Monseñor Francisco Jesús Orozco | Obispo de Guadix

Palabras de Monseñor Francisco Jesús Orozco el día de su ordenación

“He aquí que vengo para hacer tu voluntad” (Hb 10, 9).  El autor de la carta a los Hebreos nos ha situado en la atmósfera propicia para poder vivir en la obediencia de Cristo nuestra propia vocación cristiana. Hoy, este es el mejor contexto para rumiar, en el corazón de la liturgia cristiana, mi envío como sucesor de los Apóstoles a servir a la Iglesia: ¡aquí estoy para hacer tu voluntad!

 El Santo Papa Juan Pablo II, describía la misión de los obispos: “ser obreros en la mies de la historia del mundo con la tarea de curar abriendo las puertas del mundo al señorío de Dios, a fin de que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo.

Y nuestro ministerio se describe como cooperación a la misión de Jesucristo, como participación en el don del Espíritu Santo, que se le dio a él en cuanto Mesías, el Hijo ungido de Dios.” El ministerio episcopal solo se comprende a partir de Cristo, la fuente del único y supremo sacerdocio, del que el obispo es partícipe.

Por tanto, el obispo, decía el Santo Pastor, «se esforzará en adoptar un estilo de vida que imite la kénosis de Cristo siervo, pobre y humilde, de manera que el ejercicio de su ministerio pastoral sea un reflejo coherente de Jesús, Siervo de Dios, y lo lleve a ser, como él, cercano a todos, desde el más grande al más pequeño» (Juan Pablo II, Pastores gregis, 11).

Lo decía también San Juan de Ávila, maestro de santos y doctor de la Iglesia: “no son llamados a obispos para su provecho, no para riquezas, no para regalos, sino para trabajar en lo exterior y cuidados en lo interior; y no de cualquier cosa, sino de la más importante, cual es la gloria de Dios.”

El Papa Francisco, al inicio de su pontificado, en un encuentro con los nuncios y delegados pontificios, les ofrecía el papel de un obispo de hoy en cuatro notas bien concretas que pido al Señor poder vivir en mi ministerio:

1.- Que los obispos sean pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, que sean amables, pacientes y misericordiosos.

2.- Que amen la pobreza, tanto la interior, que hace libres para el Señor, como la exterior, que es sencillez y austeridad de vida.

3.- Que no tengan una psicología de príncipes.

4.- Que sean pastores con olor a oveja, que se alejen del “carrerismo fácil” y sean “humildes, mansos y estén al servicio del pueblo, para que “no se conviertan en lobos rapaces”.

Nos invitan a andar este camino, las lecturas del cuarto domingo de adviento, que nos traen la Navidad, que es Jesucristo, de las manos de María, siempre Virgen y modelo de servicio en la caridad a todos los hombres, en el misterio de la visitación a su pariente. Isabel ha experimentado la indignidad ante tan magno acontecimiento.

Ella, débil, anciana y pobre, se desconcierta ante la visita de su Señor en el sagrario virginal e inmaculado de su prima María.

Es la pequeñez del barro ante la grandeza de la Luz: “¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” Es la indignidad de Pedro al encontrar de nuevo a su Señor, después de las negaciones y el Amor misericordioso de Cristo, que siempre salva: “apacienta mis ovejas”. Es la pequeñez del hombre que ha experimentado su ser creatural ante la Presencia de su Hacedor.

Es la indignidad que hoy experimento ante la llamada del Señor que me ha elegido para ser sucesor de los Apóstoles. El Señor convierte la debilidad de mis piedras y límites en el pan de su cercanía ministerial.

Como dijera nuestro querido Papa emérito Benedicto XVI, “me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones”.  Rezad por mí y conmigo, con la oración colecta de esta Eucaristía: oh Dios, que, por pura generosidad de tu gracia, has querido ponerme hoy al frente de tu Iglesia de Guadix.  Concédeme ejercer dignamente el ministerio episcopal y guiar con la palabra y el ejemplo, bajo tu amparo, la grey que me has confiado.”

La Virgen María supo vivir esa disposición oblativa hasta el extremo: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra.” En un sermón de Navidad, predicando en el día de San Esteban, en un convento de monjas, decía San Juan de Ávila: “para dártelo a ti, lo pone María en el pesebre”.

La Virgen María nos da a Jesucristo mismo, el Buen Samaritano, que se acerca a todo hombre y “cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio común, VIII) y lo lleva a la posada, que es la Iglesia, donde hace que lo cuiden, confiándolo a sus ministros y pagando personalmente de antemano lo necesario para su curación. Y nos invita: “anda, haz tu lo mismo”.

