Lecturas diarias – Domingo XI Durante el Año

Domingo, 16 de Junio de 2013
DOMINGO XI DURANTE EL AÑO
Samuel 12, 7-10.13 / Gálatas 2, 16. 19-21
/ Lucas 7, 36–8, 3
Salmo Responsorial, Sal 31, 1-2. 5. 7. 11
R/. «Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”

Santoral:
San Juan Francisco, San Ciro, San Aureliano,
Santa Ma. Teresa, Santo Domingo Nguyen
y compañeros

LECTURAS DEL DOMINGO 16 DE JUNIO DE 2013

DOMINGO XI DURANTE EL AÑO

El Señor ha borrado tu pecado: no morirás

Lectura del segundo libro de Samuel
12, 7-10. 13

El profeta Natán dijo a David: «Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más.
¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita».
David dijo a Natán: «¡He pecado contra el Señor!» Natán le respondió: «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás».

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 31, 1-2. 5. 7. 11

R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez! R.

Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: «Confesaré mis faltas al Señor».
¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.

Tú eres mi refugio,
Tú me libras de los peligros
y me colmas con la alegría de la salvación.
¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.

Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Galacia
2, 16. 19-21

Hermanos:
Como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en Él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios.
Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí.
Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Sus numerosos pecados le han sido perdonados;
por eso demuestra mucho amor

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
7, 36-8, 3

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!»
Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él.
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Pienso que aquél a quien perdonó más».
Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor».
Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados».
Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor.

Reflexión

POR LA ESCALERA DE SERVICIO…
1.- No sé si alguno de vosotros habréis tenido alguna vez la misma experiencia divertida. Un día unos muy buenos amigos me invitaron a comer con ellos en su casa, el portero que era nuevo, cuando vio que me dirigía al ascensor, me invitó, no de muy buenas maneras, a que subiese al montacargas de la escalera de servicio. No llevaba yo nada parecido a un saco de patatas, ni una lata de aceite, ni ningún paquete a través del cual se adivinase la cola poco bien oliente de una pescadilla. Tal vez, al ir rigurosamente con vestido clerical le hizo confundirme con el empleado de la compañía eléctrica que venía a leer los contadores, que antes, y en muchas casas todavía, están junto a las puertas de servicio, con acceso a la cocina. El caso es entré triunfalmente en la casa de mis amigos… por la puerta de la cocina
2.- Traducido a términos modernos, la manera que tuvo de recibir Simón, el fariseo, a Jesús, fue muy semejante. No le puso agua para los pies, no le besó, no le ungió la cabeza… Es decir, le hizo entrar por la puerta de servicio, no le dio un apretón de manos de bienvenida, se mostró frío como un témpano. Pero Jesús lo pasó por alto y sólo lo saca a relucir cuando tiene que defender a la pobre pecadora ante el fariseo.
En esta escena en que Jesús es juez entre la mujer pública y un fariseo y da sentencia a favor de la mujer pública, el Señor quiere dejar a la posteridad, a nosotros, una lección sobre la gratuidad (la gracia) de la justificación, de la interioridad de la justificación ya que consiste en la participación de la misma vida divina, y por tanto de que en la justificación la iniciativa es siempre parte de Dios.
La tentación farisaica se va a repetir muchas veces a lo largo de la historia de la Iglesia. Con lo cual anulamos la gracia, la muerte de Cristo. La gratuidad consiste en que cuando aún éramos pecadores el Hijo de Dios se entregó por nosotros para hacernos hijos de Dios. Iniciativa de Dios sin mérito alguno por nuestra parte.
3.- La justificación es gracia, no depende de nuestras contabilidades:
a).- El fariseo contemporáneo de Jesús, y el de todos los tiempos, es el que se considera justo cumpliendo una serie de preceptos sobre todo cultuales: ayunos, limosnas, asistencias al templo, oraciones. Llevan una contabilidad perfecta de sus méritos ante Dios. Y por eso están muy lejos de sentirse pecadores, necesitados de la misericordia de Dios. Al contrario, se han hecho un Dios a la medida, un Dios que es también un contable del Gran Banco de la Justicia Divina, hasta con su visera verde transparente sobre sus ojos.
El fariseo que es justo a sus propios ojos, y a los ojos de ese Dios que se ha creado, tiene el derecho a juzgar severamente a los que llevan una contabilidad en números rojos, como los publicanos, los pecadores, las mujeres públicas. Y manejan a su antojo los rayos de la indignación contra ellos, y contra los que los tratan.
Por eso Jesús que trata con pecadores es comilón y borracho… Jesús que se deja tocar por la pecadora impura, no puede ser un gran profeta. Todo el que no se siente necesitado de la misericordia de Dios es inmisericorde con los demás y exigen caiga sobre ellos la divina justicia.
b).- Esa justificación ganada a puños tiene una consecuencia… Todos nosotros llevamos una doble contabilidad, una para nosotros, en la que exigimos a Dios la correspondencia de Dios nuestros méritos. Otra muy negativa, la de los demás, que a nuestro parecer siempre está en rojo, y exigimos el castigo urgente de la divina justicia de Dios que nos hemos hecho a nuestra medida.
David fue duro con el personaje de la parábola de Natán, porque aún no se veía retratado como pecador. Y el fariseo fue duro con la pecadora y Jesús, porque estaba imposibilitado para verse a sí mismo como pecador e imposibilitado para de reconocer al Dios de Jesús, que es un Dios misericordioso, que corre tras la oveja perdida, que ha venido a curar a los enfermos, no a los sanos, que alaba al publicano que se siente pecador y condena al fariseo que se alaba a sí mismo en el templo.
4.- La justificación, o sea que el que Dios nos comunique su vida, y a esa vida de amor arda en nosotros no puede depender ni:
a).- del mero cumplimiento de las leyes cultuales, del puro cumplir con el precepto de oír misa los domingos, de estar como un fardo sentado en un banco de la iglesia; ni de no comer carne los viernes, nada de lo que sea cumplimiento exterior sin que corresponda a una intensa vida interior.
b).- ni el negativo cumplimiento de los mismos mandamientos de la ley de Dios: yo no mato, no miento, no robo… ¿Es qué es posible que tanto NO, NO, NO o Noes tenga algo que ver con ser un hijo de Dios, sino está imbuido de un gran amor al prójimo a los que esos mandamientos están dirigidos?
c).- ni siquiera una fe, diría intelectualoide, de pura admisión de unas cuantas frases del credo poco entendidas, cuantas veces enarbolando nuestra fe secular… ¿Cuál es esa fe…?

