La vida contemplativa. Corazón orante y misionero.
Queridos hermanos y hermanas, Paz y Bien:
El domingo 16 de junio se celebra en la Iglesia universal la solemnidad de la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero. Se trata del misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo; y se trata del dogma fundamental que profesa la fe de la Iglesia desde los comienzos del cristianismo.
Dios es el creador de todo cuanto existe y su huella ha quedado marcada en cada una de las criaturas. Dios es Amor, que se ha revelado a la humanidad a través de su Palabra y especialmente en el Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. El Creador, que es Amor, ha dado vida y ha sembrado su bondad en todas las cosas, “Y vio Dios que era bueno” (Gn 1,12.18.21.25).
De entre todas las criaturas Dios creó con esmero al hombre y a la mujer, e insufló en ellos su Espíritu. Por eso surgirá una relación de amor entre la Humanidad con su Creador. Una relación que se romperá y que se volverá a atar con la misericordia infinita de un Dios que se revela como Padre.
Y de un Dios que se deja contemplar desde el corazón orante de los creyentes. Contemplar a Dios y amar a Dios sobre todas las cosas es una llamada para todos los cristianos de todas las épocas y lugares, que se convierte en un don y en una vocación especial para aquellos hombres y mujeres que, dejándolo todo, se recogen en el desierto espiritual de la oración y en el desierto físico de los monasterios y conventos, siendo sus vidas la alabanza de toda la Iglesia a ese Dios que es Padre e Hijo y Espíritu Santo.
Por eso, en este Día de la Santísima Trinidad, los cristianos celebramos la jornada Pro Orantibus, mediante la cual estamos invitados por la Iglesia a recordar y orar por esos nuestros hermanos contemplativos y hermanas contemplativas.
Se trata de rezar en este día del calendario por las vocaciones contemplativas en solidaridad con los monjes y monjas, eremitas o ermitaños que todos los días del año nos hacen presentes, a nosotros y a nuestras necesidades, en sus oraciones.
Si la vida consagrada es una gracia divina para la Iglesia, lo es de gran importancia y de gran necesidad la vida consagrada contemplativa. Se trata de una vocación, de un carisma y de una misión que no siempre se entiende en la sociedad y en la cultura de nuestro tiempo; e incluso me atrevería a decir que tampoco es entendida por algunos cristianos.
Hay quienes la consideran una vida “desperdiciada” o “desaprovechada” al no saber valorar suficientemente sus frutos ni los frutos de la oración. Por eso hoy todos los cristianos de nuestra Diócesis de Guadix estamos invitados a dar a conocer esta vocación tan específica de la Iglesia y a ponerla en valor ante quienes la cuestionan.
El lema de la jornada Pro Orantibus de este año que los obispos españoles proponemos es “La vida contemplativa. Corazón orante y misionero”, a partir de la constitución apostólica Vultum Dei quaerere del Papa Francisco y la consecuente instrucción aplicativa Cor orans.
Desde el origen de la Iglesia han sido innumerables los hombres y las mujeres que se han dedicado a buscar y contemplar el rostro de Dios, viviendo la santidad en el silencio y muchas veces en el anonimato con el que tantos de ellos viven en la clausura, apartados de ese mundo que se pierde buscando la felicidad por caminos distintos a los que Dios nos ofrece.
Los religiosos y las religiosas de vida contemplativa son unos enamorados de Dios que se convierten en profecía y signo, comunidades situadas como ciudad sobre el monte y lámpara en el candelero (Mt 5,14-15).
Ellos, siguiendo a Cristo, el primer contemplativo, han convertido a Dios en el centro de su corazón y le siguen en la misión de mostrar el rostro de Dios y el Evangelio en los lugares en los que las comunidades de consagrados contemplativos se hacen presentes, mostrando a quien es el corazón del mundo, Cristo.
En mi reciente llegada a la Diócesis de Guadix me encontré con los procesos abiertos de supresión de dos de los monasterios que durante varios siglos han acogido comunidades de religiosas contemplativas: el Monasterio de Santa Clara de Guadix, de la Orden de las Clarisas Franciscanas, y el Monasterio de la Madre de Dios de Huéscar, de la Orden de Predicadores (Madres Dominicas).
Creedme cuando os digo que las supresiones de ambos monasterios, llevadas a cabo en los últimos meses, han sido para mí una experiencia dolorosa como pastor, pero que vivo con la esperanza puesta en el Señor, que no deja a su Iglesia sin los tesoros de la vida consagrada. A estas dos supresiones hay que añadir la anterior del Monasterio de la Inmaculada Concepción de Guadix, de la Orden de las Concepcionista Franciscanas.
En poco más de un año se han cerrado tres de los cuatro monasterios con presencia de comunidades de religiosas contemplativas. En la actualidad contamos con un único monasterio, el de la Santísima Trinidad de Baza, de la Orden de Predicadores (Madres Dominicas). Se trata de una comunidad compuesta por dieciséis mujeres, entre profesas solemnes, profesas simples y postulantes. Ellas son muy queridas y apreciadas, famosas en la localidad y en otros lugares por los dulces que elaboran. Pero ellas, ante todo, aportan con su oración el oxígeno espiritual que nuestra Diócesis necesita.
Es cierto que esta sequía de vocaciones a la vida consagrada contemplativa que se vive especialmente en Europa, y que nosotros también estamos padeciendo (España tiene un tercio de los monasterios y de los contemplativos de todo el mundo, y se cierra una media de un monasterio cada mes), viene motivada por muchos factores. Pero la falta de vocaciones se ha convertido en la principal de las causas del cierre incesante de monasterios y de conventos que estamos sufriendo y viendo con nuestros ojos.
Esta realidad no tiene que hacernos perder la esperanza, pero no debe dejar de preocuparnos. Por eso hoy hago una llamada para que no nos cansemos de pedir al Señor todos los días por las vocaciones, especialmente a la vida consagrada, y en particular a la vida consagrada contemplativa. Pidamos por las que ya hay, para que perseveren y vivan en santidad. Y pidamos para que pronto en nuestra Diócesis podamos contar con nuevas comunidades y nuevas presencias.
Trabajemos todos en los ambientes en los que vivimos y nos movemos (parroquias, familias, colegios, etc.) para dar a conocer esta vocación y forma de vida. Pero procuremos nosotros intentar conocer mejor a estos hombres y mujeres que han hecho de su vida una oración y un canto de alabanza para nuestro Dios, porque ellos también nos pueden ayudar a todos los bautizados a ser más contemplativos, pues, como dice San Agustín en sus Confesiones: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti».
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Francisco Jesús Orozco Mengíbar,
Obispo de Guadix