Ante la realidad de ser elegido y llamado, corresponde la confianza: “el Señor que ha iniciado esta obra buena, Él la llevará a término”. Con la oración sobre las ofrendas, rezad por mí y conmigo, para que  el Señor aumente en mí el espíritu de servicio y lleve a término lo que me ha entregado sin mérito propio. En palabras de Santa Teresita me dice hoy: “confianza, es la mano de Jesús que dirige todo”.

Inicio, con alegría, la misión que acabo de recibir del mismo Cristo, por manos de los Apóstoles, en la Iglesia, habiendo sido agregado al Colegio episcopal por la plenitud del sacramento del Orden. Colegio Apostólico que sucede a los Doce, presididos por uno que preside, guía y confirma, el Santo Padre Francisco, que ocupa el lugar de Pedro.

Me dirijo con afecto al Sr. Nuncio de su santidad en España. Agradezco su presencia en esta celebración y su buen servicio en la Iglesia de España. Le pido que haga llegar al Papa mi afecto filial y mi gratitud por la confianza que me ha dispensado, al nombrarme sucesor de los Apóstoles y enviarme a presidir la Iglesia que camina en Guadix.

Pido al Señor que mi ministerio sirva siempre para que el Pueblo de Dios, que camina en esta Iglesia particular, siga siempre fiel al magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él.

Saludo a  los señores Cardenales, Arzobispos y Obispos que hoy nos honran con su presencia en ésta celebración, expresando nuestra comunión afectiva y efectiva  en el Colegio episcopal. La acogida fraterna que me habéis manifestado desde el momento en que se hizo público mi nombramiento ha sido, sin duda, uno de los consuelos con los que el Señor ha querido acercarme, por medio de vosotros, su presencia y la verdad de la comunión eclesial.

Queridos sacerdotes,  amigos y fieles de mi diócesis de origen, Córdoba;  a los de San Francisco Solano de Montilla, Santo Domingo de Guzmán y San Mateo de Lucena; a los de San Miguel y Ntra. Sra. de la Merced, en Córdoba; parroquias donde he ejercido mi ministerio sacerdotal como párroco: con vosotros he aprendido que servir a los hombres es la tarea y el gozo del pastor y, a la vez, es, en este servicio y en la comunidad orante donde encuentra su verdadero sustento.

¡Qué bella es la caridad pastoral! Como decía el Santo Obispo de Hipona: “lo más temible en este cargo es el peligro de complacernos más en su aspecto honorífico que en la utilidad que reporta a vuestra salvación. Mas, si por un lado me aterroriza lo que soy para vosotros, por otro me consuela lo que soy con vosotros.

Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros”. Los distintos destinos pastorales han configurado mi vida personal y sacerdotal. Habéis sido el regalo más preciado que Cristo me ha donado en mi sacerdocio. ¡Cuántos testigos verdaderos y silenciosos del evangelio! ¡Cuántos buenos cristianos y almas grandes me he encontrado y me han ayudado a alimentar mi propia vida cristiana y mi vida sacerdotal! Gracias por haberme regalado a Cristo en vuestras vidas, en vuestras historias personales, en vuestros gozos y cruces.

Mi gratitud a quienes han sido mis Obispos consagrantes, que acompañaron mi sacerdocio en Córdoba: D. Javier, D. Juan José y D. Demetrio.  Hasta el momento de mi nombramiento episcopal, he colaborado con D. Demetrio muy cercanamente como vicario general. Quiero agradecerle que siempre, pero más intensamente en estos dos meses, ha sido un verdadero padre y ángel custodio de mis primeros pasos en esta nueva etapa episcopal. 

¡Gracias D. Demetrio, por todo el cariño e interés que ha puesto en ayudarme en mi incorporación a este ministerio y a mi querida Iglesia de Guadix! Y Felicidades. Hoy hace 44 años que el Señor lo hacía sacerdote para toda la eternidad.

Y qué alegría poder compartir este ministerio apostólico con hermanos a los que estuve unido en el presbiterio diocesano de Córdoba: D. Santiago, obispo auxiliar de Sevilla y D. Mario, Obispo de Bilbao.

Cuando miro mi vida a la luz de la Providencia divina y de todos sus regalos, mi pensamiento se dirige agradecido, en primer lugar, a vosotros, mis queridísimos padres, que siempre habéis sabido darlo todo en grandes sacrificios por mi bien.

Os agradezco haber sido para mí el verdadero libro para entender el valor del trabajo y el servicio sencillo en la vida cotidiana. Papá, mamá: gracias por haber sido el mejor ejemplo para leer en las dificultades y en las contrariedades la sabiduría de la cruz, que conduce siempre a la Vida.

