Teología del laicado en el Vaticano II

Ningún concilio, antes del Vaticano II, había hablado específicamente del laicado. El capítulo IV de Lumen Gentiumestá dedicado exclusivamente a los laicos, aunque en un primer momento quedaban unidos al capítulo “Pueblo de Dios”, la redacción final les dedicó un apartado exclusivo.

Debemos destacar dos novedades en la estructura de dicho capítulo: del número 30 al 33 se describe el laicado de manera positiva señalando qué significa ser laico. Del número 34 al 38 se presenta la estructura teológica del laicado a partir de los tria munera de Jesucristo: sacerdote, profeta y rey.El elemento teológico más importante y positivo lo encontramos en el número 31, del cual podemos destacar dos cosas:

– La participación del ministerio triple del Pueblo de Dios:
«Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde» (LG 31).

– La índole secular de los laicos:
«El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Pues los miembros del orden sagrado, aun cuando alguna vez pueden ocuparse de los asuntos seculares incluso ejerciendo una profesión secular, están destinados principal y expresamente al sagrado ministerio por razón de su particular vocación. En tanto que los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor» (LG 31).

DEFINICIÓN DEL LAICO CRISTIANO (Cf. CHILLEBEECKX, E., «Definición del laico cristiano», en “La Iglesia del Vaticano II”, pp. 977-997).

El descubrimiento del carácter “laico” del mundo presente y del “seglar” en la Iglesia influyó fuertemente en los primeros intentos de establecer una “teología sobre el laicado”. Algunos dudaban si esta conexión con el mundo debía entrar en la definición teológica, era entonces necesario definir eclesiológicamente el término “laico”. La Iglesia tiene una misión religiosa y no parecía que hubiese lugar para la inclusión de una relación secular en dicha definición. Así pues, el laico fue definido, en sentido más pronto negativo, en contraposición con quien ejerce un ministerio oficial en la Iglesia. El laico es aquel que no tiene ningún oficio.

Y en un sentido un poco más positivo, el cristiano recibe el nombre de laico en comparación con el cristiano que desempeña una función jerárquica. No queda claro que la situación secular, según la cual el cristiano sin oficio ha de vivir de acuerdo con sus principios cristianos, sea una situación tan cristiana como la de aquél que tiene oficio y que también debe vivir según sus principios. Es, por esta razón, por la que la descripción puramente negativa del laico en la definición no satisface.

El texto preconciliar «entiende por el nombre de laicos a los fieles que por el bautismo están incorporados al Pueblo de Dios, pero viviendo en el mundo, se guían únicamente por las normas generales de la vida cristiana… Se dirige la atención a aquellos fieles del Pueblo de Dios que no han sido llamados ni al orden jerárquico ni al estado religioso reconocido por la Iglesia, pero que de un modo peculiar, incluso por medio de actividades seculares deben esforzarse por conseguir la santidad cristiana».

La Comisión preconciliar declaró que no era su intención dar una definición teológica del laicado cristiano. Desde el principio, son tres las características que incluye el concepto de laico: El laico es presentado positivamente por su calidad de miembro de la Iglesia como Pueblo de Dios, y, restrictivamente, por no estar ordenado y, por tanto, por no pertenecer al orden jerárquico ni a una orden religiosa o congregación. El laico se ocupa de los asuntos de este mundo cristianamente.

El segundo esquema fue similar pero presentó una diferencia según la cual queda claro quelos laicos no están fuera de la misión primordial, es decir, religiosa, de toda la Iglesia.Aunque sin tener oficio, deben contribuir activamente, y no solamente por medio de su actividad secular cristiana, sino también de una manera no clerical a la obra evangélica de la Iglesia.

El primer esquema hacía hincapié en la significación de la actividad secular, el segundo parecía contener una reacción implícita contra aquellos que tendían a basar la definición del laico cristiano en su relación con este mundo secular.

Muchos obispos pensaron que la definición de los laicos era demasiado negativa y breve, la realidad de la vida del laico en este mundo debería aparecer con más fuerza. Por eso, en el tercer esquema se intentó reconciliar a aquellos que querían recalcar más el lugar de los laicos en la Iglesia con las peticiones de los que deseaban poner de relieve la tarea cristiana de los laicos en el mundo.

