LA SABIDURÍA Y LA FUERZA DEL CORAZÓN DE JESÚS

LA SABIDURÍA Y LA FUERZA DEL CORAZÓN DE JESÚS

1. ¿De dónde saca este todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos?

Jesús sacaba su sabiduría y su fuerza de su corazón manso, humilde y compasivo. No era hijo de noble cuna, sus padres eran humildes y pobres, no tenía títulos nobiliarios, no pertenecía a la casta de los sacerdotes, o escribas, o letrados de Israel.

Pero tenía un corazón grande como el mundo, divino como Dios, compasivo como el de una madre tierna y solícita.

Sí, Jesús sacaba todo de su corazón, no actuaba para agradar mundanamente a nadie, ni para demostrar nada a los demás, ni para cumplir normas de ninguna clase; actuaba misericordiosamente porque se lo pedía su corazón misericordioso, se compadecía de las personas enfermas, o marginadas, o pecadoras, porque su corazón no soportaba tanto dolor injusto y tanta injusticia como veía en el mundo que le rodeaba.

Así debemos actuar siempre los discípulos de Jesús, los cristianos, los que desde niños fuimos bautizados en su nombre.

Si no lo hacemos así, podremos ser muy buenos en muchas cosas, sabios en muchas materias, famosos y reconocidos en el mundo, pero no seremos buenos cristianos y Dios Padre no podrá reconocernos como hijos suyos, como auténticos seguidores de su Hijo Jesús.

2.- No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

Es triste, pero más de una vez se cumple lo que el mismo Jesús les dice a sus discípulos: “los enemigos del hombre son los de su propia casa” (Mt 36). Se ve que así pasaba ya en tiempos de Jesús y así ha ocurrido, a veces y desgraciadamente, siempre.

Porque la envidia nos hace vivir comparándonos continuamente con los demás y, naturalmente, a los primeros que vemos y con los primeros que nos comparamos es con los que viven con nosotros.

Así ocurrió ya con los primeros hijos de Eva, con Caín y con Abel. Así le pasó a Jesús con los de su propio pueblo, Pero el que esto haya sido, en parte, siempre así, no quiere decir que deba ser así.

Debemos ser humildes y generosos con todos, comenzando los de nuestra propia casa. Un corazón humilde y generoso tenderá siempre a alabar lo bueno que ve a su alrededor y no se sentirá ofendido, sino todo lo contrario, por lo bueno que ve en los que viven con él o junto a él.

3.- Hijo de Adán, te envío para que digas a los israelitas: “esto dice el Señor”.

Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.

También el profeta Ezequiel, como Jesús, tuvo que ejercer su profesión de profeta en medio de un pueblo, el suyo, poco dispuesto a escuchar a los profetas. En este caso se trataba de un pueblo que vivía en el destierro, en Babilonia, y que no veía que su Dios les ayudara demasiado a solucionar sus problemas sociales y políticos.

En fin, que el profeta Ezequiel puede ayudar a los predicadores de hoy a predicar sin desanimarse, a pesar de la indiferencia, cuando no hostilidad, que encuentran a su alrededor.

Tampoco los profetas cristianos de hoy lo tienen fácil, pero esto no debe ser motivo de desánimo, sino todo lo contrario: predicar con convicción y fuerza el evangelio de Jesús en la sociedad en la que vivimos, sin desanimarse por el poco éxito de la predicación.

La verdad del evangelio siempre debe estar por encima de las pequeñas verdades sociales y políticas que parecen dominar ahora en nuestra sociedad actual.

4.- Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.

San Pablo habla por propia experiencia, porque sus propias debilidades físicas no le permiten actuar con toda la fuerza e intensidad que quisiera. Además, la sociedad a la que predica le pone dificultades continuas y le persigue con saña.

Pero Pablo no sólo no se acobarda ante las dificultades y el peligro, sino que se crece ante las dificultades. Y todo lo hace por Cristo y con Cristo, dejando que sea el mismo Cristo el que actúe en él y por él.

Es lo que tenemos que hacer los cristianos de todos los tiempos: no creernos nosotros los protagonistas del evangelio, sino dejar que sea Dios el que actúe en nosotros y a través de nosotros.

El buen predicador no busca nunca su propia gloria, sino la gloria de Dios en todo lo que hace y dice. Esto es lo que quiere decirnos san Pablo, en esta carta, cuando afirma: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Gabriel González del Estal
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