Ilustrísimo Cabildo Catedral, hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas, dignísimas autoridades, queridos hermanos todos.

Con la imposición de la ceniza comenzábamos el miércoles pasado la Cuaresma. La Cuaresma es una invitación fuerte a la conversión. Invitación a la conversión individual y también comunitaria. Esta dimensión comunitaria está recogida en el profeta Joel: «Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea» (Jl 2, 15-16).

La penitencia veterotestamentaria estaba unida a situaciones de dificultad. En los momentos difíciles los profetas llamaban al pueblo al arrepentimiento, un arrepentimiento que tenía que surgir del corazón, sede en la antropología bíblica de las intenciones profundas del hombre.

La comunidad cristiana no escucha la invitación a la penitencia en el contexto de una desgracia, de una situación de desesperación, sino en el contexto de la proximidad de las fiestas pascuales. Por tanto, en un escenario de salvación. Nosotros no somos la humanidad caída del antiguo Israel, sino la humanidad redimida del pecado que habita en la Iglesia, hogar de los hijos de Dios.

Para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo hablar de penitencia es anacrónico. Choca con la mentalidad del hombre moderno. Pero la penitencia para los hijos de la Iglesia es una disposición a celebrar la Pascua recordándonos que no sólo somos carne sino también espíritu. La carne siente hambre y nos predispone a la tentación. Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre.

La tentación no hay que verla en la perspectiva del pecado sino desde la óptica de la gracia. La tentación nos coloca frente a la debilidad de la carne, pero también frente a la fortaleza del espíritu, como nos enseña el Evangelio proclamado..

«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan.» Jesús le respondió: «Esta escrito: No sólo de pan vive el hombre.» Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya.» Jesús le respondió: «Esta escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto.» Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: A sus ángeles te encomendará para que te guarden. Y: En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna.» Jesús le respondió: «Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.»

La carne no tiene como destino sucumbir ante la tentación. Los creyentes sabemos que Cristo venció, no sólo la tentación, sino también sobre la muerte; hacia esta perspectiva debemos caminar en esperanza. El ser humano, alma y cuerpo, espíritu y carne, está hecho para la inmortalidad. Nuestra penitencia debe tener por tanto como objetivo reavivar nuestra esperanza pascual. La esperanza escatológica del encuentro definitivo con Cristo en la gloria y en la paz del cielo.

Es por tanto, la nuestra, una penitencia en perspectiva de alegría, que al mismo tiempo nos lleva a ser realistas; realismo que quiere decir que nos sabemos pecadores, que somos conscientes de que no siempre sentimos y actuamos de acuerdo al evangelio. Y, que por tanto, estamos necesitados del ayuno y de la oración para situarnos en sintonía evangélica. Con la oración nos ponemos completamente en manos de Dios, dejamos que nuestra vida descanse absoluta e incondicionalmente en Él. Con el ayuno preparamos el corazón para recibir al Señor de la Vida que se nos da en la Eucaristía, don por excelencia y signo privilegiado de la venida de su reino.

En Cuaresma debemos también dejar resonar en nuestra vida el clamor de Dios expresado por el profeta Isaías: El ayuno que yo quiero es este: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos. (Is 58, 6) Pero la justicia que Dios quiere y que nosotros añoramos presupone y está condicionada a la purificación del corazón y al fortalecimiento de la comunión con Dios y con los hermanos. Hoy se habla mucho y se repite por doquier que se necesitan grandes cambios estructurales para salir de la dura crisis económica y moral en la que estamos sumergidos, pero no nos engañemos, desde una antropología elemental sabemos que no basta con iniciativas e intervenciones externas, que se requiere una conversión de todos los corazones al amor. Conversión que nos debe proporcionar el camino cuaresmal iniciado.