José María Maruri, SJ}
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EL AMOR Y EL PERDÓN SON LAS DOS CARAS DE UNA MISMA MONEDA
1.- Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor. Las palabras de Jesús son sorprendentes, pero son muy claras. Los apóstoles las entendieron perfectamente: san Pedro, en su primera carta les dice a los primeros cristianos: ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados, y san Juan nos dirá que Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios. San Pablo no se cansará de repetir que es el amor el que nos salva, porque si no tengo amor, nada soy, aunque hiciera los mayores milagros del mundo. San Agustín llegará a decir, hasta en cuatro ocasiones, la famosa frase: ama y haz lo que quieras. Por supuesto que, cuando hablamos del amor que salva, nos referimos al amor verdadero, no a cualquier clase de amor. En el caso de la pecadora que se acercó a Jesús, debemos suponer, según nos lo cuenta san Lucas en su evangelio, que era una mujer que amaba a Jesús con un amor verdadero. Y si nos atenemos al mismo texto evangélico, debemos deducir que la razón primera por la que esta mujer pecadora amaba a Jesús era porque Jesús le había perdonado todos sus pecados. Como deduce correctamente el fariseo, Simón, ama más aquel a quien se le perdona más. Los cristianos debemos tener esto en cuenta, sobre todo en nuestras relaciones con los demás. El amor y el perdón son las dos caras de una misma moneda: el amor nos empuja al perdón, y el ser perdonados, nos anima a amar a aquél que nos ha perdonado. Un buen cristiano debe ser siempre pródigo en perdonar y en amar al prójimo. Porque Dios, nuestro Padre, es pródigo en perdonarnos y en amarnos a nosotros.
2.- David respondió a Natán: ¡he pecado contra el Señor! Y Natán le dijo: El Señor ha perdonado ya tu pecado. En este segundo libro de Samuel se nos habla de la relación entre el arrepentimiento de los pecados y el perdón de Dios. Como se nos cuenta en este libro, el rey David había pecado gravísimamente contra Dios, mandando matar a Urías, el hitita, para poder quedarse con su mujer. Dios, a través del profeta Natán, reprocha al rey David su gravísimo pecado y éste se arrepiente sinceramente. Dios le perdona el pecado. Se trata, evidentemente, de un perdón supergeneroso, pródigo. Tenemos que admitir, a la luz de este texto, que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, cuando nos arrepentimos de corazón. Esto debe aumentar nuestra confianza en Dios, cuando pecamos. Por muy grave que sea nuestro pecado, Dios siempre estará dispuesto a perdonarnos, si nosotros nos arrepentimos de corazón. El arrepentimiento debe ser fruto del amor, no del temor. Nos arrepentimos porque nos damos cuenta de que hemos ofendido a un Dios que nos ama infinitamente y a quien nosotros sólo debemos amor. Es verdad que es el temor al castigo de Dios el que, muchas veces, empuja a los pecadores al arrepentimiento, pero no es menos verdad que el verdadero arrepentimiento debe ser fruto del amor, más que del temor.
3.- Mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. En esta carta a los Gálatas, como en otros muchos escritos del apóstol, se nos dice una y otra vez que lo que nos salva es la fe en Cristo, no las obras de la Ley. Pero está claro que la fe en Cristo, según san Pablo, es fruto del amor a Cristo. Fue el amor a Cristo el que alimentó realmente la vida del apóstol y lo que le dio fuerza para luchar contra tantas adversidades y persecuciones. Tanto amó Pablo a Cristo que puede decir con verdad: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Una fe sin amor sería una fe estéril, puro rito o cumplimiento. Porque, como nos dice el apóstol en su carta a los Romanos: el amor es la ley en su plenitud (13,10).

