CELEBRACIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN CAMPANA-ZÁRATE

La Fiesta del Corpus Christi fue celebrada en la diócesis en distintas parroquias, y de modo especial en las ciudades de Campana, Zárate, Belén de Escobar y Baradero. Es digno de notar cómo en estas ciudades ha retomado fuerza esta celebración, y cómo se ha volcado la gente a acompañar el paso del Santísimo por las calles.

En la ciudad de Campana, la celebración tuvo lugar el domingo 26, a las 11, con la celebración de la misa presidida por Mons. Oscar D. Sarlinga y concelebrada por el cura párroco de Santa Florentina, el P. Hugo Lovatto, por Mons. Daniel Ferrari, Mons. Marcelo Monteagudo, y los Pbros.

Pablo Iriarte, Agustín Villa, Lucas Martínez y Fernando Fusari. Asistió el diácono Ricardo Dib y estuvieron presentes varios seminaristas y numeros monaguillos. La Sra. Intendente municipal, Doña Stella Maris Giroldi se hizo presente en la celebración, así como miembros del poder ejecutivo del Municipio de Campana, autoridades educativas, numerosos jóvenes, niños de distintos colegios y fieles laicos en general, también de las capillas de Santa Bárbara y de San Martín de Porres.

En su homilía, Mons. Oscar Sarlinga habló sobre la significación del Corpus Christi como el Cristo Crucificado y Resuciitado, verdaderamente presente en la Eucaristía, y del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, que camina en la historia, una de cuyas imágenes es la marcha del pueblo de Israel como lo narra el libro del Deuteronomio.

Expresó que en nuestro caminar, tenemos un proyecto de vida, que hemos de someter al proyecto de Dios, y que para discernirlo la actitud ha de ser la de «soy un servidor más del Señor, que se haga en mí, según su Palabra», a imagen de la sumisión más perfecta, más inteligente, más santa, que ha sido la de María, la Madre de Dios, quien respondió al pedido del Altísimo: «Yo soy la servidora del Señor».

La frase latina «ut sit», «que sea» tiene que ser un signo de ponernos en sintonía con el proyecto de Dios sobre nosotros, de cómo Él guía amorosamente nuestra vida, y de nuestra fidelidad a ese proyecto divino, que tenemos que discernir desde la oración, en la oración, en una actitud filial.

Dijo que si creemos, en el sentido más puro de la palabra, encontramos salvación, y el poder transformador de la fe, el poder de la Eucaristía será capaz de renovar verdaderamente el mundo y la Iglesia, a partir de la renovación de los corazones: el rencor, la acedia y el odio se desvanecerán, la violencia se transformará en energías de amor, y por lo tanto, la muerte en vida. La muerte ya ya sido vencida por la Resurrección gloriosa de Jesucristo –dijo-.

Queda en nosotros los cristianos el recibir con fe y devoción los efectos inconmensurables de ese Amor; el odio, la envidia, la dispersión y el desinterés por el bien de los demás no pueden tener ya la última palabra. En cada acto del cristiano está presente la Resurrección.

Este poder transformador, para retomar una expresión del Santo Padre Benedicto XVI, es como una «fisión nuclear llevada en lo más íntimo del ser», se trata de la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte. Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo.

Conforme a algunas de sus ideas de fuerza, dijo también el Obispo que la realización de la «civilización del Amor», que es uno de los cometidos de la misión cristiana, incluye la legítima colaboración en todo lo que significa la construcción de la sociedad civil, en especial en lo concerniente al bien común, a la búsqueda de la justicia y de la paz, de la cultura del trabajo y del crecimiento en las virtudes sociales.

Estamos aquí en esta celebración -dijo- porque creemos en la «redención» y no simplemente de «energías espirituales», puesto que hemos recibido en lo más íntimo de nuestro ser la fuerza transformadora de la Redención de Cristo y podemos entrar en este magnífico dinamismo en y desde la fe, en y desde la aceptación de la Cruz Pascual.

Jesús puede distribuir su Cuerpo, porqué se entrega realmente a sí mismo. Esta primera transformación fundamental de la violencia en amor, de la muerte en vida lleva consigo las demás transformaciones. Pan y vino se convierten en su Cuerpo y su Sangre. Llegados a este punto la transformación no puede detenerse, antes bien, es aquí donde debe comenzar plenamente.

El Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para que a su vez nosotros mismos seamos transformados; este es el significado de la Fiesta del Corpus Christi. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus consaguíneos. Todos comemos el único pan, y esto significa que entre nosotros llegamos a ser una sola cosa. La adoración, hemos dicho, llega a ser, de este modo, unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el Totalmente otro.

Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en Él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la Última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra «adoración» en griego y en latín. La palabra griega es “proskynesis”.

Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos.

Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra será posible solamente en el segundo paso que nos presenta la Última Cena.

