Evangelio del día 12 de septiembre – Ciclo C [Vídeo]

Evangelio del día 12 de septiembre –  Ciclo C

1 Corintios 11, 17-26. 33 / Lucas 7, 1-10

Salmo responsorial Sal 39, 7-10. 17

R/. «¡Proclamen la muerte del Señor, hasta que vuelva!»

 

Santoral:

San Guido, Beata Victoria Fornari

y Beato Apolinar Franco

 

Presente

 

Nada en la vida ocurre por casualidad…

 

Si un día, al despertar, te encontrás al lado de la cama,

un lindo paquete envuelto con cintas coloridas,

lo abrirías, antes de lavarte la cara, rasgando

el papel curioso para ver lo que hay adentro…

 

Tal vez encuentres dentro algo que no te gusta mucho…

entonces guardarías la caja, pensando que hacer

con aquel regalo aparentemente “inútil”…

 

Pero, si al día siguiente hay otra caja, una vez más

la abrirías corriendo y si esta vez encontrarás

algo que te gusta mucho…

 

Un recuerdo de alguien distante… una linda ropa

que viste en una vidriera … la llave de un nuevo coche …

un abrigo maravilloso para los días de frío…o simplemente

un ramo de flores de alguien que se acordó de vos…

 

¿Sabés? Eso ocurre todos los días, pero nosotros

no lo percibimos… Todos los días cuando despertamos

ahí está, en frente nuestro, una caja de regalo enviada

por DIOS para nosotros: ¡un día enterito para usarlo

de la mejor forma posible !

 

A veces, viene lleno de problemas, cosas que no

conseguimos resolver: tristezas, decepciones, lágrimas…

 

Pero otras veces, viene lleno de sorpresas,

alegrías, victorias y conquistas…

 

Lo más importante es que, todos los días,

DIOS envuelve para nosotros, mientras dormimos,

con todo cariño, nuestro regalo: ¡EL DÍA SIGUIENTE!

ÉL acerca a nuestros días paquetes con cintas coloridas,

no importa lo que esté por venir….

 

A ese día, cuando despertamos lo llamamos presente (REGALO)

El regalo de DIOS para nosotros. No siempre ÉL nos manda

lo que esperamos o queremos… Pero ÉL siempre,

siempre y siempre nos manda lo mejor, lo que precisamos

que es más de lo que merecemos…

 

Abrí tu REGALO todos los días, agradeciendo primero

a quién te lo envió, sin importarte lo que viene adentro

del “paquete”. Sin duda, Él no se engaña en la remesa

de los paquetes. Si no vino hoy el paquete que esperabas….

espera…

 

Abrilo mañana con más cariño, pues en cualquier momento,

los sueños y planes de DIOS llegarán para vos envueltos

en el regalo… DIOS no atiende nuestras voluntades…

y si nuestras necesidades… MENOS MAL!

 

Que tengas un día con bendiciones, y sientas

la “PRESENCIA DE DIOS “, y que su regalo traiga mucha paz,

experiencia con DIOS y esclarecimiento sobre lo mucho

que todavía tenemos que aprender con ÉL y por ÉL…

 

El ayer ya pasó, nada podemos hacer por él;

El futuro no nos pertenece, está en las manos de Dios;

El día de hoy es un regalo de Dios para nuestra vida,

por eso lo llamamos ¡presente!

 

 

 

Liturgia – Lecturas del día

 

 

Lunes,

12 de Septiembre de 2016

Si hay divisiones entre ustedes,

lo que menos hacen es comer la Cena del Señor

 

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

11, 17-26. 33

 

Hermanos:

No puedo felicitarlos por sus reuniones, que en lugar de beneficiarlos los perjudican. Ante todo, porque he oído decir que cuando celebran sus asambleas, hay divisiones entre ustedes, y en parte lo creo. Sin embargo, es preciso que se formen partidos entre ustedes, para que se pongan de manifiesto los que tienen verdadera virtud.

Cuando se reúnen, lo que menos hacen es comer la Cena del Señor, porque apenas se sientan a la mesa, cada uno se apresura a comer su propia comida, y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga. ¿Acaso no tienen sus casas para comer y beber? ¿O tan poco aprecio tienen a la Iglesia de Dios, que quieren hacer pasar vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les diré? ¿Los voy a alabar? En esto, no puedo alabarlos.

Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva.

Así, hermanos, cuando se reúnan para participar de la Cena, espérense unos a otros.

 

Palabra de Dios.

 

 

SALMO RESPONSORIAL

39, 7-10. 17

 

R.

¡Proclamen la muerte del Señor, hasta que vuelva!

 

Tú no quisiste víctima ni oblación;

pero me diste un oído atento;

no pediste holocaustos ni sacrificios,

entonces dije: «Aquí estoy». R.

 

«En el libro de la Ley está escrito

lo que tengo que hacer:

yo amo, Dios mío, tu voluntad,

y tu ley está en mi corazón». R.

 

Proclamé gozosamente tu justicia

en la gran asamblea;

no, no mantuve cerrados mis labios,

Tú lo sabes, Señor. R.

 

Que se alegren y se regocijen en ti

todos los que te buscan,

y digan siempre los que desean tu victoria:

«¡Qué grande es el Señor!» R.

 

 

 

EVANGELIO

 

Ni siquiera en Israel encontré una fe semejante

 

a

   Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

7, 1-10

 

Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a sanar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «Él merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: «Ve», él va; y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «¡Tienes que hacer esto!», él lo hace».

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

 

Palabra del Señor.

