1 de Junio – Por qué este dolor – Lecturas diarias

Sábado, 1° de junio de 2013
Semana 8ª durante el año
Eclesiástico 51, 12-20a / Marcos 11, 27-33
Salmo responsorial Sal 18, 8-11
R/. “¡Tus preceptos alegran el corazón, Señor!”

Santoral:
San Justino, San Pánfilo, San Renán,
San Caprasio, Beato Aníbal y Beato
Juan Bautista Scalabrini

¿Por qué este dolor?

Una de las realidades que menos comprendes es la del dolor.
¿Por qué tengo que sufrir esta enfermedad?
¿Por qué me ha tocado a mí que tengo familia,
hijos, posesiones, riquezas?

¿Por qué me ha tenido que venir este dolor
en la flor de mis años?
¿Por qué me deja mi novia o novio?
¿Por qué se ha muerto mi padre o mi mejor amigo?
¿Por qué¿ ¿Por qué?…
Y así podrías ir enumerando
todos los porqués que tú quieras.
En este día, en el que ves desfilar
ante tus ojos imágenes bellas
y una música agradable para tus oídos,
el dolor parece el contrapunto a todo eso.
Y es verdad.

Pero, ¿qué adelantas con tantas quejas
y por qué te martilleas la cabeza con tantas preguntas?
Todos sufrimos. El dolor no se comprende, se combate.
Sé que no te vale que diga que otros sufren igual que tú.
La gran respuesta al tema del dolor que padeces
–que padecemos– únicamente se encuentra
–para los creyentes– en la luz.

Jesús fue un ser de luz.
Justamente esa luz le daba una gran serenidad
bajo la mirada de su Padre celestial.
Otra clave para el dolor te viene dada
por el hecho de saber que eres amado por Dios.
Me contaba una pareja de jóvenes
de otro continente que en cada beso que se daban,
en cada susurro de su labios,
en cada paso que daban contemplando paisajes,
flores de diversos colores, decían siempre:
”Dios nos ama. Amemos a Dios”.

De esta forma, comentaban,
nuestra vida transcurre por las sendas
de este mundo sin sentir el zarpazo del dolor.
Todo lo vemos con naturalidad:
la salud, la enfermedad y el dolor.
Conectamos nuestras pilas con el amor de Dios.
Eso es todo.

¡Vive hoy feliz!

P. Felipe Santos Campaña SDB

Cápsulas Litúrgicas

La figura del director de cantos

En la Instrucción General del Misal Romano se prevé que, tanto si hay coro como si no lo hay, un director de coro dirija el canto de la asamblea.

“Es conveniente que haya un cantor o un maestro de coro para que dirija y sostenga el canto del pueblo. Más aún, cuando faltan los cantores, corresponde al cantor dirigir los diversos cantos, participando el pueblo en la parte que le corresponde”. (IGMR 104)

Aquí encontramos la raíz de la figura del animador del canto, una figura surgida en muchas comunidades cristianas. Su tarea es que la asamblea cante cuando le corresponde. Pero no es tan sólo eso. No es un simple director de coro al frente de la comunidad, es un verdadero animador.

Por eso, el animador debe tener una buena preparación musical y pedagógica, porque, además de saber dirigir un canto, debe ser capaz de ensayarlo. Y también debe tener una formación litúrgica, ya que su papel en la elección de los cantos es importantísimo: nadie como él para conocer a la comunidad que sirve y saber cómo ayudarla a orar.

Su gesto debe ser claro e inteligible, amable y discreto. Se encuentra al servicio de la comunidad celebrante: debe procurar que la asamblea se oiga, y se oiga a sí misma. Por eso, el animador debe evitar, en la medida que pueda, ponerse detrás de un micrófono: puede ahogar y anular a la asamblea; aunque lo haga con la mejor de las voluntades.

Liturgia – Lecturas del día

Sábado, 1° de Junio de 2013

Al que me dio la sabiduría. le daré gloria

Lectura del libro del Eclesiástico
51, 12-20a

¡Señor, te daré gracias y te alabaré!
Bendeciré el nombre del Señor.
En mi juventud, antes de andar por el mundo,
busqué abiertamente la sabiduría en la oración;
a la entrada del Templo, pedí obtenerla
y la seguiré buscando hasta el fin.
Cuando floreció como un racimo que madura,
mi corazón puso en ella su alegría;
mi pie avanzó por el camino recto
y desde mi juventud seguí sus huellas.
Apenas le presté un poco de atención, la recibí
y adquirí una gran enseñanza.
Yo he progresado gracias a ella:
al que me dio la sabiduría le daré la gloria.
Porque resolví ponerla en práctica,
tuve celo por el bien y no me avergonzaré de ello.
Mi alma luchó para alcanzarla,
fui minucioso en la práctica de la Ley,
extendí mis manos hacia el cielo,
y deploré lo que ignoraba de ella.
Hacia ella dirigí mi alma,
y, conservándome puro, la encontré.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 18, 8-11

R. ¡Tus preceptos alegran el corazón, Señor!

La ley del Señor es perfecta,
reconforta el alma;
el testimonio del Señor es verdadero,
da sabiduría al simple. R.

Los preceptos del Señor son rectos,
alegran el corazón;
los mandamientos ,del Señor son claros,
iluminan los ojos. R.

La palabra del Señor es pura,
permanece para siempre;
los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R.

Son más atrayentes que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo del panal. R.

EVANGELIO

¿Con qué autoridad haces estas cosas?

