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México y la Cristiada a 80 años de su finalización

Escrito por Gilberto Hernández García
Domingo 11 de Julio 2010, www.elobservadorenlinea.com

MÁRTIRES MEXICANOS

El presbítero Luis Alfonso Orozco, LC, hizo su doctorado en teología en Roma con el tema «El martirio en México durante la persecución religiosa», publicado después en México bajo el mismo título por la Editorial Porrúa, en 2006. Se ha especializado en el tema del martirio durante las persecuciones en México y en España. Es profesor en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, en Roma.

Por Gilberto Hernández García

¿Cómo cataloga el episodio de la Guerra Cristera en México?

«Más que un episodio, considero que se trata de una página memorable de historia que aún ha de ser conocida y valorada como merece por los mexicanos. Por diversas razones la Cristiada se ocultó o manipuló durante muchos años».

¿Cómo ha «calado» La Cristiada en la historia nacional?

«Considero antes oportuno hacer unas distinciones en torno a la idea de Cristiada para no confundir su significado. Hay que distinguir estas tres realidades diversas: la Revolución, la persecución religiosa y la guerra cristera. Una cosa es la Revolución mexicana, de signo bélico y político y que desde 1911 arrastró como un torbellino al país durante algo más de dos décadas. La persecución religiosa fue uno de los frutos amargos de aquella Revolución, pues unas leyes injustas y ciertos grupos en el poder pretendieron despojar al pueblo mexicano de su alma, que es católica. Conviene anotar que en aquellos años cerca del 98% de la población mexicana era católica.

«Fue en aquel ambiente de persecución contra la Iglesia, ocasionado por la Revolución, cuando surgió la Cristiada o guerra cristera, y cuya fase principal se desarrolló entre 1926 y 1929. El marco histórico es muy importante para entender lo que fue la Cristiada para no sacarla de su contexto ni reducirla a lo que no fue».

«La Cristiada fue una verdadera epopeya –entendida como gesta heroica— que todavía es poco conocida y valorada en México. Sin embargo, el heroísmo de nuestros abuelos católicos hizo posible que la Iglesia y la práctica religiosa sobrevivieran a la dura persecución que pretendió borrarlas del territorio nacional».

¿Cree usted que ha sido valorada la Cristiada en su justa dimensión por parte de los católicos mexicanos?

«Fue un movimiento —y no una rebelión— de legítima defensa de los católicos, quienes tuvieron que defenderse ante las agresiones de su derecho a la libertad religiosa y a la expresión pública de su fe. No tuvo un signo político, porque los cristeros no pretendían derrocar al gobierno, sino que lo que ellos buscaban era, como ellos decían: «que los padrecitos no sean perseguidos, que podamos ir a Misa y recibir los sacramentos». Querían y pedían el respeto de sus derechos. Se constata que fue un movimiento popular de laicos católicos mexicanos.

«Aquella fue una época de héroes y de mártires; algunos tan poco conocidos como Jesús Degollado Guízar, quien fuera el último general del ejército cristero, o como el abogado mártir Anacleto González Flores, ya beatificado en 2005. Pero la historia les hará justicia y se encargará de purificar su memoria, rehabilitarlos y colocarlos en el lugar que merecen dentro de la historia nacional».

Se habla de que la salida al conflicto cristero fue una especie de «paz a medias», que implicó una especie de simulación entre el Gobierno y la Iglesia, y cuyas consecuencias han abarcado casi todo el siglo XX hasta nuestros días. ¿Comparte esta opinión? ¿Cuál es su percepción?

«Su pregunta alude al tema espinoso de los ‘Arreglos’ de junio de 1929, el cual, gracias a la apertura reciente de los archivos vaticanos sobre el pontificado de Pío XI, ha ido arrojando más luz. Considero oportuno tener en cuenta algunos puntos de reflexión. Primero, a los obispos mexicanos y a la Santa Sede les preocupaba mucho el hecho de que el pueblo católico llevaba ya tres años privado del culto y del ministerio de sus sacerdotes. En los tres años de la guerra cristera se dieron cerca de cien martirios de sacerdotes. El caso más famoso fue el fusilamiento del mártir jesuita Miguel Agustín Pro. En mayo de 1929 se empezó a hablar de llegar a algún acuerdo con el gobierno. El cese formal del conflicto se dio en junio de 1929, con los llamados «arreglos» entre el gobierno de Emilio Portes Gil y sólo dos representantes del episcopado mexicano: el obispo de Tabasco, Pascual Díaz, y el arzobispo de Morelia, Leopoldo Ruiz y Flores, quienes actuaron de buena fe. Con unos acuerdos vagos, basados sólo en promesas del ejecutivo, lo que resultó después fue que ambos obispos fueron engañados y el gobierno no cumplió su palabra. Por tanto, no hubo simulación o engaño por parte de la Iglesia.

«En segundo lugar están los combatientes cristeros. La mayoría depuso las armas obedeciendo las órdenes de la jerarquía católica, mientras que otros —los menos— continuaron en la lucha para defender la propia vida, porque una vez que entregaron las armas comenzó la cacería y asesinato vil de los cristeros —sobre todo de los jefes—, allí donde se les encontraba desarmados.

«El tema de los ‘Arreglos’ dejó regadas muchas amarguras, no pocas divisiones y malentendidos.

«El modus vivendi anhelado se fue logrando paso a paso, cuando cambiaron los protagonistas del conflicto y llegaron personajes de espíritu conciliador, como el presidente Manuel Ávila Camacho (1940 -1946). Por parte de la jerarquía mexicana hubo un hombre grande y providencial, el arzobispo de México Luis María Martínez, quien supo llevar las riendas con tacto y buenas relaciones diplomáticas».

¿Qué nos dejó, al final de cuentas, la lucha realizada por miles de católicos en México por defender su fe y su libre expresión?

«Son muchos los frutos que dejó la defensa de nuestra fe por los católicos en México, incluso hasta la sangre martirial. Una Iglesia católica en México unida en torno a sus pastores y sacerdotes, fidelísima al Papa. La devoción muy fuerte a Santa María de Guadalupe es también signo de unidad e identidad nacional; un florecimiento de vocaciones consagradas. Recordemos que como premio a la fidelidad de los defensores de la fe, Juan Pablo II canonizó al primer grupo de 25 mártires de la persecución —22 sacerdotes y 3 laicos—, durante el Gran Jubileo en Roma, el 21 de mayo del 2000.

«En fin, ellos nos dejaron un ejemplo vivo y admirable de lo que significa defender con valentía algunos de los derechos más sagrados del ser humano, como son la fe y su libertad religiosa. En nuestros días, México enfrenta grandes y nuevos retos que amenazan la vida humana desde su concepción, la seguridad y la sana convivencia social. Los ataques continuos a la familia y a la institución matrimonial. Esta es nuestra época y, desde luego, no se trata de emular lo que hicieron los católicos de hace 80 años, porque los tiempos han cambiado. Pero sí podemos aprender su ejemplo y ser como ellos: católicos valientes y decididos en la defensa de nuestros valores morales, religiosos y patrios para entregar a las nuevas generaciones la misma fe y un México más digno en el cual crecer y vivir. ¿Sabremos estar a la altura?».

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