JUEVES SANTO | A vuestros pies, hermanos

Celebración del JUEVES SANTO «A vuestros pies, hermanos»


JUEVES SANTO
Del propio – Blanco
Éxodo 12, 1-8. 11-14 / 1 Corintios 11, 23-26
/ Juan 13, 1-15
Salmo responsorial Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18
R/. «¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”

Santoral:
San Esteban Harding, San Aniceto,
Beata Catalina Tekakwitha y Beata
María de La Encarnación

A vuestros pies, hermanos

Me rendiré, como sacerdote,
para recordarme a mí mismo
que, un sacerdocio sin obras,
son palabras que tal vez disipa el viento.
Que una entrega clavada y escrita en discursos,
exige como broche de oro el amor.
Un amor que es sacrificio y sufrimiento,
pasión, incomprensión e incluso rechazo.

¡A vuestros pies, hermanos!
Me inclinaré como cristiano.
Sabiendo que, si digo ser de Cristo,
he de descender a la realidad del que llora,
o desde la pobreza añora una mano amiga.

¡A vuestros pies, hermanos!
Derramaré el agua de mi tiempo,
cuando, la soledad que a tantos atenaza,
reclame mi atención, mi presencia o mi consejo.
Enjugaré, con las lágrimas de mi compasión,
cuando encuentre peregrinos que han perdido el norte,
almas que, por el camino, quedaron tibias,
corazones que, en tantas traiciones,
quedaron enfundados en el pesimismo o el desamor.

¡A vuestros pies, hermanos!
Caeré envuelto con la toalla de mi comprensión,
ataviado con el traje del que sirve más y mejor,
fortalecido con la jofaina de la oración,
enriquecido con el agua de la fe,
empujado con las armas de la oración.
¡Sí! ¡A vuestros pies, como Jesús!
Me inclinaré para, en esos pies sufrientes,
encontrar las huellas de un Dios invisible pero visible,
triunfante pero presente en la humanidad doliente,
celeste pero abrazado al hombre bajo mil cruces.

¡A vuestros pies, hermanos!
Dirigiré mis ojos, mis manos y mi corazón.
Mis ojos para ver en ellos el rostro de Cristo.
Mis manos, para ser testigo de la fe y del Evangelio.
Mi corazón, para no quedarme disfrazado en palabras.
Gracias, Señor, porque al buscar mis pies,
me indicas y sugieres el camino que he de seguir
para amarte, servirte y ofrendarte mi vida entera:
¡El amor que se da cayendo a los pies de los demás!

P. Javier Leoz

Liturgia – Lecturas del día

Jueves, 1
7 de Abril de 2014

JUEVES SANTO
MISA VESPERTINA
DE LA CENA DEL SEÑOR

Prescripciones sobre la cena pascual

Lectura del libro del Éxodo
12, 1-8. 11-14a

El Señor dijo a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto: «Este mes será para ustedes el mes inicial, el primero de los meses del año. Digan a toda la comunidad de Israel:
«El diez de este mes, consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia. Si la familia es demasiado reducida para consumir un animal entero, se unirá con la del vecino que viva más cerca de su casa. En la elección del animal tengan en cuenta, además del número de comensales, lo que cada uno come habitualmente.
Elijan un animal sin ningún defecto, macho y de un año; podrá ser cordero o cabrito. Deberán guardarlo hasta el catorce de este mes, y a la hora del crepúsculo, lo inmolará toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después tomarán un poco de su sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada al fuego, con panes sin levadura y verduras amargas.
Deberán comerlo así: ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano. y lo comerán rápidamente: es la Pascua del Señor.
Esa noche Yo pasaré por el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto hombres como animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
La sangre les servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al verla, Yo pasaré de largo, y así ustedes se librarán del golpe del Exterminador, cuando Yo castigue al país de Egipto.
Este será para ustedes un día memorable y deberán solemnizarlo con una fiesta en honor del Señor. Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua»».

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 115, 12-13. 15-16bc. 17-18

R. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?

¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor. R.

¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.

Siempre que coman este pan y beban este cáliz,
proclamarán la muerte del Señor

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto
11, 23-26

Hermanos:
Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente:
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía».
Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Los amó hasta el fin

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan
13, 1-15

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, El, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que Él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?»
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».
«No, le dijo Pedro, ¡Tú jamás me lavarás los pies a mí!»
Jesús le respondió: «Si Yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte».
«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!»
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si Yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes».

Palabra del Señor.

