HOMILÍA DEL SR. OBISPO EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR EL DON DE LA LIBERTAD



Santiago de Querétaro, Qro., 15 de septiembre de 2010

ORAR POR LA PATRIA

1. Los Obispos de México hemos invitado a los fieles católicos a orar por la Patria con ocasión de las celebraciones civiles del bicentenario del inicio de la Independencia y del centenario de la Revolución. Nosotros lo hicimos, en una solemne celebración en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y ahora lo cumplimos en todas las iglesias catedrales de México, en comunión con nuestros presbíteros y fieles en sus respectivas parroquias y comunidades. Damos así gracias al Dios providente y bueno quien, a través de las vicisitudes de nuestra historia, nos ha permitido llegar a este momento y agradecerle el don de la libertad. Les hemos ofrecido también una Carta pastoral para invitarlos a reflexionar, guiados por la fe, en hechos tan significativos y al mismo tiempo tan dramáticos de nuestra historia, a fin de descubrir en ellos el paso de Dios y comprendernos mejor como nación católica y plural a la vez, y buscar juntos un futuro distinto y mejor, pues no podemos pensar que la situación actual satisfaga los altos ideales de nuestros mayores.

2. Hablamos de conmemorar, de traer a la memoria los hechos y las personas que dieron lugar a acontecimientos tan significativos y de los cuales todos nosotros somos herederos y deudores. Se trata, como es obvio, de hechos y de seres humanos, y no de superhombres; de acontecimientos y personas que llevaron consigo miras muy altas e intenciones nobles y que, en su realización concreta, contrastaron con la mezquindad y las incoherencias que nos limitan y marcan siempre las pasiones humanas. De la altura y nobleza de la doctrina cristiana que inspiró estos ideales y los provocó, se llegó a la encrucijada dolorosa de su realización, donde los medios e intereses no siempre correspondieron a la altura de los deseos, hasta llegar a la crueldad y al dolor injustificado. Así es el hombre real y concreto del cual no se avergonzó Jesucristo y por donde la Iglesia tiene su peregrinar.

3. En esta historia se hizo presente Jesucristo y con este hombre real y herido por el pecado caminó y dejó como heredera de su obra a la Iglesia, también marcada por la debilidad. Así ha sido la historia de nuestra patria en su proceso de nacimiento, crecimiento y consolidación de sus instituciones, y allí ha estado presente la Iglesia y Jesucristo y Santa María de Guadalupe, y la jerarquía católica y el pueblo católico, principal protagonista de la gesta libertaria. Sin esta presencia de la Iglesia mediante sus variados personajes y múltiples intervenciones, no sería México lo que actualmente es: Sin la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores; sin su párroco y los cientos de sacerdotes que lo secundaron; sin el tañido de su campana, que ahora resuena en todos los palacios de gobierno; sin los ideales cristianos de libertad, justicia y dignidad humanas; sin la invocación y acompañamiento de Santa María de Guadalupe, y sin la participación generosa del pueblo católico, México no sería el que somos. Así somos porque así fue. Ahora nos toca a nosotros aprender a leer esta gramática de Dios que, en medio de muchos renglones torcidos que hacemos los humanos, quiere que escribamos páginas mejores de nuestra historia para las nuevas generaciones. La visión cristiana de la historia nunca niega los hechos, por más dolorosos que sean, sino que los interpreta, los asume y los trasciende con la fuerza y sabiduría de Dios, sabiendo que el misterio del mal está y estará siempre presente, no para triunfar, sino para ser derrotado por Aquel que venció el pecado y la muerte, por Jesucristo.

4. Por la fe sabemos que el progreso de los pueblos no es sólo asunto de números y cálculos económicos, como se suele interpretar y nunca resolver, sino que es una vocación que conlleva una misión y, por tanto, necesita de hombres libres, conscientes de su dignidad y destino, solidarios y fraternos, con una visión trascendente de su porvenir. La negación de Dios y de los valores del espíritu ha sido un pesado lastre que ha llegado a humillar al pueblo creyente en su dignidad y en sus legítimos derechos y aspiraciones, debilitando su conciencia no sólo católica sino social y su dimensión moral, es decir, humana. La negación de Dios es el debilitamiento del hombre hasta su desaparición.

