PAPA FRANCISCO – Homilía del JUBILEO de las Fuerzas Armadas

PAPA FRANCISCO – Homilía del JUBILEO de las Fuerzas Armadas

La actitud de Jesús junto al lago de Genesaret está detallada por el Evangelista con tres verbos: vio, subió, se sentó. Jesús vio, Jesús subió y Jesús se sentó. Jesús no se preocupa de mostrar una apariencia a las multitudes. Jesús no está preocupado por ejecutar una tarea, ni por ajustarse a un plan de acción en su misión; al contrario, siempre pone en primer lugar el encuentro con los demás, la relación, la preocupación por esas fatigas y esos fracasos que a menudo abruman el corazón y quitan la esperanza.

Por eso Jesús, ese día, vio, subió y se sentó.

En primer lugar, Jesús vio. Él tiene una mirada atenta que, aun en medio de un gentío, lo hace capaz de divisar dos barcas junto a la orilla y de percibir la decepción en el rostro de esos pescadores, que ahora están lavando las redes vacías después de una noche de fracasos. Jesús fija su mirada llena de compasión en ellos. No olvidemos esto, la compasión de Dios. Las tres actitudes de Dios son cercanía, compasión y ternura. No olvidemos que Dios está cerca, Dios es tierno y Dios es compasivo. Jesús fija su mirada llena de compasión en los ojos de esas personas, comprendiendo su desánimo, la frustración de haber trabajado toda la noche sin recoger nada, la sensación de tener el corazón vacío, justo como esas redes que ahora sujetan entre las manos.

Me disculpo y pido al Maestro [de las Celebraciones Litúrgicas] que continúe la lectura, por dificultad en la respiración.

Y, habiendo visto su malestar, Jesús subió. Le pide precisamente a Simón que aleje la barca de la orilla y sube en ella, entrando en el espacio de su vida, abriéndose paso en ese fracaso que habita su corazón. Esto es hermoso: Jesús no se limita a observar las cosas que no van bien, como a menudo hacemos nosotros, acabando por encerrarnos en el lamento y la amargura. Él, en cambio, toma la iniciativa, sale al encuentro de Simón, se detiene con él en ese momento difícil y decide subir a la barca de su vida, que en esa noche había regresado a la orilla sin éxito.

Finalmente, habiendo subido, Jesús se sentó. Y esta postura, en los Evangelios, es típica del maestro, del que enseña. El Evangelio, en efecto, dice que subió y enseñaba. Habiendo visto en los ojos y en el corazón de esos pescadores la amargura por una noche de esfuerzo sin resultados, Jesús sube a la barca para enseñar, es decir, para anunciar la buena noticia, para llevar la luz en esa noche de desilusión, para narrar la belleza de Dios en las fatigas de la vida humana, para hacerles sentir que todavía hay una esperanza, aun cuando todo parece perdido.

Y entonces ocurre el milagro: cuando el Señor sube a la barca de nuestra vida para llevarnos la buena noticia del amor de Dios que siempre nos acompaña y nos sostiene, entonces la vida vuelve a empezar, la esperanza renace, el entusiasmo perdido regresa y podemos echar las redes al mar nuevamente.

Hermanos y hermanas, esta palabra de esperanza nos acompaña hoy, mientras celebramos el Jubileode las Fuerzas armadas, Policía y Cuerpos de seguridad, a quienes agradezco su servicio, saludando a todas las autoridades presentes, a las asociaciones y a las academias militares, como también a los Obispos castrenses y a los capellanes. A ustedes se les confía una gran misión, que abarca múltiples dimensiones de la vida social y política: la defensa de nuestros países, el compromiso por la seguridad, la custodia de la legalidad y la justicia, la presencia en las penitenciarías, la lucha contra la criminalidad y las diferentes formas de violencia que amenazan con alterar la paz social. Y recuerdo también a cuantos ofrecen su importante servicio en las catástrofes naturales, por el cuidado de la creación, por el rescate de las vidas en el mar, por los más frágiles, por la promoción de la paz.