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LUIS-FERNANDO VALDÉS

Periódico AM Querétaro

Otra semana de comparencias en el Congreso estatal, en la que se volvió a discutir sobre la llamada «ley antiaborto». Entre los argumentos a favor de la despenalización de la interrupción del embarazo, que se expusieron a los legisladores, algunos incluían razones que parecen dirigidas a un «Querétaro virreinal», al que instarían a modernizarse.

En alguna ponencia se aseguraba que negar a mujeres violadas el derecho a abortar, implicaría simplemente creer que las concepciones medievales regresan por la imposición de una minoría. También se aludió en varias exposiciones a «la derecha», que sería la que estaría tratando de coaccionar a que todas las mujeres procedieran de la misma manera en caso de violación.

Con todo el respeto hacia esas posturas, diferimos en el enfoque. El esquema virreinal, en el que la Iglesia y la Corona estuvieron solidarizadas, no es el contexto actual de nuestro Estado. Parecería que lo que denominan «la derecha» es una repetición de ese paradigma, al que unos pocos tratarían de hacer volver al País.

Es una cuestión muy compleja, porque ni la Iglesia romana sostiene esa postura, ni la gran mayoría de los católicos desea retornar al pasado. Que haya algunos particulares que tengan esa aspiración, no justifica que todo creyente coherente con su fe sea incluido en esa categoría política.

Además, presentar un argumento sobre el aborto desde una categoría sociológica o política no es quizá el más adecuado, porque el resultado es un desplazamiento del foco del problema, y alejamiento del núcleo del tema. Lo central en la cuestión del aborto es el reconocimiento de la vida humana del recién concebido. Pero con el argumento de ‘la derecha», el acento se pone en otro lado: el miedo al retroceso histórico.

Además, con la categoría de «la derecha» se insiste en que la Iglesia emplea el miedo y la coacción de las conciencias, para conseguir fines ideológicos. Pero si queremos ser intelectualmente honestos, con independencia de nuestras creencias, tenemos que aceptar que la Iglesia cambió su esquema argumentativo desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), que los Papas recientes han seguido fielmente.

Si se presta atención al mensaje de la Constitución «Gaudium et spes» del citado Concilio, se descubre rápidamente que la Iglesia pasa de los «anatemas» a una explicación abierta de su misión, y que no amenaza con condenas, sino que ofrece propuestas de ayuda moral al mundo contemporáneo. También podría ver que la Declaración «Nostra Aetate» indica a los fieles católicos tener un trato tolerante y respetuoso hacia las otras religiones y hacia los no creyentes.

Si toma en cuenta la Encíclica «Veritatis Splendor» de Juan Pablo II, resulta notorio que, en todo momento, la postura de la Iglesia respecto al aborto no es una negativa a la modernidad, sino una defensa de la vida; que no es un pleito ni una condena contra la mujer, y menos una búsqueda del retorno a los Estados pontificios.

Cuando se plantea la ley antiaborto como la imposición de una ideología trasnochada, la propuesta a favor de la despenalización del aborto no va al fondo de la cuestión actual sobre el estatuto ontológico del engendrado: en el estado actual de los descubrimientos científicos sobre embriología y genética ¿el nascituro es un ser humano o no? El debate pues no debe centrarse en categorías sociológicas ni religiosas, sino en la realidad y los derechos del ser concebido y en la ayuda a la mujer que ha sido embarazada por violación.

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