Estudiar el Santo Rosario con Antonio Díaz Tortajada

Estudiar el Santo Rosario con Antonio Díaz Tortajada

‘CUENTAS’ ROSARIERAS DESDE EL CAÑAMELAR

(Desde El Cañamelar y El Rosario, José Ángel Crespo Flor).- Iniciamos con los Misterios Luminosos, los últimos incorporados al rezo del Santo Rosario, unas Plegarias que, con la firma de Antonio Díaz Tortajada, párroco de Santa María del Mar (Grao – Valencia) vienen a fundamentar y porqué no, a actualizar, esta practica devocional, no exenta de catequésis práctica y de una teología actual que nos permite ‘abrazar’ mejor el Evangelio.

Publicamos 5, que corresponden a los cinco Misterios Luminosos.

¿Porqué hemos comenzado con estos y no con otros?.

Sencillamente porque han sido los últimos en incorporarse y por ello hemos considerado que era una buena idea comenzar con estos aunque , claro, en días posteriores vamos a insertar las quince plegarias restantes.

Al hablar de los Misterios Luminosos tenemos, a la fuerza, que hablar de Juan Pablo II. Precisamente de este Papa hemos sacado esta frase que resume lo que nosotros siempre hemos pensado y que no es otra cosa que «El rosario está centrado en el Crucifijo que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes.

Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él en el Espíritu Santo, llega al Padre». Frase que está reflejada en la Encíclica ‘El Rosario de la Virgen María’, numero 36.

Una encíclica que desde aquí, desde este blog, aconsejamos a leer, o mejor aun ‘paladear y degustar’. porque es el último gran escrito que, sobre esta Plegaria, se ha hecho.

Misterios luminosos

1. El Bautismo de Jesús en el Jordán. (Mt 3, 13, 16-17)

María: Tú estás cerca de la persona y mensaje de tu Hijo Jesús.
Le fuiste siguiendo los pasos en su vida cuando dejó Nazaret.
Contigo queremos entrar en su vida pública.
y contigo participar del bautismo
y escuchar la voz del Espíritu Santo.

El Precursor que todavía no nacido se alegró
ante la visita a su madre Isabel
nos orienta hacia Cristo:
―Detrás de mí viene el que puede más que yo…

Yo os he bautizado con agua,
pero él os bautizará con Espíritu Santo‖
Tu hijo Jesús se acerca a Juan
y le pide ser bautizado.
Jesús con este gesto rubrica la misión de Juan,
confirma que se ha iniciado el cumplimiento
de las profecías de antiguo testamento.

Jesús instituyó un nuevo bautismo.
Es el bautizo con Espíritu Santo
que perdona el pecado del mundo
y nos hace partícipes de la vida divina,
hijos adoptivos de Dios y herederos de la gloria.

Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu Santo
bajar hacia él como una paloma.
Y se escuchó una voz del cielo:
―Este es mi hijo amado, mi preferido..‖
El Padre habla sobre tu Hijo bajo la acción del Espíritu Santo.
Se cumple así la profecía sobre el Siervo de Yavé:

El Padre sostiene al Hijo sobre el que ha puesto su Espíritu.
Implica una especial revelación
del origen divino del Siervo.
Es el Hijo amado del Padre en el Espíritu.
Es su preferido.

María: Ayúdanos a acoger confiadamente
la voz del Espíritu. Santo como lo hiciste tú,
que nos invita a escuchar la Palabra hecha carne
en tu vientre.
Amén.

2. La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná. (Jn 2,1-5)

María: La alegría de tu Hijo no te fue ajena.
Asististe como Madre a la boda de unos amigos.
En la celebración de la fiesta se acabó el vino.

Tu Hijo salió al encuentro de esta circunstancia
y realizó el primer milagro a petición tuya:
Convierte el agua de seis tinajas en vino bueno.

De esta manera, la alegría volvió a aquella casa.
De esta manera, Jesús comenzó sus signos,
manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos.
María de Caná: Nosotros necesitamos la transformación
de la frialdad al fervor del amor.

Nos falta perseverancia, valentía, coherencia y fidelidad.
Madre: Intercede ante Cristo por nosotros:
No nos queda vino que alegre nuestro corazón.

María de Caná: Con tu amor materno
cuida de los hermanos de su Hijo,
que todavía peregrinamos
y nos hallamos en peligro y ansiedad
hasta que seamos conducidos a la patria bienaventurada.

María de Caná de Galilea: Cuida de nosotros.
Intercede por nosotros
ante tu Hijo para remediar nuestras necesidades.
Nos dices: Haced lo que Él os diga.

Es una exhortación materna
para que nos abramos a la vida y a las enseñanzas de Jesús.
Seguir las indicaciones de tu Hijo
es la clave para que se realice la transformación de nuestras vidas.

Queremos hacer lo que Él, Jesucristo, nos dice.
Que nos abramos a su gracia y perseveremos en ella.
Que sigamos sus enseñanzas con todas sus consecuencias.
María de Caná: No te canses de interceder por nosotros.
Amén.

3. El anuncio del reino de Dios llamando a la conversión. (Mc 1, 15, 21; 2,3-11)

María: La Iglesia ve en ti el ejemplo fiel de todo cristiano.
Clama ante el corazón misericordioso de Hijo Jesús
la ayuda para que nuestros corazones
puedan responder a la conversión del Evangelio.
Ilumínanos los caminos que debemos recorrer
para acoger la invitación de realizar
lo que nos dice tu Hijo Jesús.