Queridos hermanos, he comenzado estas palabras haciendo alusión al sentido de la penitencia cristiana. He dicho que es una penitencia teñida de esperanza pascual. Yo he comenzado la Cuaresma con vosotros y entre vosotros pero no celebraré la Pascua entre vosotros, aunque en espíritu, y por el misterio de la comunión de los santos, sí con vosotros. Por tanto es para mi una Cuaresma muy especial, con una penitencia muy dolorosa, la de tener que dejar mi actividad pastoral entre vosotros. Con el corazón al descubierto os digo: me cuesta mucho trabajo, me duele, por lo mucho que os quiero, deciros estas palabras que suenan a despedida; palabra esta que no quisiera pronunciar.

Con infinita confianza en la voluntad de Dios, con absoluta obediencia la Iglesia que establece la renuncia de los obispos a su tarea pastoral cuando llegan a una determinada edad, y con verdadera fidelidad al Papa, abrazo el nuevo camino que he de recorrer. Creo profundamente que Él no me va a abandonar cuando por la edad y el deterioro de la salud que ello conlleva, las fuerzas físicas me vayan dejando y tenga que experimentar la cruz en la humana fragilidad del cuerpo y en la “soledad” de la jubilación.

Llegué a Guadix hace casi dieciocho años, con cincuenta y nueve de edad, para ser consagrado obispo y ocupar la antiquísima Cátedra de San Torcuato, según venerable tradición, la primera de España. Era el catorce de junio de 1992. Miro ahora hacia atrás y doy gracias al Señor por esta Diócesis de la que me hizo su Pastor, y digo con el salmista: me ha tocado un lote hermoso me encanta mi heredad. Antes de que esto sucediera como la Virgen María, no sin temor y temblor, pronuncié mi Fiat al Maestro. Cuando la Iglesia por medio de su supremo Pastor, el Papa Juan Pablo II, me llamó para confiarme el ministerio apostólico; sentí que, como a Pedro, el Señor me preguntaba: Juan, ¿me amas? Y yo como el Apóstol le respondí: Tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Y en mi conciencia sentí el imperativo del mandato: apacienta mis ovejas. Y yo accedí con otra respuesta de san Pedro, que elegí como lema episcopal: “En tu palabra echaré las redes”

No fue sencillo salir de Toledo, dejar los quehaceres pastorales de Párroco, Vicario General, Canónigo de la Catedral Primada, y otros quehaceres; dejar hermanos, feligreses, amigos, casa… Pero sin mirar atrás, como nos pide Jesús en el Evangelio, comencé esta historia de amor entre la Esposa que es la Iglesia y el esposo que era yo, entre la Iglesia de Guadix y su nuevo pastor.

Vine a vosotros sin ideas preconcebidas, sin pecar de ignorancia, no sabía lo que en Guadix me aguardaba. Sí tenía muy clara la encomienda: ser Obispo, es decir, padre, pastor, amigo, hermano. Y en estos largos años, que se me antojan cortos, no he estado a vuestro lado, sino de vuestro lado. Confirmando y alentando vuestra fe. La fe que se expresa desde la vida sencilla y abnegada, desde el servicio, la cercanía, la naturalidad; ayudando a vivir, trasmitiendo alegría en las penas y serenidad y animo en las dificultades. Como os decía hace pocos días en una entrevista de radio no solamente me he incardinado sino que me he encarnado en esta porción de la Iglesia universal que es nuestra querida Diócesis.

En este tiempo nos hemos podido conocer y amar. He querido estar con todos y cada uno de los hijos de esta tierra, castigada por la falta de oportunidades y de trabajo que ha sido secularmente, y es, un drama. Nada vuestro me ha sido ajeno. Para el bien de nuestras comunidades parroquiales, junto con los sacerdotes en las distintas parroquias, no he ahorrado en sacrificios.

He procurado siempre la colaboración con las instituciones públicas, con las fuerzas políticas y sociales, y, desde el respeto más escrupuloso a la legítima autonomía, he trabajado como Obispo a favor de las personas y de la entera sociedad a la que por distintos caminos todos servimos.

En este momento quiero agradecer a las autoridades civiles, judiciales, militares, las fuerzas de seguridad, docentes, medios de comunicación, servicios sanitarios… el trato cercano y respetuoso que me han mostrado. Trato al que he querido responder siempre con lealtad institucional y personal. Permitidme que particularice este agradecimiento al Excmo. Ayuntamiento de Guadix que el viernes 13 de abril de 2007, por decisión unánime de los grupos políticos municipales, según acuerdo tomado el día 25 de enero de mismo año, me nombró hijo adoptivo de la Ciudad.

