San Anacleto González Flores – Biografía

San Anacleto González Flores – Biografía

Nació en Tepatitlán, Jalisco, el 13 Julio de 1888. Sus padres fueron Valentín González Sánchez y María Flores Navarro, él de oficio rebocero, lo cual, sumado al hecho de que tuvieron doce hijos, tres mujeres y nueve varones, (Anacleto era el segundo de ellos) sus condiciones económicas no fueron precisamente óptimas, sino más bien lo contrario.

Anacleto fue bautizado al día siguiente de su nacimiento, en la parroquia de San Francisco.

Beato José Anacleto González Flores

En esta fecunda actividad tuvo numerosos compañeros que compartieron con él el ardiente deseo de instaurar el reino de Dios en la tierra; entre ellos figura de manera especial su amigo Miguel Gómez Loza, a quien apodaban «El Chinaco».

Anacleto daba conferencias en los círculos de la ACJM, y escribía artículos en los periódicos y semanarios de aquel tiempo, teniendo como objetivo refutar los artículos antirreligiosos de la nueva Constitución de 1917.

De esta forma Anacleto se ponía a la cabeza de todos los católicos jaliscienses, animando y sacudiendo el poco interés que hasta entonces habían tenido los católicos. Le molestaban la falta de organización, de energía y de unidad. Con frecuencia decía:

«Hay jóvenes; lo que falta es juventud»

Anacleto no descuidaba su vida interior, participaba todos los días de la Eucaristía, se dedicaba por la mañana a la oración, pertenecía a la tercera orden franciscana y tenía como consejero espiritual al arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez.

Laico, Padre de Familia y
Mártir Mexicano
1888-1927

Para la formación cristiana de sus fieles hizo editar un catecismo que dejó impreso y que era ya usado en la diócesis de Jaén , donde había una iglesia que tenía una cofradía para la enseñanza de la Doctrina Cristiana.

Este catecismo es una maravilla como manual para la formación integral, en él se atendía tanto a la parte de la fe , como la moral y la formación cultural de las gentes.

En vida dejó sólida fama de sus virtudes, a pesar de haber sido hombre que defendió sus derechos en contra de sus colegas obispos, de los religiosos, de los españoles y de los mismos indígenas, cuando creyó que tenía razón y justicia.

Su niñez fue casi paupérrima, metido siempre en un trabajo agotador. Ayudaba a su padre en el trabajo de confeccionar y vender rebozos. Su padre le enseñó la fuerza de voluntad y el trabajo, al mismo tiempo que el patriotismo y el amor a las letras.

Le hizo memorizar un largo discurso patrio que se acostumbraba declamar el 15 de septiembre.
Le gustaba la música y se daba tiempo para formar parte de la banda musical del pueblo. En la escuela aprendió, además de las primeras letras, el criterio liberal que el profesor de una escuela oficial pueblerina les enseñaba.

Pronto se vio en él la aptitud de líder. Era noble, inspiraba respeto y no permitía que nadie se aprovechara de los demás. Cuando contaba con 17 años de edad, escuchó la prédica de un sacerdote misionero de Guadalajara.

Dios se sirvió de su gusto a los sermones, haciéndolo caer en la cuenta que valía la pena usar el arte de la oratoria para servir a Dios y a la patria.

Se volvió más serio y reflexivo, empezó a reunir a los muchachos del pueblo para darles el catecismo y se dio a la lectura de algunas obras literarias católicas de aquel tiempo con la que fundamentó sus principios.

Viendo la piedad y la cultura de Anacleto, el padre Narciso Cuellar, amigo de la familia, le propuso entrar al seminario auxiliar de San Juan de los Lagos a estudiar el bachillerato entre 1908 y 1913 y él mismo le ayudó a pagar los gastos.

Anacleto se aplicó a los estudios con la tenacidad que le había enseñado su padre, al grado que después de pocos meses podía sostener una conversación en latín con su profesor y suplirle en caso de ausencia. Fue de allí que sus compañeros le pusieron el sobrenombre de «Maestro» y más familiarmente, «El Maistro Cleto».

Del seminario auxiliar de San Juan de los Lagos, Anacleto pasó a cursar los estudios de teología del seminario conciliar de Guadalajara, como alumno externo, hospedándose en una casa de estudiantes pobres. Ahí se dio cuenta que su vocación no era el sacerdocio, pero al seminario le debe su fuerte formación humanística.

En 1913 se matriculó en la Escuela Libre de Derecho de Guadalajara; varias veces tuvo que abandonar la carrera por razones de tipo económico y otras causas, pero al final terminó recibiéndose de licenciado en Derecho en el año de 1922.

En la Escuela de Jurisprudencia, enseñó a sus compañeros a hablar fuerte, a pisar recio y a mirar de frente. Sus camaradas vieron en él a un formador en la lucha por la vida.
Les enseñaba oratoria, obligando a sus alumnos a expresarse con fluidez así fuera el más nimio relato de la vida cotidiana.

En 1914 entraron a Guadalajara las tropas del general Álvaro Obregón que saquearon la ciudad. Al sobrevenir las leyes persecutorias se cerraron los colegios particulares, por lo que Anacleto se refugió en el pueblo de Concepción de Buenos Aires, Jalisco, donde vivía su hermano Severiano. Allí se quedó por unos meses, ayudando a su hermano en una pequeña tienda de comestibles.

Aprovechando las treguas que brindaba la furia antirreligiosa, Anacleto regresó a Guadalajara para continuar ejerciendo su profesión de maestro y su carrera de abogado. Le gustaba tañer la guitarra, instrumento que siempre calmó sus pesares. Era metódico en todo; por eso sólo una vez se embriagó, pero sus compañeros de juerga lo fueron a encontrar en un paraje solitario, hincado de rodillas y con los brazos en cruz.

En Guadalajara Anacleto participaba en muchas actividades sociales y religiosas: en 1916 entró en la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, la ACJM, que había sido fundada en la Ciudad de México por el padre jesuita Bernardo Bergoend, y a la que le dio todo su apoyo y entusiasmo juvenil.

La ACJM ofreció a Anacleto un campo propicio para desarrollar sus dotes de organizador. Esta asociación tenía un plan de acción que respondía a todas las actividades del apostolado seglar: catecismo, visita de cárceles, conferencias, sanas diversiones. Anacleto al empezar los juegos decía:

«Hay libertad para todo y para todos,
menos para el pecado y los malhechores».
Lic. Juan Manuel Robles Gil