Lecturas diarias: 12 de Setiembre – Toma el timón de tu vida

Lecturas diarias: 12 de Setiembre – Toma el timón de tu vida

Santoral:
San Guido, Beata Victoria Fornari
y Beato Apolinar Franco

Toma el timón de tu vida

¿Te das cuenta de que la vida es como el mar?

Hay días que son azules y tranquilos,
con las aguas acogedoras, deliciosas.

Otros días son nublados, con grandes
tempestades, aunque cuando parece
que el océano te va a devorar, nace
un nuevo día lleno de sol y calor.

Navegamos en medio de este océano.
Somos lanchitas pequeñas, pero grandiosas.
Cada lancha tiene su timón.
En ti esta tomar hoy mismo el timón de tu vida.

¿Sabes, por la gracia de Dios, el rumbo que deseas seguir?

¿Sabes que para llegar a tu meta tendrás que atravesar
–como todos– grandes tormentas de todo tipo:
pasionales, depresivas, morales, económicas.

Sin embargo, tienes el timón en tus manos.
Como todo marinero, debes saber manejar el timón.

En el orden material, cuando tenemos un tremendo
dolor de cabeza, nos produce tristeza, depresión, etc.
Nuestro barquito empieza a ladearse por un simple dolor.

Tomamos un medicamento y enderezamos el barco.
Volvemos a sentir la salud normal que nos lleva
a equilibrados en lo físico.

Diariamente tenemos que ir gobernando el timón;
debemos tomar determinaciones, decisiones,
para enderezar nuestra vida.

En el orden moral, nos topamos con amistades
que nos arrastran a cosas no convenientes
de diferentes tipos: conversaciones que dañan
nuestra mente tranquila, ideas negativas
para nuestro diario vivir.

Hay que tomar el timón de nuestra nave
y no dejar que nos aparten del equilibrio
moral y espiritual.

Tendrás que tomar decisiones.
Tómalas con la seguridad de que nada
te aparte de tu camino, de tu meta.

Cometemos errores y de ahí vienen nuestras
depresiones y nuestra agresividad.

Cuando encuentres en tu vida gente
agresiva y que solo ve lo negativo
de los demás, discúlpalas, perdónales
de antemano. Son personas que no han
sabido llevar el timón de su vida.
Se han apartado del camino de la bondad,
de la alegría y del amor, que es para
lo cual hemos sido creados.

Pero tú toma el timón de tu nave.
De ti depende la felicidad, solo de ti.
Vive intensamente el momento presente
y gástate todo hoy.
Concentra todo tu ser en lo que haces
y no temas al futuro.

El faro de Dios te cuida y te protege siempre.

Liturgia – Lecturas del día

Jueves, 12 de Setiembre de 2013

Revístanse del amor,
que es el vínculo de la perfección

Lectura de la carta del Apóstol san Pablo
a los cristianos de Colosas
3, 12-17

Hermanos:
Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección.
Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias.
Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados.
Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en Nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 150, 1-6

R. ¡Que todos los vivientes alaben al Señor!

Alaben a Dios en su Santuario,
alábenlo en su poderoso firmamento.
alábenlo por sus grandes proezas,
alábenlo por su inmensa grandeza. R.

Alábenlo con toques de trompeta,
alábenlo con el arpa y la cítara,
alábenlo con tambores y danzas,
alábenlo con laúdes y flautas. R.

Alábenlo con platillos sonoros,
alábenlo con platillos vibrantes.
¡Que todos los seres vivientes
alaben al Señor! R.

EVANGELIO

Sean misericordiosos,
como el Padre de ustedes es misericordioso

a Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas
6, 27-36

Jesús dijo a sus discípulos:
Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se los hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.

Palabra del Señor.

Reflexión

Col. 3, 12-17. Formando nosotros el nuevo Pueblo elegido por Dios, demos testimonio con nuestras buenas obras de que el Señor no sólo está en medio de nosotros, sino que habita como huésped en el corazón de los creyentes. Por eso hemos de comportamos a la altura de la fe recibida, de tal forma que seamos un vivo reflejo del Señor en medio del mundo. Aprendamos, por tanto, a ser misericordiosos, bondadosos, humildes, mansos, pacientes, capaces de soportar a los demás y siempre dispuestos a perdonar a los que nos ofenden, como nosotros hemos sido perdonados por Dios.