Queridos hermanos sacerdotes: Doy gracias a Dios por todos vosotros. Habéis sido mis pies, mis manos y mi corazón en el ministerio apostólico. En esta inmensa tarea de acercar a los hombres a Cristo vosotros, queridos sacerdotes, sois los primeros e insustituibles colaboradores del orden episcopal. Doy gracias a Dios por el presbiterio de esta diócesis. Con vosotros he vivido momentos muy intensos de encuentro con el Señor. A vosotros he acudido muchas veces para pediros consejo. En vosotros he encontrado ejemplos admirables de caridad pastoral. En vosotros sigue viva la Palabra de Cristo, el perdón de los pecados y la misericordia del Padre. Por vosotros, cada vez que celebráis el Bautismo y la Eucaristía se sigue edificando la Iglesia. ¡Cuántas veces, en mis frecuentes visitas a las parroquias, me he sentido confortado al ver vuestro amor a Cristo y vuestra entrega en cuerpo y alma a vuestras comunidades! Doy gracias a Dios por vuestra constancia y paciencia con los que buscan una Iglesia que comprenda sus sufrimientos, sus gozos y sus esperanzas; por vuestra fidelidad al magisterio de la Iglesia; por vuestra cercanía con los que quieren encontrar el alimento sólido de la Palabra de Dios y por vuestra disponibilidad con los que, a través de vuestro ministerio, son capaces de encontrarse con el amor compasivo de Jesucristo Buen Pastor, que busca sin desfallecer a la oveja perdida. Puedo decir con san Pablo: “Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios nuestro Padre recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor” (1 Tes 1,2-3). Apoyándome en vosotros y confiando en vosotros, he tenido un fuerte soporte para llevar adelante la misión que se me encomendó el 14 de junio de 1992. Los presbíteros estáis llamados a prolongar, como colaboradores del ministerio episcopal, la presencia de Cristo, Único y Supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de su luz en medio del pueblo que nos ha sido confiado. Decía el Cura de Ars: “Si tuviéramos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz detrás de un cristal”.

Para vosotros, queridos sacerdotes, mis mejores palabras de agradecimiento. Muchas gracias a los que habéis compartido conmigo las responsabilidades de gobierno – Consejo Episcopal, de ahora y de antes, formado actualmente por D. José Díaz, Don Juan Sáez, D. Manuel Millán, D. José Francisco Serrano, y antes, por D. Leovigildo Gómez, D. Tomás Casaubón y D. Francisco Grande; al Colegio de Consultores; al Colegio de Arciprestes; al Consejo de Presbíteros; a los Delegados y Directores de Secretariados Diocesanos. – La tarea de gobernar no es fácil; las decisiones no son siempre bien entendidas y acogidas. Además, tampoco siempre acertamos con el planteamiento correcto, ni con la palabra y el gesto adecuado a cada situación. La tarea de gobierno es una tarea pastoral que está sujeta a juicios y críticas y esto lo tenemos que aceptar con paz y sosiego. Estoy seguro, sin ánimo de hacer balance, que no todo se ha hecho bien, pero también puedo dar fe de que nada se ha querido hacer mal. Gracias, muchas gracias, queridos sacerdotes, colaboradores todos, por vuestra generosa y valiosa ayuda; gratitud que hago extensiva a nuestros sacerdotes diocesanos en Hispano-américa para los que también quiero tener un cariñoso y agradecido recuerdo.