Jesús comienza su actividad apostólica
invitándonos a la conversión.
Predica el Reino;
no es un reino humano;
es el reino interior de la gracia
que nos introduce en la comunión trinitaria,
que nos hace partícipes de la vida divina,
hijos adoptivos de Dios y herederos del Cielo.
Es un reino que ha de iluminar al mundo.

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande;
a los que habitaban en tierra y sombras de muerte,
una luz les brilló.
Que tú seas la luz en nuestro caminar
para saber responder a ese cambio del corazón y de la mente.
Para acoger el Reino anunciado por tu Hijo
es necesaria la conversión.

Jesús comienza su predicación diciendo:
―Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos‖.
Necesitamos convertirnos,
dejando el pecado como condición
para ser partícipes de su Reino.

Necesitamos vivir en tensión de conversión
tratando de superar el pecado
y los afectos desordenados para perfeccionar nuestra vida
–santificarnos- como hijos del Reino.
Tu Hijo sigue buscando colaboradores
que continúen la predicación del Reino
y la llamada a la conversión por los caminos del mundo
y a través de los tiempos.

Llamó a Simón Pedro y a Andrés:
―Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres‖.
También llamó a Santiago y a Juan
que ―inmediatamente dejaron la barca y a su padre
y lo siguieron‖.
Jesús sigue llamando hoy
a nuevos colaboradores para su Reino.

María: Que sepamos responder con generosidad a esta llamada.
Madre: Enséñanos a acoger la palabra
y la vida de Cristo que nos salva,
enséñanos a comprometernos a la santidad
con una conversión sincera
y danos la fidelidad a la vida de la gracia,
para ser colaboradores de la obra de Cristo,
fieles a la Iglesia, en medio del mundo.
Amén.

4. La transfiguración del Señor. (Mt 17, 1-3, 5)

María: La transfiguración de tu Hijo en el Tabor
fue una invitación a la esperanza.
Cristo quiso sostener a sus apóstoles
ante las dificultades que se aproximaban:
Su pasión y su muerte.

Fue como un anticipo de su resurrección y glorificación.
Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan,
subió con ellos solos a una montaña alta,
y se transfiguró delante de ellos.

Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador…
La transfiguración es también
una invitación a la esperanza para nosotros
que vivimos en medio de luchas y dificultades.

María de la transfiguración esperanzada:
Enséñanos a mirar a Cristo transfigurado.
Enséñanos de nuevo a saber escuchar a tu Hijo amado.

El Padre también nos invita a escuchar a su Hijo Jesucristo:
―Este es mi Hijo amado; escuchadlo‖.
El Hijo amado del Padre es tu Hijo Jesucristo Dios-con-nosotros.

Escuchar al Hijo amado es escuchar a Dios.
Que sepamos responder a esta invitación
como tú en la mañana de la Anunciación:

Aquí me tienes, Señor, para hacer tu voluntad
Santa María de la fidelidad:
Tú eres la Virgen oyente por la escucha de la Palabra,
fielmente guardada en tu corazón
desde la encarnación del Verbo
hasta el Calvario y la Resurrección.

Enséñanos a saber escuchar la palabra viva de tu Hijo
Y a guardarla amorosamente en el corazón
y a cumplirla con fidelidad.

Amén.

5. La institución de la Eucaristía. (Jn, 13, 1; Mt 26, 26-29)

María primer sagrario de la historia:
Cristo, tu Hijo, habiendo amado a los suyos
que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo.

Esta es la verdad más profunda de la última Cena:
Los amó hasta el extremo…
El cuerpo y la sangre, la pasión y la muerte,
son el amor
que se remonta hasta los confines de su poder salvador.
Cristo, tu Hijo, nos manda
que seamos portadores de su amor:

Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis.
Es la caridad fraterna
que se expresa en espíritu de servicio.

La Eucaristía contiene y expresa
todo el amor de Cristo
como acto supremo de servicio
por la salvación de los hombres.

Para hacerlo entender,
Cristo lava los pies a sus apóstoles y les dice:
―¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?
Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor
y decís bien, porque lo soy.

Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies,
también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros:
Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis‖.
Para cumplir el mandato del amor fraterno,
esto es, para dar amor, hay que tener amor.

Para ello, es necesario poseer la vida de la gracia
alimentada por la Eucaristía.
Entonces nos sentiremos apremiados por el amor de Cristo.
Es el amor que nos urge a trabajar
por la salvación de los hombres nuestros hermanos
y por sus necesidades espirituales y materiales.
María, mujer eucarística:

Enséñanos a amarnos unos a otros como Él nos amó.
La Eucaristía es la fuerza y el alimento del camino:
Es el alimento que nos sostiene
en el camino hasta alcanzar la meta.
Alimenta la vida de la gracia y causa la vida eterna:

El que come este pan vivirá para siempre.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día…
El que come este pan vivirá para siempre.

La Eucaristía nos permite
vivir en comunión admirable con Cristo.
Él está en nosotros y nosotros en Él:
El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él.

La Eucaristía no sólo causa la vida eterna,
no sólo es alimento y bebida del camino,
es comunión íntima con Cristo.
Nos permite recorrer el camino
en comunión de sentimientos con Cristo,
entregados al Padre, a la Iglesia y a los hermanos.

Madre nuestra: Tú fuiste el primer sagrario viviente.
Contigo damos gracias
por el don incomparable de la Eucaristía.
No podemos vivir ni caminar sin la Eucaristía.

Atráenos irresistiblemente hacia la Eucaristía,
que sea el centro de nuestra vida peregrina hacia la eternidad
como lo fue para ti tu hijo Jesucristo.

Amén.