Lectura del libro de Job 3, 1-3. 11-17. 20-23

Lectura del libro de Job 3, 1-3. 11-17. 20-23

Job rompió el silencio y maldijo el día de su nacimiento. Tomó la palabra y exclamó:
¡Desaparezca el día en que nací
y la noche que dijo: «Ha sido engendrado un varón»!

¿Por qué no me morí al nacer?
¿Por qué no expiré al salir del vientre materno?
¿Por qué me recibieron dos rodillas
y dos pechos me dieron de mamar?

Ahora yacería tranquilo,
estaría dormido y así descansaría,
junto con los reyes y consejeros de la tierra
que se hicieron construir mausoleos,
o con los príncipes que poseían oro
y llenaron de plata sus moradas.

O no existiría, como un aborto enterrado,
como los niños que nunca vieron la luz.
Allí, los malvados dejan de agitarse,
allí descansan los que están extenuados.

¿Para qué dar a luz a un desdichado
y la vida a los que están llenos de amargura,
a los que ansían en vano la muerte
y la buscan más que a un tesoro,

a los que se alegrarían de llegar a la tumba
y se llenarían de júbilo al encontrar un sepulcro,
al hombre que se le cierra el camino
y al que Dios tiene acorralado por todas partes?

Reflexión Job 3, 1-3. 11. 16. 12-15. 17. 20-23.

Hay momentos a los que nunca quisiéramos llegar; pero se dan. Días de dolor, de sufrimiento, de angustia, de enfermedad, de desgracia. Entonces quisiera uno refugiarse en el seno materno y volver a la tierra de la que fuimos formados.

Pero aún en los momentos más arduos de nuestra vida, no podemos claudicar cobardemente. Debemos continuar trabajando, arduamente, por un nuevo orden de cosas y por una humanidad que se revista de Cristo.

El momento en que nuestro cuerpo regrese a la tierra de la que fue formado y nuestro espíritu vuelva a Dios, que lo dio, sólo Él lo sabe; a nosotros sólo corresponde aprovechar este tiempo de gracia que Él nos concede.

Démosle gracias al Señor por la vida que nos concede y agradezcámosle el que nos permita identificarnos con su propio Hijo, pues Él, desde nosotros, hoy sigue padeciendo y dando su Vida para que todos tengan la misma oportunidad de lograr el descanso eterno, después de haberle sido fieles, aún en los momentos de persecución y de muerte.