Lecturas diarias – 20 de Febrero – La sabiduría del dolor
La sabiduría del dolor
Todos de alguna forma u otra sufrimos
en la vida, nos guste o no.
Cuando aparece el dolor, cuando llega
el sufrimiento por pequeño o grande que sea,
es necesario aceptarlo con paz.
Decimos que el mejor maestro es el dolor,
¿y sabes tú por qué?
Porque nos hace más sensibles
y comprensivos ante el dolor ajeno;
quien ha sufrido, siempre sabrá escuchar,
comprender, disculpar.
El dolor te hace madurar, te humaniza,
te hace humilde, te hace capaz
de pedir ayuda y dar consuelo.
Dicen que los ojos que han llorado
ven mejor, y es realmente cierto,
las lágrimas limpian el alma y no le impiden
la entrada a Dios en nuestro corazón.
Al maestro dolor debemos tomarlo
como una parte de la vida, y aprender
que es una forma de ir madurando,
y nos hace crecer espiritualmente
si sabemos sacarle provecho.
Cuando en nuestra vida todo es plenitud,
salud, viajes, dinero, etc., no se elevan
los ojos al cielo, todo al suelo, a lo terrenal.
Pero cuando se sufre de soledad,
enfermedad, tristeza, vacío del alma,
entonces aprendemos a elevar los ojos
hacia nuestro padre Dios.
La alegría fabricada es mala.
Es como una copa de alcohol que embriaga
y nos hace olvidar por un ratito la realidad
en que vivimos. Es necesario aceptar la realidad,
aunque sea dolorosa, esto siempre será mejor.
El dolor nos enseña a amar, a perdonar,
a ser humildes. El dolor es parte de la vida
y es el mejor método para madurar.
Maria Julia Lafuente
Evangelio según San Lucas 5, 27-32
En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano, llamado Leví (Mateo), sentado en su despacho de recaudador de impuestos y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su casa un gran banquete en honor de Jesús y estaban a la mesa, con ellos, un gran número de publicanos y otras personas. Los fariseos y los escribas criticaban por eso a los discípulos, diciéndoles: “¿Por qué comen y beben con publicanos y pecadores?” Jesús les respondió: “No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan”.
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