Querida hermana, cuñado, sobrinos, familia y paisanos de Villafranca, mi pueblo natal. Compartimos raíces que fortalecen nuestra vida y nuestra fe. Os agradezco a todos vuestra presencia numerosa aquí esta mañana, vuestras oraciones y tanta alegría cristiana como en estos meses habéis expresado, porque el Señor ha llamado a un villafranqueño para ser obispo. Ponedme en el corazón de la Virgen de los Remedios.

Y hoy, sobre todo, quiero saludaros y agradeceros vuestra oración, a vosotros, hermanos y hermanas de la Iglesia de Guadix.  Saludo y felicito a D. José Francisco, administrador diocesano, que, en estos meses, desde que se fuera a Getafe nuestro querido D. Ginés, has sabido conducir y orientar todas las tareas diocesanas desde el corazón de Cristo.

El Señor pague tu generosidad y buen servicio a la Iglesia. Os saludo a todos, queridos sacerdotes, diácono, seminaristas mayores y menores, religiosos y religiosas, contemplativas, movimientos y asociaciones, hermandades y cofradías, familias cristianas, jóvenes y ancianos, niños. Un saludo lleno de cercanía para los que pasáis por momentos de dificultad, sufrimiento o soledad. A todos os llevo en mi oración y en el corazón, desde el día en que el Señor Nuncio me señalaba Guadix, de parte del Papa, como el lugar de la Providencia para mí.

 Os muestro mi plena disponibilidad. Como dijera Santa Teresa mirando a Jesucristo, os digo yo a vosotros: “vuestro soy, para vosotros nací ¿qué mandáis hacer de mí?”. Vengo a unirme a vuestra rica historia de fe que tantos frutos ha dado desde su fundación, allá por el año 47 de nuestra era, por nuestro Patrón y primero de los siete Varones apostólicos, San Torcuato.

A él, Obispo mártir santo, me encomiendo y pongo bajo su intercesión todas nuestras tareas diocesanas. Su sangre, unida a la de todos los mártires con cuna en Guadix (Beato Manuel Medina Olmos, San Pedro Poveda y otros muchos) y a la de toda la Iglesia, es semilla de cristianos y de una historia rica de fe, que nos hace gritar con esperanza, mirando a Cristo: “tus heridas nos han curado”.

Con el apóstol Pedro os digo: “no tengo plata ni oro, pero os doy lo que tengo” ( Hch 3,6), a Jesucristo. Deseo que me permitáis caminar con vosotros, como un hermano enviado por el Señor que viene a unirse a los trabajos duros que lleváis adelante por el Evangelio y que quiere serviros y estar cerca especialmente de los más pobres y quienes peor lo pasan.

Permitidme un saludo especial y mi agradecimiento para todos los que os habéis esmerado en la preparación de ésta solemne celebración. Antes de ayer, pude saludar a los voluntarios, en gran parte procedentes de las diferentes Hermandades y Cofradías, a los que quiero mostrar mi respeto y agradecimiento por su servicio eclesial hoy.

Mi agradecimiento al Cabildo catedralicio, Sacerdotes coordinadores, diáconos, seminaristas, voluntarios, protección civil, fuerzas de seguridad, equipos sanitarios y de emergencias, medios de comunicación, federación de Hermandades y Cofradías, coros Acyda, Accichorus, Antiguos escolanos, Pueri cantores “María Briz” y a D. Rafael Pascual, organista.

Saludo, también, con respeto a las autoridades civiles, militares, judiciales y educativas de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia de Granada y de la Diócesis de Guadix, así como a los venidos desde Córdoba, Lucena y Villafranca.

Gracias por vuestra presencia, que pone de manifiesto la llamada a trabajar juntos por el bien común y la dignidad del hombre, que nunca puede ser encarcelada en una existencia ajena a lo trascendente, donde termina esclavo de sí mismo. Contad siempre con mi oración en vuestra delicada y difícil función civil. Quiera el Señor que siempre podamos trabajar en la construcción de un tejido social donde todo creyente se encuentre respetado en sus expresiones religiosas.

Guadix es tierra de María. Así lo expresan tantas advocaciones entrañables que recogen el amor a la Virgen: Angustias, Piedad, Gracia, Cabeza, Purificación y otras muchas tan arraigadas en el corazón mariano de nuestra diócesis.

A la Madre de Cristo y Madre nuestra encomiendo mi servicio episcopal. Que Ella me haga siempre, con la mirada puesta en el cielo, testigo alegre, cercano y misericordioso del Corazón resucitado del Buen Pastor en la tierra, aquí en Guadix. Miremos juntos al que María pone en el pesebre y digamos con nuestra vida: “Tus heridas nos han curado”.

Amén.