Nuestra ORACIÓN HUMILDE

NUESTRA ORACIÓN HUMILDE

    La parábola del fariseo y el publicano nos presenta dos personajes que tipifican dos modos de orar y de estar ante Dios. El fariseo más que orar lo que hace es reclamar a Dios la confirmación y el beneplácito de todas sus buenas obras, de su  santidad.

Él cree que con el cumplimiento fiel y escrupuloso de sus obligaciones religiosas merece la salvación y no necesita de la misericordia de Dios. Está seguro de sí mismo y se permite mirar con desprecio a los que no son como él.

   El publicano, con humildad y vergüenza, es consciente de sus pecados y debilidades, manifiesta su necesidad de Dios, de su compasión, de su misericordia. Su oración sincera es la expresión de su convicción de que sin Dios no vale nada ni puede nada. Confía en Dios y en su perdón.     

    Es muy frecuente que nos cueste trabajo reconocer nuestras faltas y pecados, nos cuesta trabajo pedir perdón, porque pensamos que no hacemos nada mal, creyendo que son los demás los que han provocado mi mal genio, los que han acabado con mi paciencia, son los demás los que han de pedir perdón.

    El evangelio nos pone en situación de pedir al Señor, con humildad, que sepa reconocer lo que hago mal, que sepa pedirle perdón a quienes ofendo, que Él tenga misericordia de mí, porque sólo en Él encuentro el perdón, la vida, la salvación.