Gabriel González del Estal
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¿EN DEUDA CON EL SEÑOR?
Todos los domingos, nos traen algo nuevo. Y, también, todos los domingos, nosotros debiéramos de llevar, en respuesta y como compensación, algo al Señor. Hoy, el evangelio, tiene aroma de perfume. ¡Cuánto valora Jesús cuando, lo que hacemos, lo hacemos con y desde la fe!
1.- Todos somos deudores. No sé con quién, de quién… ni de cuánto. Del Señor sí que lo somos. Nuestra deuda no la hemos saldado del todo con El: ¡Ha hecho tanto por nosotros! El evangelio de hoy, nos habla del perdón de los pecados y, hay que reconocerlo, hablar hoy del pecado es poco menos que “provocador”. ¿Pecar? ¿Qué dices? ¡Eso está pasado de moda! ¿Pedir perdón? ¿Por? ¡Yo no he pecado!….nos contestan en cualquier círculo donde se debate el vértice religioso. ¿Es el hombre consciente de que peca? ¿De que rompe con ciertas normas, morales y éticas, que han sido el código de seguridad de nuestra fe y de nuestra sociedad? Posiblemente no.
2.- Hoy, como ayer, todos seguimos estando en deuda con Jesús. Algunos pensarán que no. Su autosuficiencia, o su religión a la carta, les hacen llegar a pensar que, en todo caso, como Dios es tan bueno ya comprenderá los deslices o contradicciones del ser humano.
Al reflexionar el evangelio de este XI domingo del Tiempo Ordinario, podríamos preguntarnos cada uno de nosotros:
-¿En qué estamos en deuda con el Señor?
-¿Por qué estamos con cuentas pendientes con el Señor?
-¿Por qué no hacemos algo más para que se denote nuestro cariño a Jesús?
El movimiento se demuestra andando. Hoy, con esta sugerente lectura, el Señor nos pone en alerta: sólo cuando uno se siente perdonado, acogido, abrazado y querido es capaz de amar con todas las consecuencias.
Por el contrario, el rechazo, el alma solitaria, los recelos o las envidias, las murmuraciones o las críticas destructivas, los cortijos –en los que a veces caen instituciones, servicios y departamentos– producen deserción, frialdad y desconfianza. El Papa Francisco lo recordaba recientemente: muchos entienden su vida religiosa como un trepar y no como un servicio.
Al retomar el Tiempo Ordinario, es bueno entrar en la casa del Señor y derramar sobre El, el perfume de nuestra oración, el beso de nuestra adoración y las lágrimas de nuestro agradecimiento al Señor por permitirnos acercarnos a su mesa a pesar de arrastrar tantos kilos de contradicciones.

Javier Leoz
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