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos
11, 27-33

Después de haber expulsado a los vendedores del Templo, Jesús volvió otra vez a Jerusalén. Mientras caminaba por el Templo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos se acercaron a Él y le dijeron: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿O quién te dio autoridad para hacerlo?»
Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. Díganme: el bautismo de Juan Bautista, ¿venía del cielo o de los hombres?»
Ellos se hacían este razonamiento: «Si contestamos: «Del cielo», Él nos dirá: «¿Por qué no creyeron en El?» ¿Diremos entonces: «De los hombres»?» Pero como temían al pueblo, porque todos consideraban que Juan había sido realmente un profeta, respondieron a Jesús: «No sabemos».
Y Él les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago estas cosas».

Palabra del Señor.

Reflexión

Eclesiástico 51,17-27: Termina nuestra lectura del Eclesiástico con un cántico de alabanza a la sabiduría. El autor muestra una legítima satisfacción porque desde joven la ha seguido y gozado de sus frutos.
Da envidia pensar que este buen hombre, Jesús hijo de Sira, desde joven sólo consideró como riqueza apetecible poseer la sabiduría de Dios, ver las cosas y los acontecimientos desde los ojos de Dios: «Deseé la sabiduría con toda mi alma, la busqué desde mi juventud… mi corazón gozaba con ella… presté oído para recibirla… mi alma saboreó sus frutos».
Ojalá pudiéramos también nosotros afirmar, al final de una jornada, o de un año, o de la vida, que nos hemos dejado guiar por la verdadera sabiduría, la de Dios, sin hacer mucho caso a otras palabras y otras propagandas que nos bombardean continuamente.
Escuchamos muchas veces la Palabra de Dios, la que nos dirige el Maestro que Dios nos ha enviado, Cristo Jesús: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Pero ¿podemos decir que se nos pega su sabiduría, su visión de las cosas? ¿que se nos va comunicando poco a poco la mentalidad de Dios, la que aparece en las lecturas del AT, en las del NT y sobre todo en el evangelio de Jesús?
La Palabra de Dios no es una doctrina que hay que saber como recuerdo histórico: es palabra viva dicha para nosotros hoy y aquí. Una palabra y una sabiduría que tiene fuerza para iluminar y transformar todos los posibles vericuetos de nuestra vida.
Seguimos a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Tenemos, por tanto, más motivos que el Eclesiástico para alegrarnos de tener la sabiduría de Dios muy cerca. En nuestro estilo de conducta y en las decisiones que vamos tomando, se tendría que notar que Jesús, el Maestro, nos va enseñando sus caminos.

Marcos 11,27-33: La escena de hoy es continuación de la de ayer: ante el gesto profético de Jesús expulsando a los mercaderes y cambistas del Templo, las autoridades, alborotadas por un gesto tan provocativo, envían una delegación a pedirle cuentas de con qué autoridad lo ha hecho.
Jesús no les contesta, sino que a su vez les propone una pregunta. Cuando él ve que no hay fe, o que hay doblez en la pregunta, considera inútil dar argumentos. A veces se calla dignamente, como ante Caifás, Pilatos o Herodes. A veces contesta con un argumento ad hominem o planteando a su vez preguntas, como en el caso de la moneda del César. Jesús también sabe ser astuto y poner trampas a sus interlocutores, desenmascarando sus intenciones capciosas.
La pregunta de los jefes no era sincera. Sólo el Mesías, o quien viene con autoridad de Dios, podía tomar una actitud así, acompañada como está, además, de signos milagrosos que no pueden ser sino mesiánicos. Pero eso no lo admiten. Es inútil razonar con estas personas. Jesús no les va a dar el gusto de afirmar una cosa que no van a aceptar y que les daría motivos de acelerar su decisión de eliminarlo. Desde ahora se van a precipitar las cosas, con fuertes controversias que desembocarán en el proceso y la ejecución de Jesús.
Ante los gestos proféticos que también ahora se dan en el mundo y en la Iglesia, deberíamos afinar un poco más nuestra reacción.
Hay que saber discernir personal y comunitariamente, bajo la guía de los responsables de la comunidad, si los movimientos o las voces nuevas vienen o no del Espíritu. Pero no deberían ser los intereses personales o el orgullo o la pereza ante los cambios lo que motive nuestra decisión. Los jefes que interpelan a Jesús, llenos de autoridad ellos, llenos de sabiduría, rechazan ya de entrada toda explicación que les vaya a dar: ¿quién es éste para poner en tela de juicio nuestra manera de organizar las cosas del Templo? Cuando no nos interesa un mensaje, intentamos desautorizar al mensajero. Cuando un profeta nos interpela en una dirección que sacude nuestros hábitos mentales o nuestra comodidad o nuestros intereses, en lugar de preguntarnos si vendrá de Dios, nos dedicamos rápidamente a desprestigiar al profeta, para no tener que hacerle caso. A los judíos les pasó con el Bautista y luego con Jesús. A nosotros nos pasa siempre que en nuestro camino vemos u oímos voces proféticas que ponen en evidencia nuestra pereza y nuestros fallos, o nos estimulan hacia caminos más exigentes. Lo hacemos con mayor disimulo que los jefes de Jerusalén. Pero lo hacemos. Ignoramos al profeta. No nos damos por enterados de lo que Dios nos estaba queriendo decir. Luego no nos quejemos de la obstinación de los judíos.

J. Aldazabal
Enséñame Tus Caminos