CUENTAS’ ROSARIERAS DESDE EL CAÑAMELAR

Estudiar el Santo Rosario con Antonio Díaz Tortajada. Hoy … Los Misterios Dolorosos

( Desde El Cañemelar, Jose Angel Crespo Flor).- Tras publicar y publicitar las reflexiones que, sobre los Misterios Luminosos y Gozosos, ha realizado su autor, el sacerdote, poeta y periodista valenciano Antonio Díaz Tortajada hoy ahondamos sobre los Misterios de Dolor. Unos misterios que debían de acompañar al Ejercicio piadoso, muy recomendado por cierto, del Vía Crucis los Viernes de Cuaresma. Antonio, como en las anteriores entregas (Misterios Luminosos y Gozosos), ha ahondado en cada misterio y lo ha hecho de forma magistral, cosa esta que a nadie de los que le conocemos nos extraña porque como escritor tiene una fama reconocida e incluso con varios e importantes premios en su haber.

Ahora, tras esta tercera entrega, solo quedará una cuarta entrega, la que hará referencia a Los Misterios Gloriosos. Entrega que, Dios mediante, realizaremos la próxima semana para que así, con estas reflexiones, sepamos todos valorar más y mejor esta Práctica de Piedad que no por antigua está anticuada sino que es muy actual gracias, sobre todo, a los diferentes papas que han puesto mucho empeño en difundir, popularizar y sobre todo, estudiar, a través de Cartas Encíclicas una Oración que, como alguno de ellos ha dicho, es el compendio del santo Evangelio.

Pero vamos a dejar a Antonio y sus siempre acertados comentarios acerca hoy de los Misterios Dolorosos.

Misterios dolorosos
1. La oración del Señor en Getsemani. (Lc 22, 39-46)
María: Estuviste muy cerca de las huellas
que tu Hijo marcaba por los caminos de Galilea.
El dolor y la soledad te acompañaron a lo largo de tu vida.
Llegado al umbral de su Pascua,
Jesús está en presencia del Padre,
había llegado su hora,
aquella hora que tu forzaste anticipar en Caná de Galilea.
―Ha llegado la hora‖
la hora prevista desde el principio,
anunciada a los discípulos,
que no se parece a ninguna otra hora,
que contiene y las compendia todas
justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.
Aquella hora da miedo pero no se apaga su esperanza.
De este miedo no se te oculta nada, María.
El dolor que vive tu Hijo encima de aquella roca
a los pies de un olivo
produce en tus entrañas miedo, terror y repugnancia.
Pero allí, en el culmen de la angustia,
Jesús, como tu, Madre del dolor,
se refugia en el Padre con la oración.
En Getsemaní, entre los olivos y en aquella tarde,
la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,
tan áspero que en el rostro de Jesús
el sudor se transforma en sangre.
La vida de tu Hijo es un mar embravecido cuyas dimensiones sobrepasan cuanto nosotros podemos imaginar.
Es la hora de Getsemaní.
Es también tu hora María:
La del dolor y la sangre.
Toda la historia del pecado de la humanidad
pesa sobre vuestras espaldas.
Es el precio del rescate.
Y Jesús osa una vez más, ante del Padre,
manifestar la turbación que lo invade:
―¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya‖.
Dos voluntades se enfrentan por un momento
para confluir luego
en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:
―Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,
y que lo que el Padre me manda, yo lo hago‖.
María del huerto de los Olivos:
Que sepamos beber a ojos cerrados el cáliz de tu hijo Jesús,
sin querer saber lo que hay dentro.
Nos basta, como a ti, saber que es el cáliz de Jesús.
Una vez más enséñanos a hacer la voluntad del Padre,
Aunque esta esté cargada de sudor, lágrimas y sangre.
Amén.