Hay cambio de Obispo pero no de Señor; y por Él es por quien trabajamos, y por Él continuaremos trabajando. Seguid queriendo y sirviendo a nuestra Diócesis como hasta ahora lo habéis hecho, con entrega generosa y abnegación absoluta. Con fidelidad al ministerio que la Iglesia os ha confiado. Vivid en la bondad del Señor con un corazón puro y desapegado de todo interés humano, reproduciendo en vuestra vida la vida de Cristo, con quien estamos obligados a configurarnos, como se nos está recordando de manera especial en este “Año Sacerdotal”. Don Ginés espera mucho de vosotros. Os pido ardientemente que vuestro nuevo Pastor encuentre en todos y cada uno una obediencia generosa, tal como prometisteis el día de vuestra ordenación.

La nuestra, queridos hermanos todos, es una Iglesia pequeña en cuanto a número de habitantes y límites geográficos, pero grande, muy grande y rica por su historia, que llega hasta los tiempos apostólicos; y por la fe de sus hijos, muchos de los cuales brillan en el firmamento de los santos con luz propia. San Torcuato, Santa Luparia, San Fandila, San Francisco Serrano, San Pedro Poveda, Beato Marcos Criado, Beato Manuel Medina Olmos; y otros que están camino de los altares como los mártires monseñor Ponce y Pozo y la dominica Sor Isabel Ascensión de San José; el Padre Federico Salvador, fundador de las Religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña, conocidas como la Divina Infantita; el Obispo Maximiliano Fernández del Rincón, fundador de las Religiosas de la Presentación de la Virgen María de Granada y la Madre María Dolores Segarra Gestoso, cuyo tránsito aconteció en Huéscar.

Permitidme ahora unas palabras de agradecimiento a la Vida Consagrada. Queridos religiosos y religiosas: muchas gracias a vosotros; pequeñas Comunidades que, respondiendo a mi llamada, habéis venido a la Diócesis en el tiempo que yo la he servido: Fraternidad Reparadora, Hijas del Cenáculo; Hijas de la Caridad; Hermanos de las Escuelas Cristianas; Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. También mi agradecimiento a las comunidades que, cuando vine, ya os movíais en diversos campos de la pastoral. A través vuestro, nuestra Iglesia presta una especial atención a los pobres y necesitados en los Albergues para transeúntes de Guadix, llevado por las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de Jesús, y de Baza, regido por las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Los ancianos son acogidos y cuidados con cariño y ternura por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, por las Religiosas Franciscanas de la Purísima, por las Hermanas de la Consolación y por los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca. Y no quiero pasar por alto a la “Asociación Emaús” que tiene establecidos comedores para personas necesitadas en Baza y Guadix.

Las Religiosas Hijas de María Madre de la Iglesia, que desarrollan su labor con niños y jóvenes tutelados por la Junta de Andalucía, al igual que los Hermanos de la Salle. En las Cuevas de Guadix reparte el pan de la cultura la Institución Teresiana en el Colegio Padre Poveda y en las distintas actividades educativas y sociales para jóvenes y mayores en el Centro Sociocultural. Allí también trabajan las Religiosas de Santa Dorotea en la Guardería de Cuatro Veredas.

En la Parroquia del Santo Ángel de Baza se afanan en el mismo empeño las Religiosas del Divino Maestro; y en esta misma línea de promoción y desarrollo trabajan las Activas del Apostolado Social. Las Religiosas Hijas de Jesús, que se esfuerzan apostólica-mente por la igualdad de las minorías étnicas, de modo especial por la minoría gitana, que en algunos de nuestros pueblos es una realidad muy importante.

Y a estos trabajos, que merecen todo nuestro reconocimiento, uno la labor educativa de las religiosas de la Presentación y la Divina Infantita, así como el trabajo pastoral parroquial de las Religiosas del Monte Carmelo, Hermanas de la Fraternidad Reparadora y las Hijas del Cenáculo. El trabajo con niños y jóvenes de los Heraldos de Evangelio, al igual que la atención que prestan en el Centro Diocesano de Espiritualidad Obispo Medina Olmos las Misioneras de Cristo Sacerdote. El cuidado esmerado de los Hermanos Fossores de la Misericordia en el cementerio de Guadix.

