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Evangelio del día 23 de enero

Señor, quítame tiempo

Señor te he dirigido frecuentemente una oración
decididamente sin sentido: te he pedido tiempo.
Mi jornada de veinticuatro horas, no me basta.

Necesito al menos seis horas más para responder
a todas las llamadas, atender a los compromisos,
despachar el trabajo retrasado, responder
puntualmente a las cartas.

Y pedí a todos los que exigían un pedazo
de mi tiempo, ya tan escaso, que fueran
mis cómplices en aquella petición
de una jornada un poco más larga.
Espero que no lo hayan hecho.

Solo ahora me doy cuenta
de lo equivocado de aquella oración.
Que desfachatez y que presunción,
perdóname, Señor.

El tiempo que me has dado, es más
que suficiente, lo reconozco, suficiente
para hacer aquellas cosas que Tú
esperas de mí y para hacerlas bien.

No se trata de tener más tiempo
a disposición, sino de tener más ideales
a disposición para llenar de significado
el tiempo que poseo. Deseo más bien
que mi tiempo sea más rico en significado.

Para eso, te autorizo, Señor a que me quites
tiempo: esta es mi petición, opuesta a la anterior.

Te pido que me quites horas, de las veinticuatro
que tengo a mi disposición. Dos, tres, incluso,
seis al menos. Como quieras mejor.

Que hermosura, Señor, unas cuantas horas
tomadas de lo necesario, no de lo superfluo
de la jornada, y destinado a Ti.

Poder anunciar: me faltan seis horas al día,
porque las he «despilfarrado» en oración.

Dame la fuerza, Señor, el coraje, la libertad,
para realizar este gesto alocado.
Entonces estoy seguro de que no desembucharé ya,
ante los impacientes y numerosos clientes,
la acostumbrada excusa: «No tengo tiempo»

Podré por el contrario, declarar en tono triunfal:
«¡Tengo Tiempo!» Tiempo para hacer las cosas
adecuadas, de la manera adecuada,
con el corazón adecuado.

Señor, quítame tiempo, no vendré a pedirte
que me pagues daños, por el contrario,
te daré las gracias porque el tiempo
que me queda, después de tus suculentos
cobros, será un tiempo totalmente diverso.

En suma: un capital que aumenta y adquiere
valor precisamente cuando disminuye.
¿Vamos a hacer juntos este milagro, Señor?

Alessandro Pronzato

Evangelio del día 23 de enero

Evangelio según San Marcos 3, 22-30

En aquel tiempo, los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: «Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera».

Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos no puede subsistir.

Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno». Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.


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