Podría sintetizarse todo esto diciendo que el concepto de laicado constituye un “estado” en la Iglesia y el mundo, es la “situación o puesto propio” del laico con el fin de reconocer este mundo según su propio modo de ser, de dirigirlo hacia la gloria de Dios y de santificarse a sí mismo y a los que lo habitan. El cuarto esquema situará en su debida perspectiva el carácter religioso del laicado cristiano.

La Constitución evita expresamente toda forma de clericalismo. La definición del laico para el Concilio comprende tres elementos: el laico se define genéricamente por su pertenencia activa a la Iglesia como Pueblo de Dios; participa en la misión universal de toda la Iglesia y no desempeña una función oficial, tampoco es un religioso.

HISTORIA

Después de la II Guerra Mundial aparecen diversos estudios sobre la “teología del laicado”. Varios autores encuentran dificultad en el “carácter secular” del laico.

Y. Congar considera el laicado en conexión con una distinción, dentro de la Iglesia, entre la Iglesia como “institución” y como “comunidad” de salvación. Recalca su participación activa en la vida de la Iglesia dentro de su función sacerdotal, profética y real. Apunta que la función secular del laico debe ordenarse hacia la salvación. Más adelante, Congar afirmará que el laico cristiano contribuye al Reino de Dios ocupándose de la realidad secular y temporal.

E. Schillebeeckx señala la exigencia de empezar con un análisis de las riquezas religiosas de las cuales participan mutuamente laicos, sacerdotes y religiosos. Así se destacaría en el laico su calidad de miembro y también su participación en la misión primordial de la Iglesia.

H. Urs von Balthasar afirma que el laico se distingue de los clérigos pero no de los religiosos. A la Acción Católica la llama “laicos clericalizados”.

G. Philips pone de relieve la participación de los laicos en la misión primordial religiosa pero además afirma que los laicos han de realizar su salvación mediante su cometido respecto de los asuntos de este mundo.

Para K. Rahner el alcance del apostolado laico queda determinado específicamente por la situación concreta que ocupa en la sociedad temporal. Un laico que se dedica de lleno al apostolado eclesial y abandona sus actividades seculares ordinarias ya no sigue siendo un laico.

Así pues, hay autores que vinculan la palabra “laos” al sentido bíblico, refiriéndose al Pueblo de Dios y otros, apuntan al matiz moderno idiomático dado a la palabra laico, vinculándolo al mundo secular. I. de la Potterie explicaba que en el mundo grecoromano la palabra “laos” se refería al pueblo, en contraposición con sus jefes o príncipes.

ELEMENTOS ESENCIALES

Los tres elementos que encontramos en las discusiones de los últimos años sobre la definición teológica del laico se encuentran presentes en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia: un elemento positivo, como ya hemos dicho, es la pertenencia activa de todos los miembros del Pueblo de Dios: la Iglesia; un aspecto negativo: el laico como uno que no tiene oficio; y un elemento distintivo: la relación con el mundo secular en cuanto que así es como el laico busca el Reino de Dios.

El Concilio, de hecho, recalca que el laico debe cumplir su propia misión, no solamente en el mundo, sino también en la Iglesia, y no especifica la relación entre los tres elementos de la definición. Indica también que, como miembro del Pueblo de Dios, al laico le es propio contribuir a la obra de evangelización, aunque no tiene oficio.

CONSECRATIO MUNDI (Cf.CHENU, M. -D., «Los laicos y la “consecratio mundi”», en “La Iglesia del Vaticano II”, pp. 999-1015).

«Los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios» (LG IV, 34). De esta manera, la expresión “consecratio mundi” entra en el vocabulario oficial y solemne de la Iglesia. Lo que en otro momento hubiera parecido banal adquiere ahora un sentido sólido.

Se refiere directamente al papel de los laicos en la construcción de la Iglesia y a la presencia de la Iglesia en el mundo. En 1962 el entonces cardenal G. B. Montini, explicitaba “consecratio mundi” en una Carta Pastoral a su Iglesia de Milán: «Consecratio mundi… es decir impregnar de principios cristianos y de fuertes virtudes naturales y sobrenaturales la inmensa esfera del mundo profano».

Como dice M. D. Chenu, el Concilio Vaticano II determina «un estatuto de los seglares en una Iglesia que ha tomado consciencia de que no es una sociedad levítica, “clerical”, sino una comunión de creyentes estructurada por la jerarquía apostólica» .