 

Reflexión

 

1Cor. 11, 17-26. El esquema de la celebración de la Eucaristía, llamada al principio «la Cena del Señor» ya no se tiene en la forma como hoy nos lo narra esta lectura. Sin embargo hay algo demasiado importante en lo que debemos reflexionar: nuestra Eucaristía no puede ser una celebración cerrada, de tal forma que queramos disfrutar del pan de vida olvidando la comunión fraterna, no sólo con los nuestros sino con toda la comunidad de fe. Otra cosa que hemos de meditar es el contemplar cómo a nuestra eucaristía acudimos gentes de todas las condiciones sociales. Algunos hartos de todo, gracias a una condición económica desahogada; otros, faltos de todo a causa de su pobreza. Algunos sufriendo graves injusticias, y otros que son los autores de las mismas. El Señor nos invita a celebrar la Eucaristía no sólo como un rito, sino como una vida que se recibe para que tengamos Vida y podamos darla también a los demás. Lo que nosotros hemos recibido del Señor es lo mismo que hemos de transmitir y entregar a los demás: Nuestro cuerpo que se entrega por ellos, incluyendo en ello todas nuestras obras de caridad y de justicia social, para que todos lleguen a disfrutar de una vida cada vez más digna. Y nuestra sangre que se derrama para el perdón de los pecados, por unirse al sacrificio de Cristo en la cruz. En esa entrega se incluyen nuestras tareas misioneras para que a todos llegue el Evangelio, el perdón, la gracia y la vida que nosotros hemos recibido, no para reservarnos esos dones, sino para entregarlos a los demás, para que también ellos lleguen a ser hijos de Dios. ¿Será esta la forma en que estamos celebrando nuestra Eucaristía?

 

Sal. 40 (39). Una Eucaristía convertida sólo en un acto de culto, desencarnada de la realidad, no puede llamarse, con lealtad un auténtico signo de fe. Junto con la ofrenda debe ir toda nuestra vida con todo nuestro ser, envuelto en la fe que nos hacen ser uno con Cristo. Unidos a Él hemos de caminar en la fidelidad a la voluntad salvadora de Dios. Y esa Voluntad divina no se limita sólo a liberarnos de nuestras esclavitudes al pecado, y a llevarnos sanos y salvos a su Reino celestial. Esa Voluntad divina nos involucra en el trabajo ardiente y constante para hacer llegar el Evangelio de la gracia a la humanidad entera, hasta lograr lo que Dios quiere: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. ¿Hasta dónde llega nuestra Eucaristía? ¿Cuál es nuestra entrega a favor del bien y de la salvación de los demás?

 

Lc. 7, 1-10. Podríamos preguntarnos ¿quién, o quienes se encargarían de meter en la cabeza del oficial Romano todas esas ideas de la santidad reservada sólo a los judíos, que le impidió acercarse personalmente a Jesús y de recibirlo en su casa? Sus amigos, los ancianos de los judíos, hablarán por él ha Jesús. ¿No serían los mismos que construyeron las barreras entre Jesús y el oficial romano? ¿No serían los mismos que urgieron a ese oficial a impedir que un judío enterara en la casa de un gentil? A pesar de lo universal de la Iglesia, nosotros mismos, además de la vivencia personal de la fe, pues ésta es una respuesta que cada uno da al Señor, sabiendo que la fe se vive en comunidad, podríamos propiciar el vivirla en grupos totalmente cerrados alegando una y mil razones, que más que manifestar la universalidad de nuestra fe, nos manifestarían ante los demás como una Iglesia convertida en un grupo cerrado de iniciados al que, cuando algún «despistado» se adhiriera, causaría incomodidad entre los presentes y se le invitarían a retirarse, en lugar de ganarlo también para Cristo, recibiéndolo como hermano. Ojalá y todos aprendamos a dar una respuesta comprometida en la fe al Señor que nos dice: «Ven» para qué estemos con El, y nos dejemos instruir con sus palabras y con su ejemplo, de tal forma que después le obedezcamos cuando nos dice «Ve» y vayamos a anunciar a los demás el Evangelio de la gracia que se nos ha confiado; anuncio que debe ir más allá de la proclamación hecha con los labios, pues el Señor mismo nos dice: «Haz esto», y ojalá realmente lo hagamos para que no sólo seamos predicadores, sino testigos del Evangelio.

El Señor nos reúne en esta celebración Eucarística. A nadie cierra Él las puertas. Tampoco nosotros podemos hacerlo. Venimos como fieles discípulos suyos a aprender a caminar por el camino en nos conduce al encuentro y posesión definitiva de la Vida de nuestro Dios y Padre. Queremos aprender a vivir en el amor fiel; amor fiel que nos impide cerrar los ojos ante la problemática que aqueja a muchos sectores de nuestra sociedad; amor fiel que nos hace sensibles al dolor y al sufrimiento de muchos hermanos nuestros; amor fiel que no nos hace espectadores del Misterio Pascual de Cristo, sino que, junto con El, nos convierte en una ofrenda agradable a Dios, y que nos lleva a hacer nuestra la entrega del Señor de la Iglesia, estando totalmente dispuestos a entregarlo todo por el bien del nuestros hermanos, llegando, incluso si es necesario, a derramar nuestra sangre para que sus pecados sean perdonados, y lleguen a disfrutar de la Vida eterna.

Roguémosle a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saberlo amar como a nuestro Padre, y de saber amar a nuestro prójimo como a hermano nuestro, preocupándonos de hacerle el bien en todo aquello que nos sea posible. Amén.

 

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