2. La flagelación del Señor. (Jn 18, 33, 19;1)
María: Tu corazón empieza a sufrir.
Comienza la pasión dolorosa de tu Hijo.
Primero la desnudez: Jesús es despojado de su dignidad.
Después los azotes: El cuerpo se cubre de sangre.
A la condena inicua se añade el ultraje de la flagelación.
Jesús entregado en manos de los hombres,
su cuerpo es desfigurado.
Aquel cuerpo nacido de tus entrañas
qué hizo de Jesús el más bello de los hijos de Adán,
qué dispensó la unción de la Palabra
―la gracia está derramada en tus labios‖—
ahora es golpeado cruelmente por el látigo.
Es el precio del rescate humano.
El rostro transfigurado en el Tabor
es desfigurado en el pretorio:
Rostro de quién, insultado, no responde;
de quién, golpeado, perdona;
de quién, hecho esclavo sin nombre,
libera a cuantos sufren la esclavitud.
Es el precio del rescate humano.
Jesús camina decididamente por la vía del dolor,
cumpliendo en carne viva,
hecha viva voz, la profecía de Isaías:
―Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos‖
Profecía que se abre a un futuro de transfiguración.
María: Madre de Jesús despojado de su dignidad
–reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser—
y Madre de tantos hermanos profanados en su cuerpo,
tú aceptaste asumir el dolor
hasta el último trago al contemplar a tu Hijo,
ser reducido a un pedazo de hombre,
un condenado al suplicio, que mueve a piedad.
Es el precio del rescate humano.
Y queréis apurar y beber solo vosotros el cáliz de la pasión.
Que tu dolor de Madre cure las heridas de nuestros pecados,
y junto a todos aquellos que son despreciados injustamente o marginados o a cuantos han sido desfigurados
por la tortura o la enfermedad,
comprendamos que, crucificados al mundo
como tu Hijo y como tú, Madre dolorosa,
podamos llevar a cabo lo que falta a la pasión y muerte
de Jesús tu Hijo para la salvación del hombre.
Amén.

3.- La coronación de espinas. (Mt 27, 29-30)
María alforja de nuestro dolor:
La historia del dolor de tu Hijo sigue en marcha.
El cielo se retira y el dolor queda.
Junto a la flagelación
que desgarraba su carne a pedazos, ahora viene la burla.
La corona de espinas que colocan sobre su cabeza,
además de causar dolores agudísimos,
constituía también una burla
a la realeza del divino prisionero,
así como los escupitajos y los puñetazos que le regalan.
Torturas tremendas siguen surgiendo
de la crueldad del corazón humano.
Y torturas tremendas seguimos realizando
en tu corazón de Madre.
Cada espina en la cabeza de tu Hijo,
es un desgarro en tu corazón de corredentora.
La inhumanidad alcanza nuevas cumbres.
Jesús es coronado de espinas.
La historia está llena de odio y de guerras.
También hoy somos testigos
de violencias más allá de lo creíble:
Homicidios, violencias sobre mujeres y niños,
raptos, extorsiones, conflictos étnicos,
violencia urbana, torturas físicas y mentales,
violaciones de los derechos humanos.
Y tu Madre, junto con Jesús seguís sufriendo
cuando los creyentes son perseguidos,
cuando la justicia se administra
de modo torcido en los tribunales,
cuando se arraiga la corrupción,
las estructuras injustas machacan a los pobres,
las minorías son suprimidas,
los refugiados y emigrantes son maltratados.
Tu Madre y Jesús tu Hijo
sois despojados de vuestros vestidos
cuando la persona humana es deshonrada en las pantallas,
cuando las mujeres son obligadas a humillarse,
cuando los niños de los barrios pobres
dan vueltas por las calles recogiendo desperdicios.
Ayúdanos, Madre,
a permanecer junto a tu Hijo,
como tú permaneciste junto a Él
a pesar de los sufrimientos, dolores y muerte.
Amén.

