Homilía del Cardenal Cipriani en el 477º Aniversario de Fundación de Lima

Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Miércoles, 18 de enero de 2012
477º Aniversario de Fundación de Lima
Basílica Catedral de Lima

Señora Alcaldesa de la ciudad de Lima.
Señores Regidores, dignas autoridades y queridos amigos, hermanos en Cristo de esta ciudad.

Hoy, al celebrar un aniversario más de la fundación de Lima, en esta Eucaristía elevamos una oración de Acción de Gracias a Dios. La Iglesia siempre, como madre, abre los brazos y acoge siempre a sus hijos, más en esta ocasión en que la ciudad está de fiesta.

Para todos nosotros, habitantes de la ciudad de Lima, es una ocasión de recordar con la sabiduría del corazón, no solo de la mente, que en esta tierra han nacido, han trabajado y han muerto millones de la gran familia limeña. Es decir, esperamos darnos cuenta de la identidad de nuestra ciudad, la identidad de nuestra vida en esta ciudad va más allá de las coyunturas y de las dificultades pasajeras. Esta estabilidad de las instituciones le da grandeza a las ciudades, países, a la sociedad. Y esta institucionalidad y respeto por lo que constituye esta realidad de la ciudad trasciende tanto a quienes nos antecedieron como a los que nos sucederán, y precisamente esa continuidad es la que hace grande el espíritu de una ciudad, de un grupo humano. No debemos resaltar una historia de contradicciones y enfrentamientos, sino más bien esforzarnos con un ánimo grande para seguir dándole continuidad a lo que es esta realidad de la ciudad de Lima.

Por eso, en esta ocasión se nos pide a todos un esfuerzo grande para que el ambiente y el clima social hagan de esta maravillosa ciudad un lugar hermoso, agradable, habitable. No nos acostumbremos permanentemente a estar resaltando lo malo, lo difícil, lo contradictorio. Yo más de una vez al contemplar la historia de las últimas décadas en nuestro país, le pido a Dios, cuándo llegará el momento en que tengamos ese ánimo grande, esa cualidad de espíritu que acogiendo diferencias tenga la grandeza de reconciliar, de unir, de sumar, porque si cada vez que uno quiere de alguna manera buscar esos caminos de entendimiento sale una memoria con rencores, con odios, con ideas subalternas; pues poco a poco uno va perdiendo el entusiasmo por emprender, por ir adelante. Y esta cualidad hermanos, es una cualidad que se la pedimos a Dios, no es nada fácil perdonar y aceptar el perdón, no es nada fácil rectificar cuando uno se equivoca; lo que es fácil es odiar, descalificar, insultar, lo que es fácil es imponerse de cualquier manera uno al otro con la ley del más fuerte; lo difícil es conjugar diferencias, alternativas, buscando un bien superior, no como estrategia sino como verdadera confianza en las instituciones y en el valor que tiene la estabilidad institucional.

Entonces uno rectifica o cambia, uno acoge; pero hermanos, esto no se puede imponer desde ninguna instancia, tampoco desde la Iglesia, es una petición a Dios en este día de fiesta, “Une a esta gran familia”. Podemos tener discrepancias, busquemos modos de trabajar unidos y si hay que rectificar, rectifiquemos; pero existe esa grandeza de ánimo, existe esa humildad, existe ese respeto para no humillar, para facilitar, como en una familia cuando un joven o una chica se equivocan, que fácil es descalificar y maltratar pues se rompe la familia, que difícil esperar el momento, las palabras adecuadas y buscar el modo de acoger y de vivir.

Hermanos, en esa coyuntura estamos, sabemos que todo esfuerzo en el trabajo de gobernar tiene un fin superior: la persona y la familia humana, y por eso es muy importante valorar el hábitat, el lugar en donde todos cada día procuramos ser mejores personas y mejores ciudadanos.

Qué distinto si cuando uno sale del trabajo encuentra orden, respeto en la circulación del tráfico, si uno encuentra esa seguridad que permite ir por la calle sin el constante sobresalto del delito. Hermanos, pero esa realidad no solo cae sobre quien tiene el deber de gobernar, cae sobre todos nosotros, cada uno con nuestro ejemplo construimos o destruimos. Hace falta una gran cruzada cívica de educación que, sin tantos análisis ni diagnósticos, implante nuevamente en la ciudad el respeto por las normas, el respeto por el orden público; y eso no se logra solamente con ordenanzas y represión.

Los medios de comunicación también tienen un gran deber de ayudar y educar a la población ese respeto, para que esa casa común que es la ciudad nos ayude a todos cuando salimos a trabajar a ir con entusiasmo, cuando aquellos jóvenes, aquellos niños, aquellas madres de familia. Todo no se consigue de manera mística. Hacen falta decisiones que no les gustan a todos, pero hace falta asumirlas. Creo que nuestro pueblo es un pueblo bueno, que respeta, que cultiva sus tradiciones, pero que a veces animados por ideologías que todavía predican violencia, desorden y que constantemente hacen difícil el progreso de la ciudad, generan en la gente expectativas falsas, mesianismos que no se pueden dar. Todo progreso es gradual y paulatino. Hermanos, todo esto se inicia en el corazón de cada uno.

Por eso le pido al Señor, siembra en nuestros corazones paz, fuerza, entusiasmo, capacidad de entendimiento. Siémbralos Señor, no vendrá por arte de magia, no vendrá de encuestas ni revistas de opiniones, saldrá del corazón de cada uno que ama a su ciudad, que ama a sus instituciones y que, recordando la maravillosa tradición de nuestra ciudad, se quiere empeñar en poner un poco más de esfuerzo para lograr que nuestra ciudad sea ese ambiente que todos deseamos y que es tan difícil de lograrlo. No levantemos dedos acusadores, no descalifiquemos a quien pide o busca el perdón; busquemos puntos de encuentro, esa base fundamental en donde todos podemos unirnos para ir buscando las soluciones. Por eso, queremos dejar de lado prejuicios, ideologías, para que realmente hagamos de nuestra ciudad una ciudad bonita, correcta, en donde la gente encuentre un lugar adecuado, pobres y ricos, jóvenes y ancianos, todos, en diferentes lugares. Qué difícil de gobernar esta ciudad que es un crisol de país.

Por eso, recordando esas palabras con las que se inicia el Acta de Fundación de Lima, siempre hemos escuchado que al empezar el acta dice: “En el nombre del Padre, del Hijo, de la Santísima Trinidad…”, se invoca la ayuda de Dios, no queriendo hacer de la religión católica un elemento de división. Lima nació de un modo y nació bajo la bendición de la Trinidad, nació y se cultivó bajo la sombra de una Santa Rosa de Lima, de un San Martín de Porres, de un Santo Toribio de Mogrovejo. Lima, esa Lima que se aleja y que se pierde en el recuerdo. ¡Hagamos de esa Lima nuestra casa acogedora! Hagamos ese esfuerzo, hagamos política grande, bien común, familia, persona, no nos enredemos en pequeños egoísmos.

Con todo cariño pido a Dios por sus autoridades, por todos los anteriores alcaldes y autoridades, por nuestros padres y abuelos. Para que realmente la tradición de esta ciudad, al amparo de nuestra madre Santa María, vuelva a lucir con ese señorío que siempre la destacó en Latinoamérica. Qué bonita es nuestra ciudad y cómo nos convoca hoy a todos a hacer un esfuerzo especial, estamos a tiempo y tenemos el deber de intentarlo. ¡Que Dios bendiga a esta ciudad!

Así sea.