Lecturas diarias: 19 de Setiembre – Tu prójimo y tú

Jueves, 19 de setiembre de 2013
Semana 24ª durante el año
Feria o Memoria libre – Verde / Rojo
1 Timoteo 4, 12-16 / Lucas 7, 36-50
Salmo responsorial Sal 110, 7-10
R/. «¡Grandes son las obras del Señor!»

Santoral:

San Jenaro, San José Ma. de Yermo
y Parrés, Santa María de Cervelló,
Santa Emilia de Rodat

Tu prójimo y tú

Si tu prójimo se compra un automóvil del año,
es vanidad.
Si tú te lo compras, es necesidad.

Si a tu prójimo le da ira,
es pecado.
Si a ti te da ira, es que «tu carácter es así.»

Si tu prójimo te dice la verdad que no te gusta,
es que no tiene amor.
Si tú lo haces es que eres sincero.

Si tu prójimo no te saluda,
es que es orgulloso.
Si tu no lo saludas, es que «no lo viste».

Si tu prójimo no cumple con su deber,
es un irresponsable.
Si tu no cumples con tu deber
es que realmente no puedes.

Si tu prójimo tiene serias dificultades,
es que está en pecado.
Si tú las tienes, es una prueba.

Si tu prójimo no trabaja,
es que es un vago.
Si tú no trabajas, es que no consigues trabajo.

Si tu prójimo sufre escasez,
es que es un mal administrador.
Si tú sufres escasez, es que no ganas suficiente.

Si tu prójimo habla de los demás,
es un calumniador.
Si tú hablas de los demás, «es para orar».

Si tu prójimo cae en tentación,
es un carnal.
Si tú caes en tentación, fue una debilidad.

Si tu prójimo no acepta el reto,
es un cobarde.
Si tú no lo aceptas, es que «no estás capacitado».

Si tu prójimo exhorta en forma dura,
está falto de amor.
Si tú lo haces, es «ira de Dios».

Si tu prójimo ora por finanzas,
no sabe orar.
Si tú oras por finanzas, es «para la obra de Dios».

Si tu prójimo no ora, ni alaba a Dios en alta voz,
está muerto espiritualmente.
Si tú no oras ni alabas en alta voz,
es que lo haces con el corazón.

Si tu prójimo recibe bendiciones,
es por la misericordia de Dios.
Si tú recibes bendiciones, es porque te las mereces.

Si el hijo de tu prójimo es rebelde,
él es mal padre.
Si tu hijo es rebelde,
es porque «heredó el carácter del abuelo».

Si tu prójimo paga mal por mal,
es porque es un vengativo.
Si tú lo haces es que estás haciendo justicia.

Si tu prójimo cumple con su deber,
es para «acumular puntos».
Si tú cumples con tu deber es porque eres responsable.

Liturgia – Lecturas del día

Jueves, 19 de Setiembre de 2013

Vigila tu conducta y tu doctrina,
si obras así,
te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen
,
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo
a Timoteo
4, 12-16

Querido hijo:
Que nadie menosprecie tu juventud: por el contrario, trata de ser un modelo para los que creen, en la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe, en la pureza de vida.
Hasta que yo llegue, dedícate a la proclamación de las Escrituras, a la exhortación y a la enseñanza.
No malogres el carisma que hay en ti y que te fue conferido mediante una intervención profética, por la imposición de las manos del presbiterio. Reflexiona sobre estas cosas y dedícate enteramente a ellas, para que todos vean tus progresos. Vigila tu conducta y tu doctrina, y persevera en esta actitud. Si obras así, te salvarás a ti mismo y salvarás a los que te escuchen.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 110, 7-10

R. ¡Grandes son las obras del Señor!

Las obras de sus manos son verdad y justicia;
todos sus preceptos son indefectibles:
están afianzados para siempre
y establecidos con lealtad y rectitud. R.

Él envió la redención a su pueblo,
promulgó su alianza para siempre:
su Nombre es santo y temible. R.

El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría:
son prudentes los que lo practican.
¡El Señor es digno de alabanza eternamente! R.

EVANGELIO

Sus numerosos pecados le han sido perdonados
porque ha demostrado mucho amor

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
7, 36-50

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»
Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él.
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Pienso que aquél a quien perdonó más».
Jesús le dijo: «Has juzgado bien». y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco demuestra poco amor».
Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados».
Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Palabra del Señor.
Reflexión

1Tim. 4, 12-16. Puesto que somos colaboradores de Cristo tratemos de no recibir en vano la Gracia de Dios. El Señor nos ha consagrado para que, siendo suyos, seamos un signo vivo de su presencia en el mundo. Por eso hemos de cuidar el Carisma que hay en nosotros: el de servir a todos como Cristo lo ha hecho con todos. Para lograr esto necesitamos dedicarnos a la lectura de la Palabra de Dios, a la exhortación, a la enseñanza. Pero esto debe ir respaldado con una vida intachable que nos convierta en modelo del cumplimiento amoroso de la Palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza.
No podemos pensar que, puestos al servicio de los demás por nuestra unión con Cristo desde el Bautismo y Confirmación, o como Ministros Ordenados, no hemos de poner algo de nuestra parte para que día a día maduremos en nuestra respuesta al Señor. Nuestro sí inicial debe ser renovado todos los días, de tal forma que en verdad vivamos, con mayor lealtad, nuestra entrega a Cristo y al anuncio de su Evangelio. Esto debe llevarnos a profundizar, también todos los días, la Palabra de Dios mediante la Lectio Divina para que, así, antes que exhortar y enseñar a los demás, la Palabra de Dios sea aceptada y vivida por nosotros. Entonces podremos ser modelos que pueden imitar los demás, pues encontrarán en nosotros un punto de referencia hacia Cristo.
Obrando, de modo perseverante en el bien, no sólo lograremos salvarnos, sino que salvaremos a aquellos a quienes hemos sido enviados.

