterna salvación; más aún, como la que nos impulsa a decidirnos de nuevo con valor e intrepidez apostólica y con amor cristiano a ser sus testigos: testigos de Cristo ¡testigos incansables y gozosos de su amor salvador! A la vez, María nos ofrece “un método espiritual” para conseguir ese objetivo -objetivo que podemos calificar de “evangelizador”: de nosotros mismo y del mundo- el de la oración del Santo Rosario. “Un método” fruto de la mejor pedagogía cristiana de la fe. En el rezo del Rosario la oración se apoya en la recitación del “Padrenuestro” y del “Ave María”. “El Padre Nuestro”: la forma de oración que el mismo Señor nos enseñó y que refleja su propio trato con el Padre. Sus palabras, nos dicen los exegetas, son “ipsissima Verba Jesu”: “las mismísimas palabras” pronunciadas por Jesucristo. El “Ave María”: enlaza con el saludo del Ángel Gabriel a María cuando le anuncia su maternidad divina, y concluye con la súplica ardiente de que Ella “ruegue por nosotros pecadores ahora y en el hora de nuestra muerte”. Son dos fórmulas de oración en las que se condensa y expresa luminosamente la esencia de la plegaria cristiana. En “el Rosario” se convierten además, en virtud de su repetición rítmica, en el hilo conductor de un itinerario espiritual en el que el alma puede contemplar y meditar amorosamente los Misterios de la Encarnación, Nacimiento, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Misterios, a los que aparece íntimamente asociada su Madre Santísima, la Madre de la Iglesia. De este modo, el Santo Rosario, se nos presenta como un camino excelente para la oración de alabanza y súplica, sencillo y accesible a todas las personas y que nos conduce directamente a Cristo, el Señor y Salvador: el Pastor invisible de nuestras almas. Una oración, pues, en la que se pueden volcar todas las intenciones y propósitos de amar a Dios y de amar al prójimo en la forma de súplicas y peticiones vivas y concretas. Una oración, por tanto, en la que nuestro corazón puede encontrar “su descanso”.

La JMJ del próximo año busca en sus programas y objetivos pastorales llevar las almas de los jóvenes del mundo -de los cinco continentes- a Cristo, para que se enraícen en Él, edifiquen sus vidas sobre su Evangelio y se mantengan firmes en la Fe. ¡Cómo nos puede ayudar el rezo diario del Santo Rosario, particularmente en la familia y en las comunidades eclesiales -las parroquias en primer lugar- a preparar y a celebrar con el mejor fruto espiritual y apostólico la JMJ 2011 en Madrid! Será una de las aportaciones más humildes, pero de las más hermosas y eficaces para su verdadero éxito. El éxito visto y valorado desde la mirada de Dios y desde el gran reto pastoral de la Evangelización de los jóvenes de nuestro tiempo. En la preparación y en la realización de ese gran acontecimiento eclesial necesitamos imperiosamente que la gracia del Señor “nos preceda y acompañe” para que la cosecha espiritual sea abundante.

¡Qué Nuestra Señora la Virgen de La Almudena nos mueva y anime a retomar la devoción del Santo Rosario en nuestra vida personal, en la de nuestras familias y en las costumbres piadosas de nuestras comunidades parroquiales y, en todo caso, vivirla con mayor fervor!

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