4. Jesús carga con la cruz. (Mt, 27, 31; Jn 19, 17; Mc 15, 21)
María de la calle de la Amargura: Empieza la ejecución,
es decir, el cumplimiento de la sentencia.
Cristo, condenado a muerte,
debe cargar con la cruz como los otros dos condenados
que van a sufrir la misma pena:
―Fue contado entre los pecadores‖
Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero
terriblemente magullado y desgarrado,
con la sangre que le baña el rostro,
cayéndole de la cabeza coronada de espinas.
¡Es el hombre! ¡Es el hombre auténtico¡
En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre
predicha por los profetas,
la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías:
―Fue traspasado por nuestras iniquidades…
y en sus llagas hemos sido curados‖
Está también presente en Él una cierta consecuencia,
que nos deja asombrados,
de lo que el hombre ha hecho con su Dios.
Dice Pilato: ―¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!‖
En esta afirmación parece oírse otra voz,
como queriendo decir:
―¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!‖
Resulta conmovedora la semejanza,
la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia
con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe
¡Ecce-Homo! Jesús, ―el llamado Mesías‖,
carga la cruz sobre sus espaldas.
Ha empezado la ejecución.
Tú te haces la encontradiza por la calle de la Amargura.
Allí dos miradas de cruzaron: La de la Madre y la del Hijo.
Fue la santidad del sufrimiento;
fue la mirada de Dios manifestado en su Hijo
más completa que Dios ha lanzado al mundo
María de la calle de la Amargura:
Danos la fuerza y el ánimo
para poder compartir la cruz de tu Hijo y tus sufrimientos
en nuestra vida cotidiana y en las tareas profesionales.
Infunde en nosotros el espíritu de servicio y sacrificio,
para que no aspiremos al poder y a la gloria,
sino a ser instrumento de solidaridad y de paz,
para quienes están agobiados por la violencia
y la injusticia de los poderosos del mundo.
A ti, María, que contemplas por la calle de la Amargura
a tu Hijo cargado con la cruz y con el rostro cansado,
ayúdanos como hijos que cargados con nuestros pecados
caminamos por la historia de los hombres
hacia la tierra y cielo nuevos.
Amén.

5. La crucifixión y muerte del Señor. (Lc 23, 33-34, 44-46; Jn 19, 33-35)
María al pie de la Cruz: Una colina fuera de la ciudad,
un abismo de dolor y humillación.
Y tú ahí, de pie junto a la Cruz
levantada entre cielo y tierra,
y en ella un hombre clavado,
suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres.
Junto a él otros condenados
que no son dignos ya del nombre de hombre.
Sin embargo Jesús,
que siente que su espíritu lo abandona,
no abandona a los otros hombres,
extiende los brazos para acoger a todos,
al que nadie quiere ya acoger.
Abrió los ojos al cielo y se vio a si mismo
infinito glorioso hecho pedazos
en el espejo de la Trinidad.
Desfigurado por el dolor,
marcado por los ultrajes,
el rostro de aquel hombre
le habla al hombre de otra justicia.
Derrotado, burlado y denigrado,
aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre: A tanto dolor puede llevar el amor,
de tanto amor viene el rescate de todo dolor.
―Verdaderamente aquel hombre era justo‖
Allí en lo alto Jesús está a oscuras
con el abandono de Dios Padre viviendo
la soledad inmensa de los pecadores.
A los pies, recibiendo el aliento de tu Hijo,
estás tu María, clavada con la espada
multiplicandote en millones de corazones
y perdiéndose tu amor en el infinito.
Entre tu Hijo y tú, la Madre, nosotros los juanes huérfanos
Que por fin, como hijos desamparados,
Ya tenemos una Madre: La Madre de los desamparados.
Todo se hace silencio,
porque Cristo ha muerto por nosotros,
y hemos alcanzado el perdón y la salvación;
porque Cristo triunfará sobre la muerte por la resurrección.
creemos en su persona,
esperamos triunfar con Él y participar de su nueva vida.
Enséñanos, Madre de los otros cristos
a acoger la palabras de Cristo en la Cruz
para guardarlas con y en el corazón siguiendo tu ejemplo.
Gracias, Señor nuestro Jesucristo.
Pides al Padre que nos perdone
porque no sabemos lo que hacemos.
Acuérdate de nosotros, somos débiles.
Sabemos que nos abres las puertas de tu Reino.
Tu Hijo en la Cruz nos confía tu cuidado maternal
y también nos pide que te prestemos atención filial.
Te damos gracias porque nos permites acompañarte
en el misterio de tu inmenso abandono
y calmar esa sed tan profunda que te abrasa.
Gracias, Señor, porque has cumplido
todo lo que el Padre te había confiado
y entregas tu espíritu en sus manos…
Nos hacemos silencio,
respetando lo que tú,
María guardas en tu corazón.
Y en el silencio del viernes santo,
madre de la esperanza, nos sentimos reconfortados.
Porque tienes a Cristo entre tus brazos.
todos nos sentimos,
también al calor de tu corazón
en la seguridad de tu mediación que tanto necesitamos.
Amén.