Reflexión

EUCARISTIA ES COMPARTIR
1.- Institución de la Eucaristía y lavatorio de los pies reflejan lo mismo: la entrega total de Jesús. El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo. Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que Él está entre ellos como el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho, sino el símbolo. Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. En este relato del lavatorio de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en la espiritualización del misterio, de quedar deslumbrados por la presencia real de Cristo en el pan y en el vino, y no buscar el verdadero mensaje de ese gesto y de esas palabras. Él nos está diciendo: “Tomad, comed y vivid el amor”.
2.- Jesús se parte por nosotros. En el sacrificio eucarístico, actualizado en nuestras Eucaristías, Jesús entrega su vida por nosotros. Hay muchas semejanzas entre las palabras de Jesús en los relatos de la institución recogidos por los sinópticos y el evangelio de Juan. En aquellos se habla de cuerpo entregado y sangre derramada por nosotros. En el discurso del capítulo 6 del cuarto evangelio hay una explicación del signo de la multiplicación de los panes, que Jesús acababa de realizar. Es un discurso eucarístico. Jesús nos dice que es “el pan de vida” que se parte por nosotros. La fracción del pan, expresión con la que los primeros cristianos designaban la Eucaristía, refleja perfectamente lo que Jesús quiso mostrarnos al partirse y repartirse por nosotros.
3.- Todos somos invitados, sin exclusión. Sólo celebramos bien la Eucaristía si tenemos los mismos sentimientos de Jesús. No olvidemos que el altar no sólo es «ara» para el sacrificio, es también mesa del compartir. Cuando ponemos el mantel y adornamos la mesa del altar estamos significando que allí se va a celebrar una comida fraterna. Y en esta mesa nadie está excluido. A ella están invitados todos: el parado que busca desesperado un trabajo, el inmigrante que se siente rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven desesperado, la mujer explotada. Aquí no hay rechazo, ni soledad, ni explotación; aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. El concilio Vaticano II nos enseñó que la Eucaristía es «fuente y cima de la vida cristiana» (LG 11). Y el Papa Juan Pablo II nos recordó que «la Iglesia vive de la Eucaristía» (Ecclesia de Eucharistia). En efecto, no existe la comunidad cristiana si no celebra el sacramento de la Eucaristía, pero tampoco hay auténtica Eucaristía, si no hay una verdadera comunidad cristiana. Porque la Eucaristía es un banquete, ágape, una fiesta de comunión de hermanos. No puede haber Comunión si no hay comunión de vida. A menudo olvidamos que no sólo comulgamos con Cristo, también lo hacemos con los hermanos. Así lo ha resaltado el Papa Francisco. El, con su vida austera y sencilla, nos enseña que la Eucaristía lleva a compartir los bienes que tenemos con los necesitados. Incluso ha aconsejado a sus paisanos argentinos que no vayan a su entronización, sino que den a los pobres lo que iban a gastar en el viaje a Roma. No se puede comulgar con Dios si excluimos a los a los demás.

José María Martín OSA
www.betania.es

EUCARISTÍA Y LAVATORIO DE LOS PIES: UN MENSAJE DE AMOR Y DE SERVICIO
1.- Yo estoy entre vosotros como el que sirve. Como sabemos, San Juan no nos dice en su evangelio cómo fue la última cena de Jesús; San Juan nos narra, en su lugar, la escena del lavatorio de los pies. No parece que se trate de un olvido, o de un silencio involuntario. San Juan, en su evangelio, da a todas las palabras que dice y a todos los hechos que relata un sentido teológico profundo. Con el relato del lavatorio de los pies San Juan quiere insistir en el carácter de testamento de Jesús, indicando a sus discípulos que su mandamiento principal es el amor al prójimo, manifestado en un servicio humilde y fraterno. ¿Comprendéis, les dije Jesús a sus discípulos, lo que he hecho con vosotros?… os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
2.- También la eucaristía tiene un claro mensaje de amor y de servicio. El pan de la eucaristía es un pan partido y compartido. La fracción del pan no tiene significado sacramental y eucarístico si no tiene el sentido de compartir el sacrificio de Cristo con todos los que formamos el cuerpo de Cristo. San Agustín nos dice que el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, están hechos de elementos separados que, al ser triturados y reunidos, significan en la eucaristía el cuerpo místico de Cristo, el Cristo total. Por eso, se atreve a decir a sus fieles: “en la eucaristía tomáis lo que sois”, cuerpo de Cristo. Es un pan partido y compartido, es el pan del cuerpo entregado de Cristo, del que todos los cristianos, la iglesia, formamos parte.
3.- La eucaristía es memorial de Cristo crucificado, recordándonos que hemos sido redimidos por la entrega de una vida que aceptó morir en la cruz, para llevar a cabo la misión que le había encomendado su Padre. Debemos pensar que celebrar debidamente “el memorial del crucificado” implica estar dispuestos a arriesgar nuestra vida por la misma causa por la que él murió. Por eso, cuando celebramos la eucaristía debemos preguntarnos: ¿nosotros estamos del lado del crucificado, o del lado de los que crucifican?
4.- En la eucaristía celebramos la memoria de un Cristo vivo, resucitado. Por eso, la eucaristía es llamada “misterio pascual”. La plegaria central de la eucaristía es una plegaria de acción de gracias y de alabanza al Padre por el gran don de su Hijo. Junto a esta alabanza, aparece continuamente el contenido de fraternidad, justicia y solidaridad. Tenemos que celebrar la eucaristía con un pan de justicia, nunca con un pan arrebatado a los pobres.
5.- Cuando celebramos el memorial eucarístico y el relato de la última cena del Señor pedimos que Dios haga retornar a su Mesías, que el Señor vuelva, “marana tha”. En esta celebración gozosa de la Cena del Señor y en la participación comprometida del lavatorio de los pies pidamos Jesús que nunca se marche de entre nosotros.

