Así se elige al Papa en un Cónclave
La elección del Papa tiene lugar en la Capilla Sixtina, en un ambiente de oración, sigilo y solemnidad. Los cardenales electores (actualmente 133) son los responsables de elegir al nuevo Pontífice mediante un proceso reglado al detalle por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis.
Cada cardenal recibe varias papeletas con la inscripción latina “Eligo in Summum Pontificem” (“Elijo como Sumo Pontífice”) y un espacio para escribir el nombre del candidato. Las papeletas se reparten antes de cada votación. Luego se sortean nueve cardenales para roles específicos: tres escrutadores, tres encargados de recoger los votos de los enfermos (infirmarii) y tres auditores.
Antes de comenzar, los responsables de las ceremonias abandonan la Capilla Sixtina, que es cerrada por el último cardenal diácono. Si hay cardenales enfermos fuera, los infirmarii van hasta ellos con una urna sellada y papeletas. Una vez que todos han votado, la urna se abre frente a los presentes.
Cada cardenal escribe el nombre de su elegido, dobla la papeleta y la lleva al altar, donde pronuncia un juramento de conciencia y la deposita en una urna. Los enfermos en la Capilla entregan su papeleta a uno de los escrutadores, quien la lleva al altar.
Una vez reunidas todas las papeletas, se barajan y se cuenta si su número coincide con el de los votantes. Si hay error, se destruyen y se repite la votación. Si coinciden, comienza el recuento: uno de los escrutadores abre cada papeleta, otro la verifica y el tercero lee el nombre en voz alta. Todos los cardenales anotan los votos en hojas individuales.
Si se encuentran dos papeletas pegadas, se cuentan como un solo voto si tienen el mismo nombre; si son distintos, no se cuentan. Una vez finalizado el escrutinio, los nombres y los votos se registran y las papeletas se ensartan con una aguja para conservarlas.
Después, las papeletas se queman en una estufa de hierro fundido instalada en 1939. Los productos químicos que se añaden al humo indican el resultado: negro si no hay elección, blanco si ya hay Papa.
Para elegir al nuevo Pontífice se requiere una mayoría de dos tercios (por ejemplo, 89 votos si hay 133 electores). Si no se logra tras varias votaciones (cuatro por día: dos por la mañana y dos por la tarde), se hacen pausas para orar, dialogar y escuchar una exhortación espiritual. Estas pausas se repiten cada siete votaciones fallidas, guiadas sucesivamente por los decanos de las órdenes de diáconos, presbíteros y obispos.
Si tras todas las rondas no hay consenso, los cardenales deben elegir entre los dos más votados en la última votación. En esa ronda final, esos dos no pueden votar, y sigue siendo necesario alcanzar los dos tercios de los votos.
Así, en un clima de discernimiento y oración, se elige al nuevo sucesor de San Pedro.