La palabra latina adoración es ad-oratio, que etimológicamente significa contacto boca a boca, abrazo y, por tanto, en resumen, “amor” en el sentido más puro.

La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.

Habrá una nueva primavera, mencionó el Obispo, si somos fieles al Señor Jesús, que nos ha elegido, si nos abrimos a su Espíritu, si somos fieles a la Iglesia, que verdaderamente es el Cuerpo de Cristo y el Pueblo de Dios, si estamos unidos, en la oración, en el afecto fraterno, dentro de la multiformidad de los dones que hemos recibido, en el único Don del sacerdocio ministerial (3), si nos confiamos enteramente a la intercesión materna de la Virgen y si nos ponemos enteramente al servicio de aquéllos que nos han sido encomendados, con nuestra predicación, para que ésta que suscite la fe, a ejemplo de San Pablo (Cf. Hch 18,1-8), sabiendo que quienes son de verdad evangelizados se tornan a su vez evangelizadores: es impensable que un hombre haya acogido la palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia.

Pidió Mons. Sarlinga la gracia de renovar nuestra alegría apostólica, para hacer como los Apóstoles, quienes “salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con todos ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,20).

Necesitamos la alegría, -dijo- que es elemento esencial en la vida del sacerdote, debe un principio y una fuerza vital, fruto de la vida del Espíritu Santo en él. En la alegría, especialmente la alegría compartida, la del espacio de verdadera fraternidad, hacen su ingreso la fe, la esperanza y la caridad; las tres virtudes teologales, para vivir y experimentar siempre y en todo momento, para transmitir en el apacentar al pueblo que nos ha sido confiado.

Es signo de salud del alma; pidámosle al Señor que arranque de nosotros toda tristeza, que es fruto de la acedia y nos impulsa a la duda, a la amargura, a la impaciencia y al enojo. También nos lo ha dicho el Papa, mencionándonos que este tema es “uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo”, pues “(…) el sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza” (Benedicto XVI, Videomensaje del Papa al Retiro internacional sacerdotal en Ars, Ciudad del Vaticano, martes 29 de septiembre de 2009).

Al término de la celebración eucarística, toda la feligresía presente y numerosos que se agregaron, los ministros y sacerdotes, y el Obispo salieron del templo para la procesión, que abarcó la manzana del triángulo que forma el conjunto del predio catedralicio, el cual se vio enteramente cubierto.

Hubo tres «capillas posas» en las cuales se tuvieron meditaciones e intenciones especiales, a cargo de distintos grupos apostólicos. Por fin, se concluyó con la bendición con el Santísimo en el atrio de la iglesia catedral, a toda la gente que estaba en la calle adyacente.

Explicación de la fiesta

Corpus Christi es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía. Este día recordamos la institución de la Eucaristía que se llevó a cabo el Jueves Santo durante la Última Cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre. Esta es una realidad de fe que siempre fue creída por la Iglesia católica.

Otro tema es el origen de la festividad den la historia de la Iglesia:

Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV.

El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión.

El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez por los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261.

La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.

Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio.

Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.

La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta.

Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad. En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos.

En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurección de Nuestro Señor Jesucristo.

El milagro de Bolsena

En el siglo XIII, el sacerdote alemán, Pedro de Praga, se detuvo en la ciudad italiana de Bolsena, mientras realizaba una peregrinación a Roma. Era un sacerdote piadoso, pero dudaba en ese momento de la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando estaba celebrando la Misa junto a la tumba de Santa Cristina, al pronunciar las palabras de la Consagración, comenzó a salir sangre de la Hostia consagrada y salpicó sus manos, el altar y el corporal.

El sacerdote estaba confundido. Quiso esconder la sangre, pero no pudo. Interrumpió la Misa y fue a Orvieto, lugar donde residía el Papa Urbano IV. El Papa escuchó al sacerdote y mandó a unos emisarios a hacer una investigación. Ante la certeza del acontecimiento, el Papa ordenó al obispo de la diócesis llevar a Orvieto la Hostia y el corporal con las gotas de sangre.

Se organizó una procesión con los arzobispos, cardenales y algunas autoridades de la Iglesia. A esta procesión, se unió el Papa y puso la Hostia en la Catedral. Actualmente, el corporal con as manchas de sangre se exhibe con reverencia en la Catedral de Orvieto.

A partir de entonces, miles de peregrinos y turistas visitan la Iglesia de Santa Cristina para conocer donde ocurrió el milagro.

En Agosto de 1964, setecientos años después de la institución de la fiesta de Corpus Christi, el Papa Paulo VI celebró Misa en el altar de la Catedral de Orvieto. Doce años después, el mismo Papa visitó Bolsena y habló en televisión para el Congreso Eucarístico Internacional. Dijo que la Eucaristía era “un maravilloso e inacabable misterio”.

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