Sal. 111 (110). En verdad que las obras de Dios son grandiosas y dignas de confianza.
Contemplemos la bondad y la misericordia del Señor para con los suyos, pues Él no sólo creó todo para que estuviese a nuestra disposición; sino que se formó un Pueblo, con quien pactó una Alianza en el Sinaí, y le dio como herencia la tierra prometida. De ese Pueblo nació para todos un Salvador, Cristo Jesús, quien llevó a cabo la obra grandiosa de la Redención y nos hizo partícipes de su Vida y de su Espíritu, formando así un Nuevo Pueblo de elegidos para gloria del Padre.
Por eso Dios, nuestro Dios, merece no sólo nuestra alabanza y nuestra acción de gracias, sino el reconocerlo como Señor de nuestra vida, como Aquel que ha de ser amado por encima de todo y a quien le entregamos todo nuestro ser; Él ha de ser respetado, y su Palabra debe ser fielmente cumplida por quienes decimos creer en Él. Así manifestaremos que en verdad, también nosotros, hemos entrado en Alianza con Él y hemos hecho nuestra su obra de salvación.

Lc. 7, 36-50. Amar al Señor, pues Él nos ha perdonado mucho. A Él no le importa nuestro pasado, por muy tenebroso que sea; a Él sólo le importa el que nos dejemos encontrar y que recibamos su perdón. Esto indicará que en verdad Él significa no sólo algo, sino todo en nuestra vida.
Si Él se junta con pecadores; si Él acude a banquetes no es porque quiera dejarse dominar por el pecado, ni porque quiera pasarse la vida embriagándose; Él, por todos los medios, y acudiendo a todos los ambientes, busca al pecador para salvarle.
La Iglesia, santa porque su Cabeza es santa, y a quien viven unidos muchos hermanos nuestros en la Vida eterna, siendo santos como el Señor es Santo; pero que compuesta por pecadores que peregrinamos hacia nuestra perfección y plena unión con Cristo, es una Comunidad que necesita estar en una actitud de continua conversión, abierta al perdón de Dios. Sólo así podrá convertirse en un signo del poder salvador del Señor, que vino a salvar todo lo que se había perdido.
Por eso no ha de tener miedo de ir a todos los ambientes del mundo, por muy cargados de maldad que se encuentren, para llamar a todos a la conversión y a la unión plena con Dios.
En esta Eucaristía Aquel que es la Palabra se hace presente entre nosotros con todo su poder salvador. Él es la Palabra que el Padre Dios pronuncia a favor nuestro para que nuestros pecados sean perdonados, y para que, santificados en la verdad, podamos manifestarnos como hijos suyos. Por eso, hemos de abrir nuestra vida para que el Señor habite en ella. No podemos sólo estar en, sino vivir la Eucaristía.
Si en verdad creemos que es el Señor quien preside esta Eucaristía, que es el Señor quien nos habla, que es el Señor quien actualiza su Misterio Pascual, que es el Señor quien se encarna en su Iglesia, signo de su amor para el mundo, vivamos en una auténtica comunión de vida con Él, de tal forma que en verdad manifestemos con las obras que el Señor camina con su Iglesia, en su Iglesia, y que, desde su Iglesia, sigue preocupándose de ofrecer su perdón y su vida a todos los pueblos y a las personas de todos los tiempos.
¿Hasta dónde somos capaces de salir al encuentro del pecador, no para condenarlo, no para señalarlo como a un maldito, no para dejarnos dominar por su pecado, sino para ayudarlo a encontrarse con Cristo y a recibir su perdón, de tal forma que se inicie, en su propia vida, un nuevo caminar en el amor a Dios y en el amor fraterno?
Dios no nos envió a destruir a los demás, por muy malvados que parezcan; nuestra lucha no es una lucha fratricida, es una lucha en contra del pecado; y el pecado no se expulsa acabando con los pecadores, sino amándolos de tal forma que puedan recuperar su dignidad de hijos de Dios.
Saber amar, saber perdonar como Dios nos ha amado y perdonado, es la luz que fortalecerá a quienes se apartaron del camino del bien para que vuelvan a encontrarse con el Señor y vivan comprometidos con Él.
Seamos, pues, portadores de Cristo y no generadores de dolor y de muerte a causa de querer revivir las guerras santas, pensando que sólo nosotros somos santos, y los demás unos malvados que han de ser exterminados, para que sólo los puros habiten este mundo, y sean los únicos que disfruten la salvación.
Sin embargo recordemos que Jesús, nuestro Señor y Maestro, nos ha enseñado que Él vino a salvar a los culpables y a dar la vida por ellos. Esta es la misma misión que tiene la Iglesia, enviada como signo de salvación para todos los pueblos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar y hacer el bien, no según nuestras imaginaciones, sino conforme al ejemplo que Cristo nos ha mostrado, para que, así, todos, aún los más grandes pecadores, habiendo recibido el perdón y la Vida que proceden de Dios, podamos alcanzar la Salvación que el Señor nos ofrece a todos. Amén.

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