Y aquellas personas que tienen la desgracia de caer en alguna adicción son ayudadas a tomar nuevamente las riendas de su vida en Proyecto Hombre Granada, puesto en marcha por iniciativa de nuestra Diócesis con motivo del Año 2000, Jubilar de la Redención. En esta misma línea de ayudar a las personas en dificultad, en este caso a los matrimonios y familias con problemas de convivencia o cualesquiera otros, se creó el Centro de Orientación Familiar Villa Alegre.

Agradezco la labor de Cáritas Diocesana y las Cáritas Parroquiales e Interparroquiales, atendidas fundamentalmente por sacerdotes y voluntarios; y el trabajo que desarrolla hacia el exterior Manos Unidas.

No me olvido del laicado, tan importante, que colabora de manera activa y responsable en las parroquias, como catequistas y formadores; ni de los que, perteneciendo a organismos de la diócesis, también habéis compartido conmigo la misión del gobierno, fundamentalmente, a través del Consejo Diocesano de Pastoral y del Consejo Diocesano de Economía; ni me olvido de los miles de personas que pertenecen a las numerosas Hermandades y Cofradías, a las que, una vez más, les pido que se esfuercen por ser netamente eclesiales, evangélicas y caritativas.

Toda la obra apostólica de nuestra Iglesia está sostenida de modo especial por nuestras monjas contemplativas desde los cuatro monasterios con que contamos: Dominicas en Huéscar y Baza, y Clarisas y Concepcionistas en Guadix. Orantes por oficio, elevan al Padre continuas súplicas por todos los hermanos, muy especialmente por los pastores, que encontramos siempre en estas hermanas una determinada determinación, como decía Santa Teresa de Jesús, a sostener nuestro ministerio, no sólo con la oración, como he dicho, sino también con el silente sacrificio oblativo. Muchas gracias, queridas monjas de clausura.

Ha sido un empeño personal mío el que la Diócesis contara con un centro de estudios teológico-pastorales donde los sacerdotes tuvieran la oportunidad de recibir una formación continuada y los laicos, especialmente el profesorado de religión y los agentes de pastoral, se formaran adecuadamente. A Dios gracias este empeño se concretó en el Centro de Estudios Teológico-Pastorales San Torcuato. En este centro actualmente no sólo estudian personas de la Diócesis, sino otras diócesis limítrofes. Y ya es un referente la Semana de Teología que anualmente organiza. Con este Centro, Guadix recuperó su tradición de ciudad universitaria que había perdido con la desaparición de la Escuela de Magisterio.

Sin duda la Iglesia de Guadix tiene que estar contenta de lo que es, porque puede mirar al futuro con esperanza y sin complejos; está en el buen camino para seguir avanzando como Iglesia particular en el anuncio del Evangelio. Dejadme por tanto que, aunque con pudor, diga que me siento orgulloso del trabajo realizado.

Y así, desde este sano orgullo por la obra que Dios me ha permitido realizar entre vosotros, doy gracias al Señor que en vosotros me hizo el mejor regalo. Me voy, pero para siempre sigo siendo Obispo y Obispo de Guadix. En Toledo conmigo estará siempre mi amada Diócesis de Guadix. En aquella Ciudad mi casa será vuestra casa, como lo ha sido aquí en Guadix, y me encontraréis con la misma facilidad y con la misma cercanía. Mis queridos sacerdotes, ya no me nombraréis en la misa pero os ruego que no os olvidéis de mí en el tesoro infinito de la Eucaristía; y os pido, es más os suplico, que me ofrezcáis diariamente el obsequio de vuestra oración. Yo seguiré rezando por cada uno de vosotros, como es costumbre mía, con el Nomenclátor junto al breviario.

Termino pidiendo al Señor, queridos diocesanos, y poniendo como intercesores a San Torcuato y a la Santísima Virgen que en Guadix lleva el nombre de las Angustias, en Baza de la Piedad y en otras muchas poblaciones de la Cabeza o del Rosario, la Virgen en definitiva, que en esta Cuaresma del año 2010, tan especial para mí, nos haga volver a Él con todo el corazón. A Él que es Camino que lleva a la salvación, Verdad que nos hace libres y Vida que no conoce la muerte. A Él, en quien todo lo podemos.