5. La visión cristiana de la historia parte del misterio de la Encarnación del Verbo, por el cual el tiempo es ya una dimensión de Dios (J. Pablo II, NMI, 10), y adquirió valor de eternidad. Los cristianos escribimos, dentro del contexto de la historia humana, una historia de salvación, es decir, una historia con dimensión de Dios. Esta es la tarea que a los católicos nos falta por hacer, comenzando primero por caer en la cuenta. Por eso afirmamos que “nuestra mirada hacia el pasado no es un ejercicio simplemente académico sino principalmente un gesto de fidelidad a Jesucristo cuya presencia descubrimos en nuestra historia. Esta presencia nos convoca también a prestar atención a lo que Dios desea de nosotros en el presente y de cara el futuro” (Carta, No. 59). El católico es un hombre de cara al futuro. Se rige por el tiempo de Dios, que es un tiempo lineal y ascendente, progresivo y creciente, siempre más pleno y prometedor de obras mayores -los mirabilia Dei, las maravillas de Dios- que trascienden y hacen explotar el círculo cerrado, repetitivo y cansado de los calendarios solares o lunares, siempre girando sobre sí mismos, como la serpiente que se muerte la cola; incapaces de contener el dinamismo que el Espíritu imprime a la historia humana con la fuerza del Resucitado operante en ella, y que tiene por destino la eternidad. El renacimientos de cultos ancestrales y la importación de prácticas esotéricas no es sino una vuelta al paganismo, negador del progreso y de la superación. Es un retroceso cultural, como ya lo había advertido el genial Fr. Bernardino de Sahún al rechazar el dicho de que todo es y sigue igual. (Cf. Historia General…, Libr. VI, Cp. XLI, no. 80). Estamos esperando, y esta es la misión específica de los fieles laicos católicos, que por nuestra patria hable el Espíritu de Jesús.

6. Estas conmemoraciones nos deben servir para revitalizar nuestro modo de ser católico, para que la fe se arraigue más profundamente en nuestro suelo patrio, se purifique de vicios y sincretismos, se levante la esperanza a los creyentes, se dignifique a las personas y se proteja y defienda a los débiles, en particular a las mujeres y a los niños. Nuestros males y carencias no son sólo ni principalmente de orden práctico o material, sino que radican en el fondo del corazón humano. Son males del espíritu. Si no se proporciona remedio al mal del corazón, tampoco se obtendrá la salud del cuerpo social. Las cámaras de vigilancia jamás sustituirán la mirada paternal, providente y también justiciera de Dios, ante quien debemos dar cuentas. Los ideales de libertad, justicia e igualdad, por los que lucharon nuestros compatriotas en la Independencia y en la Revolución, nos siguen interpelando hoy con mayor fuerza, dado que las exigencias actuales son más profundas, y ningún católico se puede desentender de ellas. En nuestra Carta proponemos tres prioridades fundamentales, que aquí sólo enumero:

1ª. “Queremos un México en el que todos sus habitantes tengan acceso equitativo a los bienes de la tierra… en el que se promuevan la superación y crecimiento de todos en la justicia y en la solidaridad; por lo que necesitamos entrar decididamente en un combate frontal a la pobreza”.

2°. Queremos un México que crezca en su cultura y preparación con una mayor conciencia de su dignidad y mejores elementos para su desarrollo, con una educación integral y de calidad para todos”.

3°. “Queremos un México que viva reconciliado, alcanzando una mayor armonía e integración en sus distintos componentes sociales y con sus diferentes orientaciones políticas, pero unificado en el bien común y en el respeto de unos a otros” (Carta, No. 118).

7. Concluimos los Obispos: “Estamos orgullosos y agradecidos por nuestro pasado, nos sentimos profundamente comprometidos con nuestro presente y, a pesar de nuestros conflictos y dificultades actuales, estamos llenos de esperanza por nuestro futuro. México es una Nación con una historia y una vocación providenciales, un País bendecido por Dios, que debe seguir su camino, siempre inconcluso, hacia su propio desarrollo, en colaboración con las demás naciones del Continente Americano y del mundo entero”. Por eso, oramos:

“Padre de misericordia,

que has puesto a este pueblo tuyo

bajo la especial protección de Santa maría de Guadalupe, Madre de tu Hijo,

concédenos por su intercesión

profundizar en nuestra Fe

y buscar el progreso de nuestra Patria

por caminos de justicia y de paz. Amén”

(Misal Romano, pg. 596)

† Mario de Gasperín Gasperín

Obispo de Querétaro

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