Nos damos cuenta de la evolución del Concilio para captar el papel del laico como artífice real en la vida de la Iglesia, de ahí que se pueda usar el término consagración como operación por la que el hombre, en nombre propio o mandado por una institución, retira una cosa de su uso corriente o aparta a una persona de su primera disponibilidad para reservarla a la Divinidad, para rendir pleno homenaje a la soberanía de Dios sobre su creación. Se aparta, pues, la cosa o la persona de su propia finalidad, se aliena para transferirla al Soberano supremo, origen de todo ser y fuente de toda perfección.

En síntesis, el papel del laico en la construcción del Reino de Dios nunca es subsidiario, al servicio y complemento de los clérigos, sino que es una misión constitutiva con verdadera responsabilidad evangélica. La obediencia doctrinal y disciplinar no reduce la cualidad ni la verdad del compromiso dentro del mundo secular, lugar del laico que determina su función como esencial a la evangelización.

Chenu continúa afirmando que la expresión “consecratio mundi” es «valiosa y bienhechora. Pero esto no puede ni debe hacerse más que dentro del conjunto y a la luz del misterio de la Encarnación» .

COOPERACIÓN DE LOS LAICOS CON LA JERARQUÍA EN EL APOSTOLADO (Cf. KOSER, C., «Cooperación de los laicos con la jerarquía en el apostolado», en “La Iglesia del Vaticano II”, pp. 1017-1035.)

Los laicos son corresponsables, junto con los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) y con los religiosos y religiosas, de la misión de la Iglesia, una misión con una doble faceta: intraeclesial y extraeclesial. Ambos aspectos están íntimamente unidos y no se pueden separar.

La misión característica de los laicos es, estar en el mundo y servir a las personas con las que conviven y procurar que la familia de los hombres sea más humana, fraterna y llegue a transformarse en familia de Dios. Por tanto, el mundo, la sociedad, la comunidad humana, es el ámbito, el lugar y el medio donde los laicos deben desarrollar su vocación de cristianos. Los laicos, pues, han de estar presentes en el mundo, desde su trabajo concreto, como levadura en la masa, pues esta es su misión específica y peculiar.

«Los laicos también puede ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía» (LG IV, 33), porque, entre otras razones, pueden tener una preparación más específica que algunos clérigos. Es esencial reconocer que el límite de su participación viene marcado por el poder que sólo confiere el sacramento del Orden.

CONCLUSIÓN

Por primera vez en la historia de la Iglesia, un Concilio se ocupa de los laicos en cuanto a tales, empieza así una “teología del laicado”. El meollo de todo el capítulo IV, “Sobre los laicos”, constituye una descripción tipológica del laico.

Así pues, como ya se ha dicho, el Concilio Vaticano II proporciona dos notas constitutivas: 1) Los laicos son todos los cristianos salvo los que tienen un orden sagrado o son miembros de un estado religioso reconocido por la Iglesia. 2) Los laicos viven en el mundo. La índole secular les es propia y peculiar y en este lugar, en el mundo, les es dirigida la llamada de Dios. El mundo es su campo de acción propio.

A partir de estas afirmaciones el Concilio Vaticano II describe la misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, insistiendo en que todos los miembros del Pueblo de Dios, por razón de ser bautizados, participan en el triple ministerio o misión de Cristo: el ministerio sacerdotal, profético y real. Los laicos participan en el ministerio sacerdotal de Cristo cuando están unidos a Él y como Él se ofrecen a sí mismos al servicio de los demás y ofrecen todas sus actividades a Dios; participan del ministerio profético de Cristo cuando acogen con fe el evangelio y lo anuncian con palabras y con obras; y participan en el ministerio real de Cristo cuando sirven al Reino de Dios y cuando sirven, en la caridad y en la justicia, a Jesús presente en todos sus hermanos, especialmente los más pequeños .

Como destaca Chenu, «se da al seglar cristiano su lugar constitucional dentro de la Iglesia, no por la clericalización larvada, ni por su encuadramiento en instituciones cristianas sino por su mismo ser, por la participación del misterio mediante las virtudes de la fe, esperanza y caridad» (CHENU, M. -D., «Los laicos y la “consecratio mundi”», en “La Iglesia del Vaticano II”, p. 1012.).

BIBLIOGRAFÍA

– BARAÚNA, GUILLERMO, (DIR.), La Iglesia del Vaticano II, Juan Flors, Barcelona 1966.

– PIÉ-NINOT, SALVADOR, Eclesiología. La sacramentalidad de la comunidad cristiana, Sígueme, Salamanca 2007.