Bienaventuranzas de la Iglesia

Bienaventurada la IGLESIA,

incomprendida y calumniada, porque –en esa indefensa aparente– se purifica

y se criba su futuro, su autenticidad, su ser profeta y su hondo espíritu.

Que nunca se canse de dibujar y presentar el rostro de Jesús.

Bienaventurada la IGLESIA,

que acompaña en el llanto a los que sufren. La Iglesia que, como madre,

no solamente consuela y llora sino que trabaja por aquellos que están

sumergidos en horas amargas.

Que la luz que la dirige sea también luz para el resto de los hombres: ¡Cristo!

Bienaventurada la IGLESIA,

que sufre por causa del Evangelio. La que, teniendo como único Salvador

a Cristo, lamenta al ver como muchos de sus hijos se apartan de su Camino,

de su Verdad, de su Vida.

Que no deje de alentar a los hombres a buscar metas más altas:

ser como Dios manda.

Bienaventurada la IGLESIA,

que lucha por una justicia distinta a la del hombre. Aquella Iglesia

que no confunde el bienestar de algunos con la dignidad y los derechos

de todos los seres humanos.

Que, una y otra vez, insista en el corazón de las personas para que

no sean vasallos sino de Dios.

Bienaventurada la IGLESIA,

que ama a corazón abierto. Aquella Iglesia que, por ser misericordiosa,

aguarda y señaliza el camino de vuelta a casa para todos aquellos

que la abandonaron.

Que jamás pierda su creatividad y sus carismas para que, el ser humano,

participe, apetezca y añore tantos bienes de los cuales Dios nos hace partícipes.

Bienaventurada la IGLESIA,

que, con sinceridad, busca y pide amar a Dios con un corazón limpio.

Esa Iglesia que, mirándose a sí misma, se siente pecadora y santa,

humana y divina.

Que siembre en la conciencia de las personas el amor a Dios

por encima de otros pequeños dioses.

Bienaventurada la IGLESIA,

que reza y trabaja por la paz y, en todos los rincones del mundo, promueve

la evangelización para que los pueblos descubran que, sin Dios, nunca habrá

paz verdadera.

Que pregone, con ilusión y con fuerza, que el Reino de Dios está llamando

a nuestra puerta.

Bienaventurada la IGLESIA,

que, ante el insulto, sigue trabajando por la causa del Reino de Dios.

La Iglesia que, ante la incomprensión, no se echa atrás y sigue

presentando su mensaje de salvación.

Que siga siendo pionera, allá donde se encuentre, en la promoción de la vida,

de la dignidad y de la salvación del hombre por Jesucristo.

La iglesia: un camino para saborear las bienaventuranzas.

P. Javier Leoz