¿ES POSIBLE LA ALEGRÍA?

La primera palabra de parte de Dios a sus hijos, cuando el Salvador se acerca al mundo es una invitación a la alegría.

Es lo que escucha María: ¡Alégrate! Cristo nace de la alegría de Dios, y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo». Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede forzar a que esté alegre; no se le puede imponer la alegría desde fuera.

El verdadero gozo ha de nacer en lo más hondo de nosotros mismos. De lo contrario será risa exterior, carcajada vacía, euforia pasajera, pero la alegría quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón. La alegría es un regalo hermoso, pero también vulnerable. Un don que hemos de cuidar con humildad y generosidad en el fondo del alma.

Los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres y mujeres se deben a que «la felicidad solo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa». Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra?

La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se ale­gra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos. María se alegra en Dios, porque viene a consumar la espe­ranza de los abandonados.

La alegría verdadera solo es posible en el cora­zón del que anhela y busca justicia, libertad y fraternidad para to­dos. Solo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Solo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Solo puede ser fe­liz quien se esfuerza por hacer felices a los demás.