Ciertamente, puesto que Dios es amor, es, precisamente el amor lo que dará su auténtica perfección a la vida del cristiano. Sin él nuestra vida quedaría muy lejos de convertirse en un signo del Señor para los demás. Ese amor debe llevarnos a proclamar la Palabra de Cristo de un modo eficaz, pues no sólo hablaremos con la Sabiduría que procede de Dios, sino que toda nuestra vida se convertirá en una continua Acción de Gracias y alabanza del Nombre del Señor. Por eso nuestras obras y nuestras palabras las hemos de realizar en el Nombre del Señor; es decir: démosle cabida al Señor en nosotros para que, por medio nuestro, Él continúe pasando haciendo el bien a todos y proclamando la Buena Noticia de su amor y misericordia en favor de todos.

Sal. 150. Toda nuestra vida se ha de convertir en una continua alabanza del Nombre del Señor. Para eso hemos sido llamados a la vida; para eso somos llamados a la Vida eterna. Tenemos una y mil razones para entonar nuestra acción de gracias al Señor. No importa que a veces la vida se nos haya complicado; el Señor siempre ha estado, está y estará a nuestro lado como Padre y como fuerte defensor nuestro; por eso, hemos de reconocer la grandeza de su amor y nos hemos de convertir, nosotros mismos, en un grito de alabanza agradecido a su santo Nombre. Aleluya, alabado sea el Nombre del Señor, ahora y por siempre. Amén. Aleluya.

Lc. 6, 27-36. Nuestra vocación en Cristo mira a hacer siempre el bien, nunca el mal. Hemos de amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios en Cristo Jesús, que por reconciliarnos con Dios entregó su vida por nosotros.
Cuando respondemos bendiciendo a quien nos maldice; cuando oramos por quienes nos difaman, estamos propiciando una convivencia menos salvaje y, por lo menos, más humana; ojalá logremos que sea más fraterna y entonces, como dice el profeta Isaías: haremos de nuestras espadas arados, de nuestras lanzas podaderas; nadie se levantará contra los demás, ni nos prepararemos más para la guerra, pues caminaremos no conforme a nuestras miradas torpes y miopes, sino a la luz del Señor.

En esta Eucaristía el Señor nos quiere fraternalmente unidos. Para lograrlo ha dado su vida por nosotros, para que, quienes hemos sido rescatados al precio de su sangre, no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.

Que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros sino que habite, con toda su riqueza, en todo nuestro ser. Entonces podremos ser auténticos testigos del Señor de tal forma que, tanto con nuestras palabras como, especialmente con nuestras obras, contribuyamos para que los demás puedan también encontrarse con Cristo, pues nuestro testimonio de vida concordará con nuestras palabras.

El Señor, que nos confía el anuncio de su Evangelio, nos fortalece con su Cuerpo y con su Sangre, y nos da como amigo que nos acompaña, su Espíritu Santo, que impulsa nuestra vida, para que nuestro testimonio de fe sea dado con la Fuerza y valentía que nos viene de lo alto. Hagamos de nuestra Eucaristía, no un momento vivido como una costumbre sin proyección hacia la vida, sino como un compromiso que nos lleve a amar, a perdonar, a comprender a nuestro prójimo, dando, incluso nuestra vida por él, aun cuando en algún momento pudiera haberse opuesto a nosotros. Recordemos que el Señor nos envía a buscar y a salvar a las ovejas descarriadas de su Pueblo.

No podemos en verdad decir que somos miembros del Cuerpo del Señor, es decir, de su Iglesia, cuando en ella vivimos luchando unos contra otros, cuando nos convertimos en motivo de escándalo o de sufrimiento para los demás. El Señor no escogió a su Iglesia para condenar, sino para llamar a la reconciliación, para perdonar, para proclamar la Buena Nueva del amor que nos une como hijos en torno nuestro único Padre común: Dios. Pasemos haciendo el bien.

Que por ningún motivo seamos nosotros los que tengamos que ser soportados a causa de aborrecer, maldecir o difamar a los demás. Si queremos que los demás nos amen y nos hagan el bien, hagamos lo mismo nosotros mismos primero con ellos, pues con la misma medida con que los midamos seremos nosotros medidos.
Jamás cerremos nuestro corazón a alguna persona; aprendamos cómo Dios, a pesar de nuestras ingratitudes y maldades, jamás nos ha retirado su amor; por eso hagamos a los demás lo mismo que nosotros hemos recibido del Señor.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar con un corazón que, lleno de Dios, se convierta en signo de unión y de paz para todos los pueblos. Amén.

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