Gabriel González del Estal
www.betania.es

A LAS PERIFERIAS DEL HOMBRE
“Las periferias”. Dos palabras que, desde el inicio del Pontificado del Papa Francisco, suenan por activa y por pasiva en nuestra vida eclesial: hay que salir al encuentro del hombre. “Prefiero una Iglesia accidentada que enferma (replegada)” (Papa Francisco).
El Jueves Santo, en gestos, imágenes, forma y fondo es fiel reflejo de ese descenso a las periferias de la humanidad por parte de Jesús, horas antes de su pasión, muerte y resurrección.
Si Jesús lo hace, doblegarse ante unos discípulos desconcertados, no es por simple cortesía. Es un claro signo de por dónde han de discurrir los parámetros de sus seguidores: servir amando y amando sirviendo.
1. En Jueves Santo, habla el amor y la fraternidad y callan las palabras. Si el Señor realiza algunas cosas llamativas como el lavatorio de los pies, es para sugerirnos el camino para ser como El: no quedarnos en simples gestos y hacer de nuestra vida cristiana una ofrenda ofrenda. Querer a ratos es fácil pero, hacer del amor y del servicio una constante en nuestra vida, se nos hace cuesta arriba.
En Jueves Santo el Señor, expresa su más íntima convicción: hay que desgastarse y con generosidad. El mandamiento del amor se escucha y se visualiza por los cuatro costados de esta celebración.Si el Señor lo hizo, lo tendremos que imitar también nosotros. En el amor estará nuestro escudo, nuestro carnet de identidad y nuestra defensa. Quedarán para siempre en la memoria del Señor cinceladas aquellas escenas en las que, nuestras manos ayudaron; en las que nuestros brazos levantaron; en las que nuestros pies señalaron el camino a los demás.
Si el Señor lavó los pies, también nosotros tendremos que limpiar los ojos de aquellos que están tristes o amargados de la vida. Los pies de tantos hermanos nuestros que ya no desean caminar y que han preferido quedarse en la superficialidad de lo exclusivamente aparente. ¡Qué gran testimonio! ¡Dios, una vez más, a los pies de los hombres! ¡Pobre y pequeño en Belén y nuevamente como siervo y humilde a nuestros pies! ¿Y todavía no entendemos lo mucho que Dios nos quiere? Abramos los ojos. El Señor se arrodilla ¿Seremos capaces de no enternecernos ante su cuerpo en tierra? ¿Nos atreveremos a buscar entre las periferias de la humanidad los “nuevos pies” necesitados de cariño, higiene y consuelo?
2. Hoy, además, no podemos menos que, dar gracias al Señor por los sacerdotes. En este día nace el sacerdocio del Nuevo Testamento. Es el día del sacerdocio que germina y se visualiza en la mesa de Jueves Santo. El sacerdocio que se identifica plenamente con el de Cristo. El sacerdocio que, como Cristo, quiere ofrecer y ofrecerse por la vida de los creyentes. No solamente damos las gracias a Dios por todos aquellos que presidimos en el nombre del Señor las comunidades cristianas sino que, además, pedimos perdón por nuestros errores. Por nuestra falta de caridad o por todo aquello que empaña o oscurece lo que debiera de ser un testimonio permanente y transparente de la presencia de Cristo: la santidad. Perdón, por todo ello, Señor. Pedir, al Señor, por nosotros y por aquellas veces en las que no estamos a la altura del Ministerio al que hemos sido llamados. Por ser más funcionarios que servidores, por quedarnos –a veces– en la comodidad en detrimento del beneficio al resto de la comunidad.
3. En Jueves Santo, el Señor desplegó un inmenso altar. Un mandamiento nos dejó al calor de la última cena: “amaos” y, un deseo nos pidió: “haced esto en memoria mía”. El celebrar esta eucaristía, cuando entramos en total comunión con Cristo, nos sentimos insignificantes. ¡Es tan grande el Misterio de Jueves Santo! ¡Es tanto lo que encierra esta celebración!
En Jueves Santo, el Señor, nos dejó la clave para estar permanentemente con El: el amor y la eucaristía. Por el amor intuirán los que nos rodean que somos de los suyos y, con la eucaristía, al entrar en comunión con El, nos da la fuerza y el impulso necesario para no cejar en ese empeño de entrega, generosidad y ofrecimiento de nuestra vida. ¿Somos conscientes del valor infinito de la Eucaristía?

Javier Leoz