CUENTO PARA EL DIA DE LA PAZ | El puente de la PAZ
En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bañado por un río caudaloso, dos comunidades vivían separadas por sus aguas: la aldea de los Lirios y la aldea de los Robles. Cada una tenía su encanto particular. La aldea de los Lirios era conocida por sus jardines repletos de flores de colores vibrantes, donde los lirios blancos crecían como símbolo de pureza y belleza. En contraste, la aldea de los Robles se destacaba por sus imponentes árboles que ofrecían sombra y frutos en abundancia a sus habitantes. Aunque compartían el mismo río, estas dos comunidades llevaban años viviendo separadas, no solo físicamente, sino también en sus corazones.
Hace mucho tiempo, ambas aldeas habían trabajado juntas para construir un puente que uniera sus pueblos. Era un puente sencillo pero lleno de significado, que simbolizaba la amistad y el esfuerzo compartido. Sin embargo, una disputa surgió cuando intentaron decidir cómo decorarlo. Los habitantes de los Lirios querían adornarlo con flores y plantas, mientras que los de los Robles preferían tallas de madera para honrar sus grandes árboles. Las discusiones, inicialmente pequeñas, se transformaron en grandes disputas. Lo que una vez había sido un proyecto de unión terminó por convertirse en un símbolo de división. Finalmente, en un acto de enojo colectivo, destruyeron el puente, y desde entonces, las dos aldeas no volvieron a cruzar el río ni a hablarse.
En la aldea de los Lirios vivía una niña llamada Clara. Era conocida por su alegría y su corazón soñador. Clara solía pasar las tardes junto al río, observando el agua correr y las aves volar de una orilla a otra. A menudo se preguntaba cómo sería la vida en la aldea de los Robles. Desde su lugar favorito bajo un gran árbol, podía ver a los niños del otro lado jugando y riendo, y no entendía por qué no podían ser amigos. Un día, mientras observaba el río, le preguntó a su madre: «¿Por qué no podemos cruzar y conocer a los niños de la otra aldea?». La madre suspiró y le respondió: «Es una historia vieja, Clara. Nuestras aldeas no se llevan bien desde hace muchos años». Sin embargo, esas palabras no bastaron para apagar la curiosidad y el deseo de Clara.
Esa noche, Clara habló con su maestro en la escuela. «¿Por qué nuestras aldeas no se hablan?», preguntó con genuina preocupación. El maestro, un hombre sabio que había visto muchas cosas en su vida, le respondió con calma: «A veces, las diferencias y los malentendidos pueden separar a las personas. Pero también es cierto que alguien valiente puede encontrar la manera de unirlas nuevamente». Clara se quedó pensativa. Esa respuesta plantó una semilla en su corazón.
Al día siguiente, reunió a sus amigos y les propuso una idea que los llenó de emoción y dudas a la vez. «Construyamos un nuevo puente», dijo Clara con entusiasmo. Sus amigos, aunque al principio desconfiados, no pudieron resistirse a la energía y determinación de Clara. Reunieron palos, piedras y cuerdas, y comenzaron a trabajar en un pequeño puente. Los adultos de la aldea miraban desde lejos, algunos con curiosidad y otros con escepticismo, pero Clara y sus amigos no se dejaron desanimar.
Mientras tanto, en la aldea de los Robles, los niños observaban el movimiento al otro lado del río. Uno de ellos, un niño llamado Hugo, no pudo contener su curiosidad y se acercó al río. «¡Hola! ¿Qué están haciendo?», gritó desde la orilla. Clara le respondió con una gran sonrisa: «Estamos construyendo un puente para conocernos». Hugo quedó intrigado y corrió a contarles a sus amigos. Al poco tiempo, decidieron unirse al proyecto. Trajeron madera y herramientas, y juntos, niños de ambas aldeas comenzaron a trabajar en el puente.
No fue fácil. Hubo momentos de desacuerdo, como cuando discutieron sobre cómo pintarlo. Unos querían que fuera azul, otros verde, y algunos querían decorarlo con flores y tallas. Pero finalmente, acordaron pintarlo de todos los colores, para simbolizar la unión de ambas aldeas. Día tras día, el puente tomó forma, y con él, las primeras señales de amistad entre los dos lados del río.
El día en que terminaron el puente, los niños de ambas aldeas se encontraron en el centro. Al principio, se miraron con timidez, pero pronto comenzaron a hablar, a jugar y a compartir historias. Los adultos, al ver esta escena, no pudieron evitar sentirse conmovidos. Una anciana de la aldea de los Robles, que había vivido lo suficiente para recordar la construcción del primer puente, habló con voz firme: «Si los niños han podido construir un puente, ¿por qué nosotros no podemos construir la paz?».